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Vicente Romero es la caña

18/07/2021 - 

VALÈNCIA. Vicente Romero baja a la playa cuando otros suben. Un poco antes del ocaso carga en su carro todos los trastos para la pesca y lo empuja hasta la orilla del mar. Allí, en la playa de Puig Val, en una especie de ritual que ya tiene interiorizado y mecanizado, va sacando y montando los aparejos con facilidad. La playa, pequeña, acotada por un par de espigones, está casi vacía. El agua está un poco revuelta y solo quedan unos pocos rezagados tumbados en la arena. De vez en cuando algún paseante cruza por delante en su paseo vespertino. Vicente va uniformado con un polo que lleva un estampado de tiburones y un pantalón azul marino a juego. Son de la marca Yuki, que no le patrocina pero sí le rebaja los productos. Porque Vicente Romero es campeón del mundo de pesca. O más bien lo fue.

Vicente tiene 72 años muy bien llevados. Tiene un buen aspecto físico y una buena mata de pelo. Cada cierto tiempo se ordena el flequillo usando los dedos como si fueran las púas de un peine. Vicente es de esos hombres que se deja crecer la uña del dedo meñique, el mismo en el que este joyero jubilado lleva un anillo de oro con la letra uve. Las dos cañas que va a usar esta tarde-noche están formadas por tres piezas que se enganchan. Miden cerca de cuatro metros y medio de largo y las apoya en una especie de postes de hierro que clava en la arena a cuatro pasos del agua. Una vez plantadas, así en paralelo, parecen las antenas de un insecto. Su precio ronda los 1.500 euros. "En total, si sumas todo lo que tengo para pescar, me habré gastado más de 12.000 euros", informa.

También ha bajado algunas de sus medallas. Sus grandes trofeos. Las joyas de la corona son una de plata que logró por equipos en el Mundial que se celebró en Peñíscola, en 2017, y la de oro que le encumbró como campeón individual en ese mismo certamen. "Tengo también una de metacrilato que regala el COE, el Comité Olímpico Español, a todos los campeones del mundo. Y esa está personalizada", explica con un puntito de orgullo.

Ahora saca las bobinas, que también valen más de mil euros cada una. Nos pone una en la mano para que veamos lo ligeras que son. "Estos carretes son tan caros porque son como juguetes". Después pasa el hilo de pescar por las anillas de la caña. Tiene algunos tan finos como un pelo que son capaces de soportar cinco o seis kilos de presión. Ahí empieza la ciencia de este deporte. El tipo de hilo, la distancia a la que se lanza el cebo, la profundidad... Según la elección, saldrá un tipo de pez u otro.

Va cayendo el sol lentamente y la luz va cambiando. El mar se vuelve de plata y el cielo, rosa. Vicente tiene que esperar, ahora en verano, a que den las nueve de la noche. Antes es la hora de los veraneantes. Cuando el reloj se lo autoriza, agarra una caña, la tira hacia detrás y luego, de un golpe seco, usándola como una catapulta, lanza el anzuelo a lo lejos, a más de cien metros de distancia.

Con una cañita de bambú en la Escalera Real

En su familia no había ni un solo pescador. Pero vivían en la Avenida del Puerto y en verano cogía una cañita de bambú y se iba a matar los ratos muertos intentando sacar algún pez desde la Escalera Real. Empezó con 14 años y luego, a medida que se fue haciendo mayor, fue comprándose cañas mejores. Ya con 20 años, se subía a alguna de las golondrinas y salía a pescar toda la noche del viernes al sábado. Por la mañana regresaba a casa y se iba a dormir. Cuando se casó, se compró el apartamento en el Puig, en Puig Val, y empezó a salir a los dos espigones a tirar la caña. "Aún pescaba con corcho y carro valenciano", recuerda de aquellos tiempos en los que los amigos le empezaron a achuchar para que se apuntara a algún campeonato. Otro le reñía porque decía que la mabra no valía para nada, que tenía que pescar doradas, como él. "Insistió tanto que al final le hice caso y me compré cañas para poder pescar la dorada. Y eso me gustó. Con 35 años o así empecé a apuntarme a los campeonatos locales, pero hasta los 55 no empecé a destacar. Gané el Autonómico dos años seguidos y gracias a eso pude ir al Campeonato de España. Yo siempre he sido un pescador viejo. Si fui campeón del mundo con 69 años...".

Ahora compite en máster, la categoría de veteranos, y es vicepresidente de la Federación de Pesca de la Comunidad Valenciana. A sus 72 años se las sabe todas. El anzuelo lleva unas bolitas que desprenden un aroma que atrae a los peces. Y le encarga a un amigo un gusano autóctono que está convencido de que es mejor para atrapar a las especies que hay por aquí. Lo normal es que los cebos vengan de Galicia, de las rías, pero un pescador experimentado siempre tiene un as bajo la manga. Como este gusano de la tierra que vive en las rocas, es carnívoro y de tanto yodo que suelta te deja los dedos como si vinieras de hacerte el DNI.

Hoy está solo, aunque mira por el rabillo del ojo a un par de pescadores que se han colocado en el espigón que queda más a la derecha, más al sur. Pero generalmente sale a tirar la caña con varios amigos. Ahora en verano, alguna noche baja también con sus nietos -tiene tres hijas y cuatro nietos-. Se llevan un bocadillo y los entretiene hasta la medianoche enseñándoles el abecé de su afición. A él le gusta ir a la Malvarrosa, la Patacona, El Saler, El Perellonet y, por esta zona, a Puçol, Almenara y hasta Peñíscola. Pero también ha pescado, viajando con la selección, en Portugal, Sudáfrica, Francia o Gales, donde hay unas mareas enormes.

En Puig Val apenas se aprecian. Aunque él trata de 'leer' el mar para intentar adivinar qué tipo de pescado debe haber por allí y acertar con el cebo. Hoy tiene previsto quedarse hasta la una y aunque tiene la paciencia que se le presupone a todo pescador, se está impacientando porque ya ha pasado un rato y no ha sacado absolutamente nada del mar. A veces bajan a verle los amigos de la urbanización, que le llaman 'Mabreta' desde los tiempos que iba al espigón a por mabras. Ahora saca de todo y en la nevera siempre tiene pescado suyo, aunque, por lo general, devuelve al mar casi todo lo que captura.

Ya no queda casi nadie en la playa. Por detrás, por el paseo, algunas parejas han salido a darse una caminata. Al final del paseo, tres parejas se sientan alrededor de una mesa de picnic y sacan la cena de fiambreras de plástico. La noche va extendiendo su oscuro manto mientras Vicente, ajeno al trajín que hay a sus espaldas, solo tiene ojos para ver si se mueven sus cañas. De repente, suelta: "Estaba mirando el mar y el agua está muy buena para que haya buen pescadito...". En el cielo, una medialuna minúscula vigila la noche. Vicente se enciende un cigarrillo que, por la brisa, apenas le dura cuatro caladas. Ahí se queda, feliz pero algo intranquilo porque se han ido los periodistas sin verle sacar ni medio jurel.

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