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la nave de los locos / OPINIÓN

155,68 euros

Foto: ARNE DEDERT/DPA

Pronto nos cobrarán por salir a la calle. Te sablean allá por donde pasas, y sin modales. Todo está por las nubes, mientras los figurones del poder viven a tutiplén. El último rejonazo ha sido la subida de la hipoteca.   

13/03/2023 - 

El día en que los socialistas y los pijocomunistas representaban su teatrillo en el Congreso a cuenta de la ley de excarcelación de violadores, yo acudía, con el miedo metido en el cuerpo, a un cajero automático de mi banco. Como sucede cuando te van a extraer una muela, siempre encontraba una excusa para retrasarlo. ¡Había oído y leído tantas cosas!

La noche anterior tuve una pesadilla. Se me aparecía Cristina, la francesa del BCE, vestida de cuero negro, en plan dominatrix. Llevaba un látigo y amenazaba con pisarme las nalgas con sus tacones de aguja. Me hizo pasar a un cuarto oscuro. Yo no veía nada. Olía a retestinado. Me obligó a desnudarme. Antes de despertar sobresaltado, con la frente empapada de sudor, recuerdo que me dijo: “Ahora te vas a enterar, español del sur”. 

El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá. Foto: FERNANDO SÁNCHEZ/EP

Por una extraña asociación de ideas relacioné mi sueño, de indudable naturaleza sadomasoquista, con el feroz aumento de los tipos de interés. El euríbor va ya por el 3,5%, y subiendo, oiga. Los prebostes de Bruselas justifican el sadismo de su política monetaria para frenar la inflación, de momento sin claros resultados.

Renovar la cuota de mi hipoteca

Como a otros millones de compatriotas, en marzo me tocaba renovar la cuota de mi hipoteca. Temblé al introducir la tarjeta en el cajero. Pulse el apartado de “últimos movimientos”. Esos segundos se me hicieron eternos. Ahí estaba el apunte, cinco dígitos crueles, con una coma entre los tres primeros y los dos segundos. Hice la cuenta de la vieja. El banco me había subido la cuota en cerca 160 euros (para ser exactos, en 155,68).

¿Debía estar contento pese a todo? A otros clientes les había ido peor. ¿O era un error y en abril me aplicarán un incremento mensual de 300 euros, como había leído en la prensa? Sentí un alivio absurdo; me veía como un enfermo agradecido porque le han dicho que sólo le amputaran una pierna, en lugar de las dos inicialmente previstas.

Lo cierto es que pagaré casi 160 euros más por mi préstamo hipotecario, dinero que no podré emplear en comprar ropa y libros en el pequeño comercio. Y si muchos como yo hacen lo mismo, reducen el consumo por obligación, esto quiere decir que cerrarán más tiendas de moda y librerías. Por eso no debe extrañar que el pequeño comercio agonice mientras Amazon y los chinos se ponen las botas.

La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra (i) y la ministra de Igualdad, Irene Montero (d), conversan durante una sesión plenaria en el Congreso, a 7 de marzo. Foto: RICARDO RUBIO/EP

El país se empobrece a gran velocidad, son muchos lo que se están quedando atrás, pero ellos, los figurones de la España oficial, siguen a lo suyo, a rebañar el plato de los presupuestos, sabedores de que tienen los meses contados. La realidad, cansada de ser humillada en estos cinco años, le ha ganado el pulso a la propaganda. Al relato oficial se la ha corrido el maquillaje, y lo que asoma es un rostro putrefacto como consecuencia de tantas mentiras, torpezas y traiciones.

“Lo que se llevará por delante al presidente maniquí es la pasta. El no llegar a fin de mes. El precio de la leche y los huevos”

El Gobierno caerá por la pela, como cayeron González y Zapatero. Las meretrices de Tito Berni le hacen daño, al igual que la rebaja de la pena a casi 800 agresores sexuales, cierto, pero lo que se llevará por delante al presidente maniquí y a su banda es el parné. La pasta. El no llegar a fin de mes. El precio de la leche y los huevos.

Deterioro de los servicios públicos

En una crisis como esta, en que todo es mentira salvo alguna cosa, incluido ese medio millón de parados que Yolanda Gucci esconde bajo las alfombras de su despacho, los servicios públicos deberían aliviar la situación de los más necesitados. Pero no es así. Se da la paradoja de que el deterioro de lo público ha coincidido con la izquierda reaccionaria que asegura defenderlo.

La ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero, durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, a 9 de marzo. Foto: ALBERTO ORTEGA/EP

Basten algunos ejemplos. El pésimo funcionamiento de la Seguridad Social ha dado lugar a una mafia que trafica con las citas de los pensionistas; la sanidad pública, en particular la atención primaria, está al borde del colapso (aquí los dos sindicatos del Régimen no se manifiestan como lo hacen en Madrid); la enseñanza pública, debido a la nefasta ley de la abuela Celaá, va camino de ser una enseñanza de beneficencia, sólo para hijos de familias pobres; Correos vende hasta la camisa para evitar la quiebra; Renfe pasa por sus peores momentos, los trenes no caben por los túneles… Lo único que funciona —y entenderme la ironía— es la capacidad recaudatoria de los chicos de la señora Montero.

Ya en mi casa, repasando el saldo vacilante de mi cuenta, soy consciente de lo poquita cosa que soy. Estoy solo e indefenso, a merced de la próxima ocurrencia de un político de Bruselas o Madrid. Cuento los ahorros que me quedan, y son menos que hace un mes pero muchos más de los que tendré dentro de un año, cuando alguien tan cruel como Cristina nos hiele la sangre con la siguiente reforma de las pensiones. ¡Qué vejez nos espera, hermanos cincuentones!

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