VALÈNCIA. José Puchalt fue un hombre mundano que no llamó la atención durante buena parte de su vida. Se pasó 42 años trabajando en la metalurgia para mantener a su mujer y sus cuatro hijas. Hoy le gusta bromear con que tiene cuatro hijas, cuatro yernos y cuatro nietos. Ya hace 17 años que dejó de fichar en la fábrica de Martínez y Orts y todavía sigue reconociendo sus apliques en la Casa Blanca y en Capitanía, o la lámpara del teatro Principal. "En muchas películas sigo viendo cosas de Martínez y Orts. Y en muchas catedrales", explica con un punto de orgullo corporativo.
Hoy tiene 81 años, pero está nervioso y agitado como un niño por la entrevista. No para de moverse por toda la casa en busca de una fotografía más, un recorte más, un recuerdo más. Pero no sobre sus tiempos en la metalurgia, no, a él lo que interesa es lo que llegó después: la vela. Hasta el punto de que no quiere dedicar ni un segundo más a lo anterior. "Lo passat, passat", zanja.
Puchalt dice que para llegar a los 81 años tienes que pagar un peaje. Y que el suyo son dos rodillas artríticas que no paran de darle guerra. Pero lo cierto es que cuesta sentarlo en una silla de despacho. Está delgado y mucho más ágil de lo que proclama. Su memoria también funciona bien, aunque al final, ya fatigado, se enfada porque le cuesta recordar un par de detalles o de palabras que se enmarañan en su cabeza.
El caso es que unos años antes de su jubilación, a los 55, en una de las temporadas que pasaba en la Manga del Mar Menor, se aventuró a preguntar en Socaire, una escuela de vela, si ya era muy mayor para aprender a navegar. Alguien se rio y le llevó a ver a un hombre de 60 años que seguía practicando el surf. Aquello fue suficiente para cambiar el ciclismo por la náutica.
Ese mismo año, en 1995, empezó a navegar. Y como si delante suyo tuviera a un notario y no a un periodista, se levanta de la silla y desaparece para volver poco después con una camiseta de Socaire en la que salen los años que ha estado navegando. Como sus hijos le decían que ya estaba un poco machucho para salir al mar, decidió reírse de ellos haciéndose un polo que pusiera J. Mayor.
Sus pulmones, en cuanto ha empezado a hablar de vela, son como dos spinakkers inflados por el viento en una empopada. Ya no hay quien le pare y en un momento dado de la conversación, comienza a hablar de Manolo. Que si Manolo esto, que si Manolo aquello...
-Pero señor Puchalt, ¿quién es Manolo?
-¿Manolo? Manolo Ruiz de Elvira, hombre.
Manolo Ruiz de Elvira es un reputado ingeniero naval que participó en el diseño del 'Alinghi' que ganó la Copa América de 2003 y 2007, y el 'Oracle' que la recuperó en 2010 y la defendió en 2013.
"¿Hay alguien aquí que hable español?"
La historia de su relación con la Copa América se inicia semanas antes de su estreno en València. Puchalt cogió un día una revista y se encontró con un barco "con un desarrollo de vela impresionante". Se quedó mirando la fotografía mientras se hacía una pregunta: "¿Cómo es posible que no vuelque con esas velas?".
No hacía mucho que Ernesto Bertarelli había anunciado que la Copa América que había conquistado el sindicato suizo -sin mar donde navegar- se iba a celebrar en aguas de València. Fue una decisión providencial en la vida de Puchalt, que se acababa de jubilar y no era muy de encerrarse en el hogar del jubilado a jugar al dominó. En cuanto se enteró de que los equipos ya estaban por la Marina, se fue para allá a curiosear. En su recorrido por las bases, llegó hasta la casa del Alinghi. Allí metió la cara entre unas rejas y comenzó a dar voces preguntando si había alguien que hablara español. Una persona le atendió y le dijo que sí, que estaba Joan Vila (un famoso tripulante catalán). Pero este no quiso saber nada de aquel señor.
Entonces salió Manolo Ruiz de Elvira. Al diseñador debió enternecerle aquel valenciano tan interesado en la Copa América y le abrió las puertas de la base. Fue el inicio de una amistad que hoy, casi tres lustros después, ha hundido sus raíces en València.
Puchalt está entusiasmado recordando los años de la Copa América. Los días que se levantaba bien temprano y cogía su bicicleta Boomerang de piñón fijo para irse por el carril bici hasta el puerto. Lo cuenta mientras un canario de un llamativo color naranja canta sin parar dentro de la jaula que hay junto a una de las ventanas por las que entra un sol generoso.
Ruiz de Elvira y Puchalt se veían con regularidad. Un día tomaban un café en la base hablando de la Copa, otra se iban a comer al bar Aduana y otras simplemente daban un paseo por el pantalán.
Gracias al diseñador se convirtió en uno de los 'Friends' del 'Alinghi'. Puchalt recibió un carnet, que por supuesto conserva, que le otorgaba una serie de privilegios, como seguir las regatas desde la base. Antes, eso sí, tuvo que tranquilizarles con que no pretendía hacerse rico vendiendo el 'merchandising' del sindicato suizo. "Eso fue porque cogí una gorra blanca y me imprimí los nombres de Alinghi y Copa América 2007. Se pensaban que quería hacer negocio y lo único que hice fue inventarme una gorra porque en ese momento no había nada".
Día a día fue convirtiéndose en uno más de aquel círculo náutico. Su buen talante y su afán por aprender le permitieron tender muchos puentes. Tantos que algunas empresas que sacaban a los aficionados y a los turistas a seguir la competición desde el campo de regatas, le dejaban subirse al barco si quedaba algún hueco. "Me sacaban en un catamarán y yo les decía que en cuanto saliéramos del canal, que teníamos que ir a vela. Y me hacían caso".
Llega un momento en el que hay que acabar con la conversación. José Puchalt podría tirarse días hablando de los años dorados de la Copa América. "Mi equipo era el Alinghi, y mi referente, Ernesto Bertarelli. Aquella primera Copa América fue un modelo de perfección. Todo funcionó como un reloj suizo. Yo, como 'friend' de los suizos, iba todas las mañanas a los desayunos con un tripulante".
Solo hay una cosa que le indigna, que España no fuera capaz de hacer un equipo que aspirara a la Jarra de las Cien Guineas. "Teníamos a los mejores tripulantes del mundo: Xabi Fernández, Iker Martínez, Jordi Calafat, Pepe Ribes... Pero alguien no hizo lo que tocaba. Yo no iba casi nunca por el 'Desafío Español' porque estaba en un extremo de la Marina y era complicado llegar hasta allí".
Bueno, eso y que la Copa América acabara decidiéndose en un juzgado de Manhattan. "Todo aquel follón, que lo que tenía que dilucidarse en el mar acabara en manos de los abogados, me dejó muy frío. La verdad es que me afectó".
La marcha del aguamanil del plata hasta Estados Unidos no acabó con la afición de Puchalt. El valenciano siguió con su descaro y un día, después de leer en el periódico que iban a mostrar al público el 'Telefónica Negro' de la Volvo Ocean race, cogió el tren y se plantó en Alicante. Pero un guardia de seguridad le dijo que no podía acceder, que era solo para socios. "Me fui muy triste, la verdad". Pero al cabo de un rato apareció por allí un grupo de gente importante con la alcaldesa de Alicante, alguna autoridad más y Pedro Campos, que era el patrón del 'Telefónica'. "Me metí en medio y le dije a Pedro Campos que era José Puchalt y que había venido adrede desde València para ver el barco. Entonces él cogió y pidió que me apuntaran en una lista. Subimos un grupo de periodistas y yo. No tenían ni idea. Unos se pusieron a babor y otros a estribor. Yo me senté en el centro y me agarré bien. En cuanto el barco salió al mar... la que se lió. Los periodistas iban dando bandazos por la cubierta y yo, mientras, bien sentado. Acabaron tan mareados y empapados que no quisieron ni probar la comida".
Después llegó un viaje a Cascais para seguir la Volvo Ocean Race. Siempre con Manolo Ruiz de Elvira como contacto. Puchalt lleva ya un buen rato hablando y algunos datos empiezan a bailar, pero lo que no recuerda lo acaba encontrando en los álbumes de fotos. Se remueve nervioso en su silla junto a una pared llena de motivos náuticos: un timón de madera, una acuarela con unas barcas y un cuadro con nudos marineros.
Es el momento de rememorar el viaje a San Francisco, donde se iba a celebrar la Copa América de 2013. "Manolo estaba allí y su familia fue a recogerme al aeropuerto. Me llevaron al hotel y todos los días, por la mañana, venían a por mí y me llevaban a la base del 'Oracle'. Recuerdo que perdían 8-1 contra el 'New Zealand' y me volví a España". Aquella decisión hizo que se perdiera una de las mayores remontadas de la historia del deporte. El 'Oracle', con James Spithill a la caña, ganó las ocho siguientes regatas y retuvo la Copa América. "Lo veía por la televisión y no me lo creía", explica antes de salir disparado a por una foto de Spithill.
Estos días ha seguido de cerca la última edición de la Copa América. Aunque asegura que ahora se entera más leyendo las crónicas de Alberto Mas -redactor de 'Nauta 360'- que trasnochando para ver las regatas. Los días de añoranza vuelve por la Marina y le entran ganas de llorar recordando sus años de amigo del 'Alinghi' y viendo en qué ha quedado todo. Aunque él sigue canalizando su afición por la vela por donde quiere y los últimos meses, metido en casa, cogía el ordenador o la 'tablet' y navegaba en una Vendée Globe virtual junto a otro millón de aficionados a la vuelta al mundo en solitario y sin escalas. Y se emociona contando que durante unos días llegó a ir entre los mejores, pero que arriesgó mucho, acercándose a la línea de exclusión, y encima se fue la luz en su casa y acabó perdiendo muchas posiciones. Después de 120 días llegó a la meta en el puesto 418.163 del mundo, el 4.720 de España y el 269 de la Comunitat Valenciana. No es que se acuerde, es que lo tiene apuntado en una hoja con letras y números verdes. Porque no le gusta que se le olvide nada. Y menos aún, nada relacionado con la vela, su pasión.