VALÈNCIA. El taller de Francis Montesinos es un belén. Todo su equipo rodea a Vicenta Montagud, que está sentada en una butaca y parece el Niño Jesús. Uno le retoca el pelo, otra le ajusta una manga y los demás simplemente trastean con sus ordenadores plateados. Vicenta va hecha un pincel. Viste como una señora, pero de Montesinos, claro, como delatan esas efes y esas emes inconfundibles. La rúbrica del genio. Los complementos armonizan discretamente, pero la mejor joya son esos ojos que brillan ilusionados al ver que se pone en valor su larga trayectoria profesional.
Vicenta ha sido la aguja del artista. Durante casi cincuenta años convirtió en tela las ideas casi dalinianas del modisto valenciano. Una curiosa relación materno-filial, a pesar de que solo se llevan tres años. Pero la edad no es solo física sino también mental, y Vicenta siempre fue más adulta que el díscolo diseñador que revolucionó la moda con una explosión de ideas y colores que todavía reluce en su taller.
La modista nació en Moncada, pero sus padres tenían un horno frente al Arzobispado, en València, que tuvieron que vender cuando el hombre cayó enfermo. En cuanto comenzó a escasear el dinero, sus padres cogieron a su hermana mayor y emigraron a París. Ella se quedó un año con sus tíos hasta que, ya asentados, vinieron a por la niña y se la llevaron con ellos a Francia. "Allí iba al colegio, claro, y después me puse a trabajar en una empresa de confección que se llamaba Céline Soria, en la rue Paradis (cerca de la Gare de l'Est), donde aprendí a coser y a cortar".
Aquella niña de 13 años se convirtió en una adulta, madre ya de una hija de tres años llamada Mavi, que un buen día decidió regresar a la 'terreta'. Aquí volvió a quedarse embarazada y tuvo a su segundo hijo. Un día, a principios de los años 70, estaba paseando con su hermana de camino a San Nicolás. Iban por el Carmen y pasaron por delante de la puerta del taller de Francis Montesinos, donde vieron que había puesto un cartel porque necesitaba una modista. Vicenta le pidió a su hermana que se quedara con el bebé y entró a preguntar por el puesto.
El diseñador sacó una hoja con el boceto de un vestido, se lo dio y le preguntó: "¿Tú sabrías sacar la muestra con esto?". Vicenta respondió que sí: "¿Para cuándo lo quieres?". A lo que Montesinos, implacable, le contestó: "Para mañana". Ella y su hermana volvieron a casa, cogieron las tijeras y las agujas y se pusieron a trabajar. Cuando Francis vio el vestido, quedó satisfecho y se despidió con veinte encargos. Estaban dentro.
Había tanto trabajo que Vicenta terminó abriendo un taller en Moncada en el que llegaron a emplear a nueve costureras. Ya no volvieron a separarse y la modista presume de haber trabajado al lado de Francis Montesinos durante 49 años, creándose un vínculo mucho mayor que el de un jefe y una empleada. "Para mí es como un hijo. Le llevo tres años pero yo me siento más mayor que él y le quiero mucho. Mi hija tenía tres años y medio y ya se venía conmigo a Montesinos, y él la quiere como si fuera hija suya".
Aquella hija forma parte del belén. Está allí ayudando a su madre y hay momentos en los que no se puede contener, tal es la pasión por Vicenta y por Francis, y mete baza. "Gracias a ellos me introduje en el mundo de la moda. Yo con ocho años ya ayudaba y hacía desfiles y todo", explica, de pie, al lado de un probador.
En aquellos años 70 eran dos veinteañeros con unas ganas desbordantes por trabajar. Las ideas explotaban en la cabeza del artista como si fueran las palmeras de un castillo de Ricardo Caballer, y ella, compartiera o no sus gustos, sus ocurrencias, sabía captar lo que quería y trasladarlo al atelier. "Era ideal; era un chico avanzado a su tiempo. Porque él no es un diseñador, él es un creador. Él te da el dibujo, pero cuando estás montando el traje, te lo cambia y te hace lo que él tiene en su cabeza. Y hemos hecho trajes de boda y de fiesta y de clavariesa; hemos tenido a la Carmen Alborch; hemos hecho las faldas de Miguel Bosé, el vestido de Paola (Dominguín) para casarse en París, un vestuario para Massiel, otro para Nacho Duato, el Canales, otro para la película de Almodóvar (Matador y alguna otra)... Si hasta hemos hecho el traje de novia a una madre, después a su hija y luego a su nieta".
Vicenta siempre ha tenido muy buena mano para la alta costura, pero ella cree en una virtud intangible: "Te tiene que gustar y lo tienes que vivir. Si estás haciendo un trabajo que no te gusta, no te esmeras. Pero si te gusta, estás buscando las puntadas necesarias para que eso salga perfecto". Mavi vuelve a irrumpir: "La modista también tiene que ser creadora. A veces hay ideas que no se pueden hacer y has de modificarlas".
Esta dama de la costura repite varias veces que Francis Montesinos tiene mucho arte. "Tiene su genio, pero es un artista". Y para subrayarlo recuerda que un año vistieron la falla del Ayuntamiento. "Hasta mi marido vino a ayudar". O ese ninot gigante que te recibe en la fastuosa exposición sobre el modisto del fino bigote en el Muvim ('50 anys. València, seda y foc'), una Carmen Alborch colosal vestida de Montesinos. Cien metros de tejido que se manejó Vicenta Montagud con su pericia habitual. "Hay que coserlo... ¿eh?". Más de un mes dedicado a esa creación.
Vicenta empieza a rebuscar entonces entre los papelorios que ha dejado encima de la mesa redonda hasta que encuentra la fotografía de un vestido rematado en los bajos con unas conchas. "Eso lo bordó mi hermana, y me gustaría que lo comentaras porque falleció hace unos años y siempre estuvo conmigo". Le tiembla la voz cada vez, y son varias, que se refiere a Encarna, la hermana, la amiga y la compañera que tantas horas pasó a su lado con las tijeras grandes, el corta hilos, la máquina de cortar a mano, otra circular, otra vertical, el metro, los alfileres, la tiza, el dedal, la 'remalladora', el papel para los patrones y la tela, las herramientas de costura que siempre han tenido a mano.
Aquel traje de las conchas llegó a estar expuesto en la Hispanic Society de Nueva York, donde lucen los famosos murales de Sorolla, otro valenciano con un talento creativo cautivador.
La modista siempre entendió lo que quería el diseñador, aunque, en realidad, no tenían mucho que ver. Él era un joven moderno y atrevido, muy transgresor. Y ella era una madre de dos hijos mucho más clásica, más casera, más contenida. Por eso, quizá, se han complementado tan bien. Los dos disfrutaban y se emocionaban en aquellos desfiles míticos en Madrid, donde presentaba sus nuevas colecciones. Aquellos viajes en los que Montesinos llegaba a la capital pisando fuerte, escoltado por una cohorte de valencianos enamorados de su arte y de su gusto por pasarlo bien, y soltaba allí, ya fuera en Las Ventas o en el Palacio de Cristal, todo su ingenio, su modernidad, inundándolo todo de color y alegría.
Esos estampados hermosos pero repletos también de contenido, de simbolismo, de guiños a su València del alma. "'Desampa' (en honor de la Mare de Déu dels Desamparats y a los pétalos que le tira la gente desde los balcones durante la procesión) es un estampado que a mí me llena el alma y me pone la piel de gallina. Es el que más me gusta. Lo mismo que la Nit del Foc, muy valenciano, muy mío".
Vicenta se retiró a los 64, pero es mentira y hoy, a los 73, si Francis le pide ayuda, coge el dedal y la aguja y acude a por él como San Jorge. Como hace unos meses, cuando le rogó que retocara los trajes que iba a exponer en el Muvim. Pero a los 63 se puso "malita" y quiso bajar el ritmo. No quiere hablar de su enfermedad. "¿Para qué?", pregunta. Y tiene razón. ¿Para qué?
Mejor recordar esas noches que Francis le llamaba a las doce angustiado porque necesitaba cinco fulares. Entonces ella cogía, se iba a la tienda a por la tela y luego se ponía a cortar y a coser toda la noche. Y a la mañana siguiente se los enviaban en avión a Berlín.
Porque en aquellos tiempos todo el mundo que pretendía mostrar algo rompedor, llamaba a Montesinos. Daba igual que fuera la portada de un disco de Golpes Bajos, el estreno mundial de El Lago de los Cisnes del Ballet Nacional de Cuba, o el vestuario de Las Comedias Bárbaras, de Bigas Luna.
A Vicenta le deslumbraban aquellas prendas tan atrevidas. Como aquel primer 'saragüell' para Miguel Bosé, a quien el modisto le diseñó seis vestuarios diferentes para la gira Bandido. O los pompones, un tipo de pantalón sin bragueta, y la camisa insignia, con los botones escondidos y a la vista otros con forma de cabeza de vaca. Prendas que llevaron orgullosos todos los familiares de Vicenta Montagud. Aunque el tiempo pasa... "Mi hijo era muy 'montesinero' y ahora, por trabajo, es de camisa blanca, traje y corbata".
Se nota que adora hablar de la moda, de su trabajo, de los inventos de Francis Montesinos... "Me ha gustado mucho. Yo he trabajado en el tren, cosiendo botones y etiquetas". Trenes con destino Madrid, en esos desfiles que eran todo un acontecimiento en la ciudad, que se pegaba de tortas por estar ahí, por formar parte de la 'locura' de Francis Montesinos. "En los desfiles me he emocionado mucho. Cuando terminaban, me ponía a llorar. Es que es muy emocionante ver a todo el mundo en pie mientras Francis está saludando, y entonces ves que también es tu trabajo y te sientes valorada. Y sé que él también lo valora". Aunque los dos tenían genio y a veces chocaban. "Pero, a pesar de eso, nunca hemos reñido".
Y cuando acababa el desfile, y empezaban las legendarias fiestas de Francis Montesinos en Madrid, Vicenta se despedía y, prudentemente, se marchaba al hotel. "A mí nunca me ha gustado ir. Entre otras cosas porque acababa rendida". Porque el día del gran desfile, llegaban por la mañana con el burro y pasaban las modelos a probarse los trajes. Y entonces, con solo unas pocas horas por delante, Vicenta tenía que retocar y recoser las piezas para adaptarse a las medidas variopintas de las maniquís.
También se ha valorado mucho otra virtud de Vicenta que nada tiene que ver con la costura. O sí. Su discreción. "He oído mucho y he callado más", explica en alusión a las mujeres de la alta sociedad valenciana que pasaban por el taller y, alfiler va, alfiler viene, iban contando sus intimidades.
El equipo, que se había ido a la trastienda para que la conversación fluyera en un ambiente más íntimo, ya hace rato que ha vuelto a salir. Aquello vuelve a ser un belén. Y Vicenta, feliz, satisfecha por esos 49 años de bellas puntadas, se gira un momento y me susurra: "Por favor, nombra a mi hermana Encarna, que ya no está y fue muy importante para mí".