Hace apenas unos días trascendía la noticia de que la Comisión Europea había decidido, al fin, cerrar el expediente contra la Ciudad de la Luz de Alicante/Generalitat por subvencionar con dinero público a productoras para que se dejaran caer por el complejo cinematográfico a fin de rodar series o producciones cinematográficas.
Han pasado muchos años desde que se puso en marcha el complejo, uno de los más deficitarios de nuestra historia reciente. Un proyecto heredado de los gobiernos populares que iba a convertir las comarcas del sur en la California del Mediterráneo. Nos costó, que se sepa, más de 400 millones de euros. Apenas se rodaron durante sus pocos años abiertos algo más del medio centenar de películas, Una ruina en toda regla de la que también fueron cómplices las filas socialistas; cuanto silencio durante los años que muchos advertían que aquello era un auténtico escándalo político y económico en manos de gestores manirrotos que vivieron a cuerpo de rey.
Como sucede en la política, gran parte de aquellos que se beneficiaron de todo durante los días de vino y rosas están ahora, por suerte, apartados de la vida pública, como también todos esos familiares de afines al PP que encontraron en el megalómano proyecto una fuente de vida que les duró mientras duró la abundancia.
Así fue hasta que una denuncia puso a Ciudad de la Luz contra las cuerdas y desde Europa se nos recordó, pese a las advertencias persistentes, que un Gobierno no está para financiar cine comercial y menos para utilizar un complejo audiovisual y efectuar competencia a los sectores privados. Menos aún para actuar como una caja de pandora con la que subvencionar desde un equipo de fútbol o baloncesto a clases de zumba y aerobic, que es como acabó el proyecto de Alicante.
En el fondo, aquello no tenía como objetivo, como así se ha recordado durante años, visos de convertir a nuestra autonomía en ningún Hollywood Mediterráneo. Era otro intento de pelotazo económico para reconvertir un entorno rústico en un paraíso de apartamentos, chalets, complejos residenciales y hoteles al borde del mar. Sólo que la historia salió mal con eso de la crisis.
Para este presente no hacía falta gastarse 400 millones de euros, que se sepan oficialmente. Con haber cumplido los deseos de los asesores de entonces, entre ellos el propio Berlanga, con aprovechar la nave de Altos Hornos, hoy cerrada también, era suficiente. Pero no, había que ir a más. A lo grande. Hasta se trajeron a un arquitecto de Los Ángeles especializado en estudios para que nos hiciera el nuestro. Y resultó que en su web estimo el coste de la obra por el doble del valor del que nos aseguraban por aquí.
Han pasado años desde su cierre. Desconozco en qué estado estarán las instalaciones, pero seguro que no se han cuidado como debían. Por lo que necesitarán de una nueva inversión institucional para devolverles sus condiciones. Así que, miedo me da.
Porque según ha trascendido también, la idea ahora es contratar a base de concurso a unos nuevos gestores venidos de lo privado para que intenten solucionar el problema heredado y lo vuelvan a poner en marcha. ¿No teníamos tantos expertos en nómina?
La cuestión es que nos han devuelto desde Europa lo que nunca debió de existir, al menos en esa dimensión y magnitud y con esos aires de grandeza.
Así que la pregunta que hay que formularse en voz alta es: ¿y ahora, qué? o mejor aún ¿y ahora, qué hacemos? ¿Con qué nos van a sorprender estos políticos que son incapaces de proteger a un sector audiovisual, que ni siquiera pone en valor una televisión autonómica que censura o maneja desde los despachos y en la que se reparten los cargos en función de la representación política de turno pero sin apenas audiencia?
Estoy deseando que alguien lo explique. Porque después de casi una década sin actividad y con esos tanques de agua en el que se iban a rodar no se sabe cuántas películas de piratas, la cosa pinta gris. Pero no se preocupen. Algún amigo del negocio vendrá para poner cierta luz.
Sin embargo, deberían de tener en cuenta que se perdió la oportunidad de negociar con una de esas plataformas de ahora para que se quedará el reciento en régimen de explotación y lo peor que el cine ya no es lo que era. Ahora es digital y se hace con un ordenador, por lo que ya apenas se necesitan estudios, y las producciones sólo alimentan plataformas digitales ya situadas y con productos de bajo coste.
Vivimos una época totalmente diferente en la que el cine, salvo excepciones, ya no es ni negocio redondo.
Para que vean en qué manos hemos estado con la complicidad de un arco parlamentario autonómico que miró en su día para otro lado y ahora recibe el “marrón” de una película con muchas sombras y las luces apagadas.
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