Entre 1987 y 1991 se me encomendó por el conseller Andrés García Reche la directriz de encontrar una alternativa para que tuviera continuidad la tradición ferial de Alicante, presente en Elda desde 1959. Ambos compartíamos la preocupación de que la nueva Feria de Madrid (IFEMA) buscara su consolidación apropiándose, entre otras, de las ferias internacionales del calzado que se celebraban en la ciudad del Vinalopó.
La creación de la Institución Ferial Alicantina (IFA), en el espacio que sigue ocupando desde 1991, entre Elx y Alicante, podía contemplarse, además, como una pieza favorecedora de lo que entonces se conocía como el Triángulo Alicante-Elx-Santa Pola: un territorio que activara inéditas oportunidades económicas y contribuyera a intensificar la relación entre dos grandes vértebras del tejido empresarial, demográfico y cultural de Alicante y la Comunitat Valenciana: la capital provincial y Elx.
Desde la perspectiva actual puede decirse que IFA sólo logró lo que realmente estaba a su alcance. No lo estaba el Triángulo, que parecía pensado para facilitar nuevos desarrollos urbanísticos, sin mayores pretensiones estratégicas de medio y largo plazo que aunaran las prioridades y recursos de la segunda y tercera ciudad más pobladas de la Comunitat; así lo pude comprobar al conocer la maqueta de gran tamaño que se custodiaba en la empresa que era, en aquel momento, la firma líder del calzado. Como recinto ferial el resultado fue agridulce pero distinto: gracias al fuerte empeño de algunas personas, –recuerdo en particular a Antonio Martínez Gómez y a Vicente Arellano-, si bien no se logró retener las ferias del calzado-moda, sí permanecieron las dedicadas a los proveedores del sector y surgieron otras nuevas que, en conjunto, evitaron que el sur de la Comunitat desapareciera del mapa ferial español.
Aquello ocurrió hace tres décadas. El suelo urbanizable era el tótem más reverenciado y, de otra parte, el nuevo proyecto ferial apenas suscitó interés visible en los medios empresariales: de una parte, la patronal del calzado había obtenido de IFEMA contrapartidas económicas que le permitían financiar sus estructuras operativas. Desde otras instancias, como la Cámara de Comercio y COEPA, tampoco emanaron señales nítidas de apoyo en aquellos momentos: mantenerse al margen de la batalla ferial evitaba enfrentarse a una federación empresarial que, en aquel momento, mantenía una fuerte presencia exportadora e influencia industrial. Los intereses internos e inmediatos primaban sobre otras consideraciones de mayor alcance. Un enfoque que, como después pudo observarse, no era exclusivo de Alicante pero sí alcanzaba en algunas de sus élites un peso tan extraordinario como infundado.
De hecho, ya en el siglo actual, tanto en Alicante como en el resto de la Comunitat Valenciana, hemos contemplado la comisión de errores que han afectado a las dos Ferias de nuestro territorio, bien por los costes de ampliación de Feria Valencia, bien por el proyecto de urbanización acometido por IFA en sus proximidades (de nuevo, la explotación del suelo como fetiche). Circunstancias penosas que pusieron en peligro de desaparición a ambas ferias durante el transcurso de una década horribilis que también contempló dramáticas desviaciones en el correcto comportamiento del sector financiero autóctono, desaparecido prácticamente tras el hundimiento de la CAM, Bancaixa y el Banco de València. Una pérdida que se extendió, asimismo, a las organizaciones empresariales de Castellón y Alicante y a algunos institutos tecnológicos.
En buena medida, la toxicidad que penetró en el tejido institucional de orientación empresarial coincidió temporalmente con el distanciamiento de la renta per cápita valenciana y alicantina de la media española: un proceso en el que el sur de la Comunitat obtuvo las cifras más pobres del conjunto regional, con áreas concretas de la ciudad de Alicante que, según las recientes estadísticas del IRPF, todavía se sitúan a la cola de los barrios españoles por nivel de renta.
Recordar permite aprender. Y ese aprendizaje nos lleva al que, como se ha sugerido, es el gran problema de Alicante: la extensión de una economía de baja productividad que frena la generación de mayores rentas salariales y empresariales. Un problema que necesita afrontarse en toda su crudeza, valorando críticamente los espejos deformados que se han presentado en el pasado como remedios prodigiosos; y que, más que espejos, fueron espejismos: lo fue Terra Mítica en su conformación inicial, que no tardó en caer bajo el peso de los sobrecostes de su construcción y la sobredimensionada estimación de visitantes. Lo fue la Ciudad de la Luz, cuyo reclamo se forzó artificialmente ofreciendo sustanciosas subvenciones a las empresas cinematográficas que utilizaran sus instalaciones, provocando que la Comisión Europea paralizara su actividad al violarse la legislación europea sobre competencia empresarial.
Antecedentes como los anteriores merecen una reflexión a calzón quitado. De ésta no puede excluirse la propensión a la fijación de un reducido puñado de objetivos bien ruidosos pero inconexos, en detrimento de una concepción más amplia y bien fundamentada de los principales déficits económicos (y sociales) existentes; o a la evitación de alguno de los anteriores tomando como criterio de exclusión los intereses empresariales más que el interés general. Hace falta más visión que proyectos. La visión necesita de tiempo para desarrollarse, liderazgo, complicidad y búsqueda de complementariedades. Los proyectos específicos emanan de la visión, pero ésta no se construye correctamente a partir de retales procedentes de proyectos dispersos o de la mimetización de lo que hace el vecino, como sucedió con el Distrito Digital de la Generalitat y la reacción de alguna institución local alicantina deseando clonarlo en lugar de acompañarlo. Es esa ausencia de una visión compartida lo que ha provocado que Alicante sea un territorio con gran número de Planes Estratégicos provinciales, alentados desde diversas instituciones…, y también la que no ha logrado que ninguno prosperara más allá de su presentación a bombo y platillo.
De esa visión de futuro no puede quedar al margen la importancia atribuida a la discriminación que “Valencia” ejercería sobre Alicante. Una “Valencia” de impreciso significado pero que, en buena medida, apunta a las instituciones autonómicas como responsables de los lastres experimentados por la economía alicantina: una afirmación que, habiendo cosechado justificación en ciertos momentos, no puede alzarse como permanente cortina disimuladora de la inacción o ineficiencia en el empleo de los recursos estrictamente alicantinos. La prudencia y el propio interés aconsejan la neutralización de ese exceso de maniqueísmo que enfrenta Alicante con “Valencia” porque si se desea ganar influencia en el ámbito autonómico parece razonable que se juegue a fortalecerlo en lugar de debilitarlo o esperar que alguien de la terreta recale en el Palau de la Generalitat y ejerza de milagrero: lo que sucedió en las etapas de Eduardo Zaplana y Francisco Camps debería ser lección más que suficiente para evitar el uso de presuntos antídotos; y, por si no lo fuera, adviértase el profundo cambio que ha experimentado el entorno español e internacional, poniendo patas arriba las ideas que forjaron aquellos modelos abonados al boato de lo efímero y a la imprudencia, cuando no corrupción, en el uso de lo público. Adviértase, de paso, la delicada situación financiera de la Generalitat y las demandas insatisfechas en la provisión de los servicios públicos fundamentales, de igual importancia para todo punto de la geografía doméstica.
Las instituciones autonómicas deben acompañar el proceso de convergencia económica de la Comunitat y Alicante; pero si se dejan al margen las tentaciones de simplificación o paternalismo y se acepta, como es lógico, que existen responsabilidades compartidas, lo inmediato es aceptar que la primera palanca del progreso de Alicante reside en sus cerca de dos millones de habitantes; en las oportunidades que todas las instituciones proporcionen a su juventud y al conjunto de la población con ganas de trabajar, de superarse y crear una senda propia de futuro; y en el compromiso de las sociedades civiles de integrar en sus líneas maestras lo que surja del diálogo social.
La segunda palanca de progreso se encuentra en la diversidad interna de Alicante: una pluralidad que no siempre se encuentra a la vista porque el lenguaje más visible tiende a magnificar los puntos de vista cercanos a la capital, sin dejar espacio suficiente a las visiones de otras comarcas de la provincia. Por ejemplo, a la relevancia de la reindustrialización. Un detonante de mayor dinamismo económico al que se suma la superación del desaprovechamiento del área urbana Alicante-Elx, sometida a un inercial y cansino distanciamiento que limita el despliegue de su potencial mercado conjunto: un mercado similar al de Málaga.
En tercer lugar, parece oportuno añadir la corrección del protagonismo que ocupan los recursos naturales como fuente de riqueza en el imaginario de algunos grupos sociales influyentes y el reconocimiento de las actividades económicas de servicios avanzados en conocimiento como creadoras de más y mejores empleos. Unas actividades que pueden beneficiarse del nomadismo digital practicado por profesionales y emprendedores de otros países que hallarían en las comarcas de Alicante lugares de enorme atractivo donde situarse y expandir su actividad. España es el cuarto país del mundo más atractivo según el Global Remote Work Index y Alicante se encuentra en condiciones de formar parte de las grandes áreas internacionales del teletrabajo.
Y, en el terreno turístico, no perjudica al turismo estacional ni al permanente que Alicante sea un prototipo de la economía azul, como ahora aspira a serlo de la economía digital y como podría serlo del nuevo conocimiento aplicado a la protección de la propiedad intelectual, en sintonía con la EUIPO: tres yacimientos de empleo alineados con la demanda de un capital humano especializado y perceptor de mejores salarios.
De otra parte, el turismo tradicional tiene ante sí el reto de prepararse ante el cambio climático y, en ese nuevo marco, abonar con mayor entusiasmo el turismo enraizado en la innovación, la cultura, el entretenimiento y las alianzas entre destinos que refuercen la desestacionalización y la calidad, obteniéndose mayor productividad de los activos turísticos e inmobiliarios. Recuérdese, a este respecto, que los trabajos sobre productividad en la Comunitat Valenciana resaltan el insuficiente desempeño que se logra del capital inmobiliario a causa de su limitada puesta en valor y al sobredimensionamiento que experimentó durante la crisis iniciada en 2008.
Finalmente, sirve también al interés propio de Alicante que ésta se sume a la consecución de los objetivos regionales que son claramente de suma superior a cero, con un esfuerzo institucional a favor de la financiación de la Comunitat Valenciana y de la alta velocidad entre las capitales valencianas que trascienda las obligadas declaraciones formales. Una colaboración estratégica interna, guiada por la convergencia económica en un entorno de mayor bienestar social, en la que cobre cuerpo la seguridad en la obtención de recursos hídricos suficientes, una lectura valenciana de Alicante atenta a su pluralidad geográfica y una lectura alicantina de la Comunitat Valenciana que vea en ésta un espacio complementario valioso, merecedor de aprecio, colaboración y lealtad. Y, lógicamente, una lectura alicantina de Alicante que reconozca sus enormes capacidades y la necesidad de abordarlas con diálogo interno, espíritu cooperador, generosidad y equidad territorial.
Continuar la tarea de coser la geografía valenciana que practicaba con intensidad el president Puig merece continuidad porque es un objetivo “de Estado”. Es responsabilidad del president Mazón tomar el testigo y elevarse sobre las reticencias cercanas o las procedentes de sus socios de coalición. Si unas u otras le disuaden de ello habrá contribuido a la jibarización de las ambiciones que marcan la ruta de la Comunitat Valenciana y de Alicante.