¡Damas, y caballeros, el bingo reaccionado ha llegado a la ciudad! ¡Cada semana, un colectivo atacado, un derecho cuestionado, una regresión social! ¡Siempre toca, siempre toca! Ya han salido premios tan esperados por grandes y pequeños como ‘Que sean maricas si quieren, pero en su casa’, 'Los MENA son moros delincuentes que le roban a tu abuela’ y ‘Así vestida vas provocando’. ¡Con el bingo reaccionario, cada semana, una opresión garantizada!! ¡Y esta vez, TITITITITI, han cantado ‘aborto’! Ya tardaba mucho en salir, pero nunca hay que perder la fe en el bingo reaccionario: siempre toca.
En cuanto una se descuida, en cuanto lo damos por garantizado, TRACATRÁ, ahí llegan un puñado de humanos biempensantes obsesionados con tutelar los úteros ajenos. Década tras década, se empeñan en recordarnos que nos consideran niñitas incapaces de tomar decisiones por nosotras mismas, incapaces de llevar las riendas de nuestro destino. Solo somos chicas tontísimas y candorosas que necesitamos custodia permanente porque, pobrecitas, no sabemos elegir bien. ¡Que alguien más sabio que yo gestione mis ovarios, que yo sola me hago un lío, con las trompas y los óvulos por ahí danzando!
En esta rifa de la sumisión no se puede bajar la guardia ni un instante. Porque por muchas normativas que se aprueben y muchos avances que logren los feminismos, el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo se encuentra siempre en el alambre, siempre bajo la amenaza de ser recortado, dificultado, diluido entre moralinas culpabilizadoras. La de decir cuándo y cómo deseamos gestar o no gestar es una batalla sin fin, que se va perpetuando de generación en generación. Una conquista que no acaba jamás.
Lo estamos viendo en geografías tan aparentemente distintas como Polonia o Texas, pero también en la ola ultraconservadora que cabalga por estos lares. Lo vemos en los grupos antiabortistas que se congregan ante las clínicas para coaccionar a las mujeres que acuden a ejercer un derecho que tienen reconocido por ley. Relincha salvaje en los idearios de la extrema derecha que van impregnando las instituciones, en su empeño por cercenar las libertades de la mitad de la población. Y aparece camuflado con la maligna banalidad burocrática en las objeciones de conciencia en masa que recorren los hospitales públicos y abocan a las mujeres a los centros privados (para, repetimos, ejercer un derecho). Algún asuntillo habrá que revisar en las instancias médicas si, según el Ministerio de Sanidad, en 2020 más del 84% de las interrupciones voluntarias del embarazo se realizaron fuera del sistema público. Que alguien le dé una vuelta.
Ese cuestionamiento continuo está presente también - de forma quizás más sutil, pero no menos dañina - en esos discursos que hablan del aborto como un fracaso, como la última opción; que lo oponen a facilitar ayudas a la maternidad, marcándose un ejercicio de falsa dicotomía del tamaño de la fosa de las Marianas. Como si ayudar a quien quiere estar embarazada fuera incompatible con ayudar a quien quiere dejar de estarlo. Son las mismas voces que defienden la legislación justita para que no se nos amontonen las muchachas desangradas en la trastienda de una pajarería con una percha entre las piernas, pero nada más. Cuanto más humillante y punitivo sea todo el proceso, mejor, por guarras irresponsables. Y, por supuesto, sin perder la oportunidad de poner en duda el libre albedrío de la afectada, ¿cómo va una mujer a estar segura de algo que ha elegido autónomamente tras haber reflexionado al respecto, qué disparate es ese?
Todos esos planteamientos se aprovechan del magma de la culpabilidad, la mejor amiga de la condición femenina desde tiempos inmemoriales. Mujer y culpa son un dúo que nunca falla, las gemelas de Sweet Valley del juicio colectivo. Detrás de cada frase melosa sobre “rezar por las mujeres que deciden acabar con la vida de sus hijos no nacidos” hay un intento de presionarnos para que nos sintamos atenazadas por el remordimiento. Para que creamos que estamos cometiendo un pecado imposible de purgar, una falta terrible, un delito de espíritu por el que debemos ser castigadas y señaladas. Un motivo de cilicio mental. Culpa, culpa, culpa.
De hecho, aunque nos pintemos muy modernos, en muchos ámbitos todavía es un tabú hablar de haber abortado si el tuyo no ha sido un caso médico extremo, si la decisión no ha resultado absolutamente desgarradora y te ha dejado secuelas, si estás continuando con tu existencia de forma más o menos normal. E incluso si ha sido una experiencia dolorosa y todavía cobijas ese sufrimiento, hay espacio para la sombra de la sospecha. Algo has hecho mal y debes pagar por ello. Culpa, culpa, culpa. No importa que desde 2010 la ley permita, dentro de los plazos estipulados, acabar con un embarazo por la única razón de no querer estar embarazada. Sin una justificación médica, sin una causa externa que te imposibilite maternar. Porque tú no quieres y ya está. Da igual, la culpa gana la partida.
Como en tantos otros asuntos que conciernen a la sexualidad femenina, el único papel aceptable en una mujer que admite haber abortado es el de víctima perfecta: traumatizada, obligada por las circunstancias, sintiéndose avergonzada por ello, hundida. Culpa, culpa, culpa. Que no desease estar embarazada no importa, no es suficiente. Negar esa capacidad para decidir lo que una no desea es la enésima forma de infantilizarnos. La voluntad femenina queda, una vez más, relegada a un asunto secundario frente a las convenciones sociales y el moralismo que todavía moldea nuestra forma de estar en el mundo.
Ya lo siento por los enfants terribles patrios, pero puritanismo es considerar el aborto una deshonra en pleno 2021, no lo de criticar que se hagan chistes homófobos y racistas en televisión, pesados, que sois muy pesados. En cualquier caso, nada nuevo bajo el sol de los arquetipos. No querer ser madre (o, al menos, no querer serlo en un momento concreto) es un clásico de la mala mujer. Pérfida, fría y calculadora, rechaza el regalo de la vida porque tiene otros deseos e intereses, la muy zorra. ¿Cómo puede atreverse a no abrazar la maternidad cuando se le presenta sin ser buscada?
Pero no nos dejemos camelar. Por mucho drama que monten los gerentes del bingo reaccionario, no tenemos que pedir perdón a nadie por ejercer con garantías un derecho. No tenemos que pedir perdón por querer mandar sobre nuestros cuerpos y nuestras existencias. La ofensiva para arrebatarnos libertades no cesa, pero para cabezotas, nosotras.