VALÈNCIA. Hasta ahora siempre pensé que las catedrales se edificaban altas, con sus torres o agujas acariciando el cielo para estar más cerca de Dios. También que las capillas formaban parte de un edificio mayor, habitualmente una iglesia o un palacio. Lo aprendí en los libros de historia, como también que el material empleado era la piedra, extraída de canteras y llevada ex profeso para construir un lugar de oración. Me equivocaba. En Polonia existe una capilla que está construida con sal y en las profundidades de la tierra. Sí, esa misma sal que utilizamos cada día para aderezar los platos, los mineros que trabajaban en la mina de Wieliczka la utilizaron como material para moldear unas esculturas que rozan la perfección.
Hasta la ciudad de Wieliczka, a 15 kilómetros de Cracovia me dirijo para ver esa capilla de sal en las entrañas de la tierra. Antes he de descender los 380 escalones que conducen hasta el primer nivel. Como turistas, solo vemos 3,5 kilómetros de los 245 km de pasadizos que construyeron los mineros que trabajaban aquí —hay unas 3.000 cámaras—. Es decir, solo vemos un 2% de esos pasillos que hoy damos vida los turistas. Sin embargo, los railes y las escaleras de sal que hay en las paredes recuerdan aquellos tiempos en los que los mineros trabajaban aquí, en unas condiciones muy duras, a oscuras y casi asfixiantes —las minas de Wieliczka se explotan desde el siglo XIII—. De hecho, un 10% de los trabajadores sufría accidentes al año…
Pese a ese trabajo sacrificado sacaron tiempo para tallar en las paredes capillas, altares, estatuas, lámparas, mobiliario… Lo descubro más tarde porque la guía, Agata, antes cuenta la historia de la mina, que en 1996 dejó de funcionar como tal. En cada paso el aire de los túneles se vuelve más frío, y la oscuridad mayor, o eso me parece. El suelo es de sal y da impresión pensar que bajo mis pies hay otros ocho niveles y el último está lleno de agua. En total 327 metros de profundidad. Mejor no pensar o me quedo clavada allí.
El suelo es de sal pero también las paredes, como se puede ver en las cámaras, que se corresponden con un antiguo bloque de sal que se extrajo lentamente hasta agotarlo. Son de un color gris oscuro, tonalidad que adquiere la sal cuando se expone al aire y pasan los siglos. Si te fijas bien, en algunas partes es blanca y en otros lugares con forma más esponjosa (como pequeñas coliflores). Puedes probarla. Solo tienes que dar un lametón a sus paredes. De hecho, hasta la guía me anima a hacerlo y me cuenta que hasta hay gente que ha lamido el suelo...
En algunas de esas cámaras vemos estatuas de Copérnico, Chopin, Goethe, Mendeléyev, Kazimierz, Pilsudski… porque en algún momento de la historia pasaron por estas mismas galerías subterráneas. De hecho, Chopin frecuentaba bastante las minas para combatir sus problemas de asma porque, según me explican, el ambiente de las minas, extremadamente seco y puro, con una temperatura constante de unos 14ºC, es ideal para tratar enfermedades respiratorias.
A cada paso voy conociendo la historia de la mina, también amenizada por los propios protagonistas. Así, en la cámara Janowice, excavada en el siglo XVII, un grupo escultórico representa la leyenda del anillo de Santa Kinga, patrona de la mina. En otra hay artilugios que se empleaban, como los perros húngaros, unos carritos llamados así porque sonaban como el gemido de los perros y fueron construidos por los húngaros… Y sí, también utilizaban caballos.
Toca bajar más escalones para descender al nivel dos. Lo hago mientras observo a mi alrededor pequeños enanos —no puedo evitar cantar la canción de los Siete Enanitos— y lo que más me impacta: estalactitas y estalagmitas de sal producidas por un fenómeno de cristalización. Después, accedo a la capilla de la Santa Cruz, recubierta de madera, y unos metros más adelante llego al mirador de la capilla de Santa Kinga que, literalmente, me deja sin palabras.
Asomada a la barandilla observo atónita esa gran cavidad de 54 metros de largo, 17 de ancho y 11 de alto. Son tales sus dimensiones que la convierten en la capilla bajo tierra más grande del mundo (a 100 metros de la superficie). La panorámica no puede ser mejor: cinco lámparas de araña iluminan la sala (de sal en su mayor parte), el altar al fondo —con reliquias de Santa Kinga y sangre de Juan Pablo II— y las grandes escalinatas que dan acceso al lugar. Viéndolo entiendo por qué mucha gente quiere casarse aquí o asistir a misa los domingos.
Desciendo por una de ellas para admirar más de cerca esta iglesia: tiene varios altares, un púlpito, estatuas (de Santa Kinga, Juan Pablo II y un belén) y relieves en las paredes que hacen las veces de retablo. Entre ellos destacan La matanza de los inocentes, Huida a Egipto y La Última cena, inspirada en la de Leonardo da Vinci. Sí, todo de sal. Y lo más impresionante: fue tallada por tan solo tres obreros (los hermanos Markowski y Antoni Wyrodek), que se dedicaron durante toda su vida a darle forma y fueron enterrados allí mismo, uno de ellos a la edad de 91 años.
Al salir pienso que no puedo sorprenderme más. Me equivoco porque la sala Michalowice (del siglo XVII), con su treintena de metros de vigas de madera soportando la cámara, es impresionante y me recuerda a las minas de El Señor de los Anillos. También es increíble el lago de Weimar, con sus escaleras iluminadas en el lateral derecho.
El camino continúa bajando hasta la Cámara Stanislaw Staszic, dedicada al geólogo polaco y que, con una altura de 50 metros, es la sala más grande de todo el recorrido. En ella se realizó el primer vuelo en globo —apuntado en el libro Guinness— y el primer bungee jumping dentro de una cueva subterránea. Además, en 1944, el ejército nazi creó una fábrica para el montaje de aviones pero con la ofensiva soviética se vio obligado a desmontar la fábrica.
En esta misma sala hay una placa que conmemora la primera lista de Patrimonio de la Humanidad. Y es que, debido a su extrañeza y sus excelsas formas, esta mina fue incluida en la Lista de Patrimonio Natural y Cultural Internacional de la UNESCO en 1978.
Después de pasar por la tienda y el restaurante bajamos unas escaleras para llegar a la capilla de San Juan, situada en el punto más profundo (135 metros) que, como turistas, podemos acceder. Sin darme cuenta he bajado 800 escalones que, por suerte, no he de subir porque un antiguo ascensor minero me lleva de nuevo a la superficie. Lo hace en un santiamén, como han pasado las dos horas de recorrido por las minas de sal de Wieliczka.