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OFENDIDITA / OPINIÓN

El chupete de Damocles

18/04/2021 - 

Un fantasma persigue a las mujeres de entre 25 y 40 años mientras utilizan Internet. Se trata de una amenaza más terrible que la idea de una pandemia mundial indefinida, más insufrible que los imbéciles que te gritan cosas por la calle, peor incluso que las medias que se rompen nada más sacarlas del envoltorio. Ese temor que atenaza nuestros espíritus es la posibilidad de que nos vuelva a salir en mitad de un vídeo de YouTube ese maldito anuncio de una marca de tests de embarazo y ovulación. Si en vez de lectora eres lector, es probable que no tengas ni idea de lo que te estoy hablando, pues la simpática estrategia de marketing de esa compañía tenía bien fijadito su target en nosotras, las señoras que atravesamos ese espacio tan horriblemente llamado ‘edad fértil’. Por eso, tú, estimado amigo, no llevas años sufriendo el bombardeo de anuncios en los que una muchacha exclama emocionada “¡Estoy embarazada...de tres semanas!”. (¡Vaya, la experiencia masculina no es la única! ¿Cómo es eso posible?).

En los últimos tiempos el acoso y derribo publicitario ha bajado su intensidad, pero en su momento álgido resultaba escalofriante. Spots y spots en los que te recordaban que ya era hora de ir pensando en ser madre; a ver si te centras y decides darle uso a tu útero; tic-tac, tic-tac. Ese miedo a ver nuestra paz perturbada mientras intentas seguir una clase de yoga online ya se ha quedado ahí para siempre.

En realidad, esa campaña no era más que otra piedrecita en la montaña de presión social en torno a la maternidad con la que vamos cargando las hembras a las que ya se nos consideran ‘en edad de criar’. El bombardeo moralista está por todas partes. En la publicidad, en los medios de comunicación, en los consejos no pedidos por parte de conocidos, colegas o familiares… Parece imposible escapar de esa conversación fiscalizadora sobre traer chiquillos al mundo. Además, no hay salvación posible, no hay respuesta que pueda librarte del juicio y la apostilla. Si tienes claro que quieres ser madre: “¿A qué esperas?”, “Mira que ya estás en los treinta, a partir de ahí todo cuesta abajo” o ese repelente y nunca solicitado “Se te va a pasar el arroz” (muerte y destrucción). Si estás segura de que ese no es el modelo de vida que deseas: “Ya cambiarás de idea” “¿Y si te arrepientes y ya es tarde?”. Si no lo tienes claro: “Eso es una moda de ahora, seguro que luego te entran las ganas”, “No te duermas en los laureles que no te quedan tantos años buenos por delante”. Mujeres y culpa han formado desde el inicio de los tiempos un maravilloso combo, ¿cómo no iban a ir juntas cuando se habla de maternidad?

Hace unas semanas, un artículo de la revista Elle se preguntaba por qué varias influencers (de esas de vida perfecta, casita perfecta, cuerpo perfecto, puestita de sol en Formentera perfecta, tostadita de aguacate perfecta) habían decidido ser madres antes de los 30. Y, bueno, como muchas de nosotros le chillamos a la pantalla del ordenador en pleno ataque de histeria y frustración, el motivo fundamental es que han podido hacerlo. Porque, a diferencia de la mayoría de sus coetáneas, no tienen que preocuparse por cómo pagarán un piso minúsculo de alquiler desorbitado, dónde estarán trabajando en unos meses, cómo se las apañarán para compaginar su jornada laboral con las necesidades la criatura o cuánto podrán estirar un salario de alambre.

Cada cierto tiempo, salen también en prensa los preocupantes informes sobre la baja natalidad de las españolas, siempre con ese reproche (la culpa, hello, darkness, my old friend) hacia aquellas que han elegido una existencia sin hijos porque les ha dado la real gana. ¿Quién va a pagar nuestras pensiones? ¿Por qué las mujeres no quieren tener 2,5 churumbeles? Menudas egoístas y desnaturalizadas, que priorizan su ocio, su carrera o cualquier otro asunto que les importe. También fatal las que todavía no se sienten preparadas, unas inmaduras, a ver a qué están esperando. ¿Qué se han creído? Incluso las que desean ser mamás, pero no tienen una estabilidad vital y monetaria que se lo permita, son sometidas al escrutinio y la sanción. Que se administren mejor, algo estarán haciendo mal. Seguro que se gastan el dinero en caprichitos. De siempre la gente normal ha tenido hijos y ha ido haciendo marcha, a ver por qué ellas no se amoldan a los modelos sociales de los años 60. Si quieres, puedes.

Porque por muy precaria que seas y por muchos sueños por cumplir que tengas, tu deber es inmolarte en el altar de la natalidad o ser considerada una paria. La tendencia a presentar como individuales conflictos colectivos, ya sean las condiciones laborales o el acceso a la vivienda, no es nada nuevo y, por supuesto, la maternidad no iba a escapar de ese esquema. Ya sabes, tus problemas solo dependen de ti y no tiene nada que ver con las condiciones estructurales en las que te encuentres.

Últimamente me he encontrado hablando del tema con distintas amigas que habitan alrededor de la treintena. Las tengo de todos los pelajes: las que está deseando inaugurarse como mamás, las convencidas de que ese no es su negociado y las dudosas. Las que van haciendo repaso mental de posibles tratamientos de fertilidad a los que recurrir en un futuro, las que ya están ahorrando para ello (si es que les queda mes al final del sueldo). Pero en todos los casos, se trata de un asunto que vivimos con angustia y estrés. Con el miedo a que se nos haga tarde, a tomar la decisión equivocada, a nunca conseguir estar en el momento y el lugar adecuados. A que en realidad no exista ese momento ni ese lugar. Si ya la rutina contemporánea es una fuente inagotable de ansiedad, imagina añadir a la ecuación nuestras contradicciones sobre procrear. ¡Menudo número circense sale de ahí!

Para quienes ven (vemos) la maternidad como un horizonte deseable, el problema radica en cuántos kilómetros nos quedan para llegar. Los relojes corren a nuestra contra, hemos caído en la trampa de querer serlo todo, lograrlo todo, tachar todas las casillas, cumplir todas las expectativas que se esperan de nosotras, hacerlo todo. Y hacerlo bien. Nos vemos atrapadas en un galope constante hacia ese escenario en el que podamos decir: ahora sí. Pero en el camino nos agotamos, caemos asfixiadas. Vivimos concentradas en superar cada semana, llegamos derrengadas al viernes por la tarde. ¿Si no tengo tiempo para arreglar la puñetera cisterna que gotea, cómo voy a cuidar de un ser humano de talla xs? 

Solo existimos para el corto plazo, porque es el único que nos podemos permitir, el único al que podemos tomarle las medidas. Y edificar un proyecto vital sobre un pantano de precariedad, ya os imaginareis, no es la tarea más sencilla del mundo. Este año y pico de agendas detenidas e incertidumbre pandémica tampoco está ayudando precisamente. ¿Cómo pensar en traer hijos al mundo cuando nuestra trayectoria vital está paralizada y la inestabilidad es moneda de curso legal?

En esta constante lucha por ser dueñas de nuestros cuerpos y nuestras vidas, parece casi una cuestión de supervivencia adueñarnos también de los discursos sobre nuestra propia maternidad. Y sobre su ausencia.

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