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el joven turco / OPINIÓN

La cobardía frente a las bestias

4/12/2023 - 

Hace unos días compartí tertulia con un miembro de cada grupo político en el ayuntamiento. Y como es lógico, pasa siempre y más últimamente, las posiciones en muchos temas son difícilmente conciliables. Yo siempre he creído en la virtud de la diferencia y que la democracia exige pluralidad. Es poliarquía.

Pero, también en que exige valores comunes, como he expresado en este espacio de opinión muchas veces. Y no todos los que hoy, legítimamente, ocupan puesto de representación son demócratas. De hecho, que defendamos su derecho, como el de todos, a tener representación y respetemos, defendamos el derecho de cualquiera a expresar opiniones o el respeto a la persona que las exprese, no significa que asumamos que todas las opiniones son respetables.

De hecho, no se puede ser demócrata y respetar opiniones racistas o machistas. Ni mucho menos constitucionalista. Es incompatible. La Constitución por mucho que se empeñen no es solo un texto limitante, es un un catálogo de derechos. Sirve para ordenar la convivencia y no es compatible con imponer marcos nacionales únicos. De hecho, si leemos la Constitución es, en este sentido, un texto tan progresista que sería imposible pactarla con quienes se arrogan ser los únicos que la defienden.

Porque hoy se han normalizado discursos que están en contra del mínimo respeto a la no discriminación o al derecho a la igualdad. No quiere decir que sea la primera vez en el que existan ultras, pero la novedad es que se levantan argumentos que me cuesta creer que se hubieran tolerado con anterioridad. No solo eso, sino que encuentran altavoz o tolerancia y silencio cómplice.

Hay una auténtica deserción democrática de quienes antes habrían considerado una barbaridad intolerable achacar a una cuestión étnica la violencia machista, como hizo el portavoz de Vox en esa tertulia. O es absolutamente escandaloso que una consellera de justicia haya remitido una carta al ministro del interior relacionando nacionalidad y violaciones.

La consellera de Justicia, Elisa Núñez, en una imagen de archivo. Foto: JORGE GIL/EP

Y podemos creer que no tiene tanta importancia, nos pueden parecer inofensivas esas pequeñas cobardías. Las de no afear en público el comentario por parte de sus socios, incluso la de seguir permitiendo que se sienten en sus gobiernos.

Pero se cuelan por esas indefiniciones, por esa comodidad, por ese no complicarse la vida y la gobernabilidad. Por ahí, vuelven las bestias.

Y las bestias no son personas. No vayan a acusarnos de deshumanizar a nadie en una técnica de espejo deformado. Las bestias son las ideas. Así fue como las denominó Arendt o Gramsci en el siglo pasado. Bestias o monstruos, no porque sean contrarias a lo que pensamos o la propia Constitución, sino porque fueron esas ideas las que provocaron las bestialidades y monstruosidades más grandes de nuestra historia.

Las bestias que han permanecido latentes esperando su oportunidad. Que no parten de hoy, sino que explotan el miedo y los elementos propios de la naturaleza humana, como la propia Arendt explica en su ensayo sobre la violencia.

Porque el terror siempre ha estado en el otro, en lo desconocido o en lo diferente. Y sin miedo o desesperanza nadie escucharía a quienes hablan odio. Que es el esperanto de los ultras.

Un megáfono con el logo de Vox durante una manifestación. Foto: PAU VENTEO/EP

Pero la semana pasada se publicaba la encuesta sobre tendencias sociales del CIS y decía que el 55,5% de los españoles y españolas cree que la siguiente generación vivirá peor que la anterior y solo el 25,3% piensa que lo hará mejor. Y, aunque yo estoy entre los optimistas, existen problemas graves (perdida de poder adquisitivo generacional o vivienda) y la propia percepción de que el futuro será peor es un problema grave. Significa que hay una mayoría que cree que la historia ha dejado de ser ascendente y nos encontramos en la bajada.

Y en esa bajada encajan mejor la búsqueda de culpables o el egoísmo del sálvese quien pueda. Puede encontrar mejor cabida el individualismo o la falta de solidaridad entre quienes no formen parte del colectivo propio; nacional, económico, religioso o de cualquier otra índole. Porque todos siempre, de alguna forma, extranjeros para otro.

Por eso, ahora que escuchamos los días pares solemnizar discursos sobre golpes de Estado, rupturas de la democracia y salvación nacional y los impares apelar a la necesidad de unidad y consenso, estaría bien que en estos últimos días partamos del más básico de todos; el de que exige que en democracia no se tolere a la bestia.  

O, ¿acaso es suficiente decir que quieres pactar políticas concretas mientras toleras que haya cargos públicos señalando a personas como violentos o criminales por su origen o etnia para que te consideren un hombre de Estado? ¿no es solo una forma de intentar desviar el foco de la propia cobardía para plantarle cara al problema que has dejado entrar en la casa de todos?

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