Una década después de que nacieran no pocos nuevos proyectos culturales en València el escenario es bien distinto, con citas que se mantienen, otras desaparecidas y una asociación que ya no opera
VALÈNCIA. En esto de los eventos culturales, muchas veces los éxitos se miden de edición en edición. Superar un curso es todo un reto y trabajar a largo plazo un objetivo muchas veces difícil de aterrizar. La falta de acceso a financiación estable, las cambiantes relaciones con la administración pública o las débiles estructuras por lo que respecta al personal son algunos de los principales problemas que marcan el día a día de unos festivales urbanos que han pasado de copar la agenda valenciana a ver cómo algunas de sus principales marcas desaparecen o quedan en pausa. El caso más reciente, el de la Mostra Viva del Mediterrani, un festival que nació como “respuesta” al cierre de La Mostra de València –más tarde recuperada por el Ayuntamiento de València- y que en estos días comunicaba la suspensión de la que iba a ser su edición número once. ¿El motivo? No cuentan este año con la seguridad de la subvención directa del consistorio, un apoyo que venían recibiendo en los últimos años y que se cifraba en 100.000 euros. La marca se suma a otras tantas, como Cabanyal Íntim o Intramurs, que se han ido desdibujando en los últimos años.
Era hace una década cuando València presumía de contar con no pocos festivales que abarcaban un gran espectro de disciplinas artísticas, desde teatro y danza hasta performance y escritura. Muchas de las citas nacieron como respuesta a lo que calificaban de "desierto" cultural, proyectos levantados desde los márgenes que poco a poco fueron encontrando su hueco en las agendas culturales de la ciudad. Tanto es así que en el año 2015 tomaban la decisión de asociarse, creando la Plataforma de Iniciativas Culturales Urbanas de València (PICUV), un organismo impulsado como respuesta a esta suerte de boom de festivales urbanos que marcaban el ritmo cultural de la ciudad.
Años después, la fotografía es bien distinta. Sobre el mapa se siguen situando algunas citas que, no sin dificultad, se han ido consolidando. Otras, sin embargo, han acabado por desaparecer. El marco global parece dar pistas sobre cómo avanza la cuestión como colectivo, pues PICUV tampoco mantiene su actividad. Pero, ¿qué ha sucedido para que la fotografía de los festivales urbanos de València haya cambiado de esta manera? “Sin apoyo económico no hay posibilidad de lanzarse a fomentar más festivales. Cuando se termina una edición se empieza a preparar la siguiente y ahí es cuando aparecen las dificultades por el camino. No siempre es sencillo encontrar aliados o gente que colabore para las siguientes ediciones. El final de cada una de las ediciones supone un gran chute de ilusión pero con un agotamiento constante”, explica Arístides Rosell, quien lidera la bienal Russafart y ha ocupado el cargo de presidente de PICUV.
La asociación, que sigue existiendo jurídicamente pero sin actividad, se encuentra ahora en un “tiempo de reflexión” ante el cambio de rumbo de varios de los eventos que aglutinaba. Uno de los objetivos de la entidad era crear un espacio para festivales independientes que pudieran hacerse grandes a través de la colectividad, así como crear una agenda anual para no solaparse. Precisamente la calendarización de los festivales ha sido una de las cuestiones que ha traído de cabeza a los sectores culturales, tanto que en 2020 se celebraba en La Nau un encuentro junto con la administración para trazar una hoja de ruta que difícilmente se ha podido aterrizar. Sobre el futuro, ahora muchas incógnitas. “Siempre hemos intentado buscar los espacios de reflexión común y de reivindicación. Ahora mismo la cultura tiene una nueva proyección y el futuro cultural de la ciudad está en constante cambio”.
El gran talón de Aquiles de estas iniciativas, en cualquier caso, tiene que ver con la financiación y, en algunos casos, la falta de recursos para sustentar a su equipo, trabajadores que en ocasiones operan de manera altruista, tal y como confiesan algunos de sus gestores. “Empezamos a trabajar con un año de antelación pero se redoblan los esfuerzos. Es agotador. Si los festivales no pueden profesionalizar su gestión cultural es muy difícil ir hacia delante. Cada uno decide cómo hacerlo pero no todo el mundo quiere convertir su festival en algo empresarial”, explica Rosell. En el caso de Cabanyal Íntim, por su parte, fue en 2022 cuando anunciaron el cese -al menos, temporal- de su actividad por falta de recursos, ante una situación que calificaron entonces de "insostenible". “Es una obra que ocupa todo el año y cuando haces cuentas ves que la rentabilidad es muy escasa. Es reconfortante ver cómo dinamizar el barrio y ver crecer las ideas, pero llega un punto en el que parece que se estanca y es complicado alcanzar todas las metas logrando ampliar el equipo”, explica Isabel Caballero, su directora.
Recuerda Caballero en conversación con Culturplaza esa imagen de hace más de una década, un “desierto cultural” que quisieron refrescar con distintas acciones impulsadas desde los márgenes. En su caso, además, con un objetivo muy claro, el de defender un barrio en el centro del debate político a través de las artes escénicas. Pero entre una fotografía y otra han pasado muchas cosas: dos cambios de gobierno y hasta una pandemia que sigue presente para los profesionales de la cultura. “Sólo los proyectos sólidos han resistido a la pandemia, y los que tenían una razón de ser clave. Ahora veremos con el cambio político cuál es la dificultad de un festival para resistir […] Son proyectos preciosos con una fuerza humana y una calidad enorme pero a la larga no siempre pueden resistir. No saber ni cómo ni cuándo van a llegar las ayudas es terrible”.
En otro lado se encuentra Russafa Escènica, que este año ha celebrado su edición 12+1, que finalizó este mismo fin de semana, con un proyecto que ha superado el espacio geográfico en el que actuaba y que se ha ido consolidando con proyectos que van más allá de la exhibición. Jerónimo Cornelles, su director artístico, explica que las claves del éxito del festival es la combinación de un trabajo de “constancia, autocrítica y autoexigencia brutal”. “Que Russafa Escénica pueda seguir funcionando trece años después implica que hay un trabajo de soporte y de equipo humano que se puede soportar gracias a una comunidad”.
También entran en juego otros factores compartido, como la inestabilidad, unas dificultades que Cornelles apunta hay que trabajar midiendo los pesos de la ambición. "Siempre sabemos que en algún momento será la última edición ya sea por falta de apoyo económico como de inversores, para que esto no suceda hay que tener muy en cuenta las metas y el camino e intentar trabajar con una ambición medida y que no provoque una frustración. También hay que comprender que el acompañamiento de las administraciones no siempre se traduce en dinero sino en querer escucharte y comprender hacia donde va el camino del festival".
También marcas como Intramurs, que hace años salpicaban el centro de la ciudad con numerosos eventos y acciones artísticas, entre las que todavía se recuerda la visita de Spencer Tunick, se ha ido desdibujando. Fue en ese 2019 en el que se realizó la gran foto de los desnudos cuando se celebró su última edición al uso, aunque desde entonces ha mantenido la marca activa de manera puntual con distintas acciones. El festival, que funciona como una suerte de “observatorio de tendencias artísticas”, explica su directora, Salvia Ferrer, está en una crisis que también tiene que ver con la mutación del barrio del Carmen y la evolución del tejido socio-cultural-económico, algo que ha hecho que desaparezcan muchos de los festivales. “Esta es la tragedia cultural que ha sucedido en la ciudad València. Se debe a muchos factores, el agotamiento de organizadores, la falta de profesionalización del ocio cultural refiriéndome a que por la vía de subvención para el desarrollo de este tipo de propuestas no permite un desarrollo ni siquiera a medio plazo, y esto se debe a que la cultura contemporánea no es prioridad, ni tiene interés político”, explica.
Desde Intramurs, Ferrer opina que los festivales deben ser reconocidos por su conocimiento y vocación de ofrecer servicio público, y que es necesario que la sociedad vaya por delante de lo político para que todo avance. “La cultura no es competencia solo de [el área de] Cultura, es empleo, es capacitación, es lo que te mide a nivel social, es turismo, es expresión, son tantas cosas como sea capaz de ver la administración y sin olvidar que es un derecho fundamental”, explica. Si bien cada iniciativa continúa por una senda personal, lo cierto es que desde un punto de vista global la fotografía de los festivales urbanos de València es bien distinta a la de hace una década, una fotografía, eso sí, en constante movimiento.
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