Tras “El Arte de Volar” (Premio Nacional de cómic 2010) Kim y Antonio Altarrriba repiten colaboración en “El Ala Rota”, en la que la madre del guionista es la protagonista
30/05/2016 -
VALENCIA.El Arte de Volar logró, en 2010, el más que merecido Premio Nacional del Cómic. Kim (Joaquim Aubert Puigarnau), el creador de Martínez, el facha, se reinventó como dibujante ‘serio’ y Antonio Altarriba (Zaragoza, 2012) firmó uno de los guiones más duros que se recuerdan: la biografía de su padre, comenzando por su suicidio en 2001. Los responsables del asilo en el que estaba le pasaron al guionista una factura 34 euros por los días previos a la muerte (la tragedia ocurrió un 4 de mayo y sólo había abonado hasta abril). De esta rabia —y la intervención del editor alicantino Paco Camarasa— nació una de las mejores novelas gráficas de los últimos años. Tras el éxito, el equipo creativo volvió a reunirse para una segunda parte (en realidad, un relato paralelo) titulada El Ala Rota en la que la madre de Altarriba es la protagonista. Los originales serán motivo de una exposición en las V Jornadas de Cómic Valencia (organizada por la Asociación Valenciana de Cómics) entre el 25 y el 26 de junio en el mercado de Tapinería
— ¿Cómo nació El Ala Rota?
— Casi por casualidad. En El Arte de Volar la presencia de mi madre es prácticamente anecdótica porque la historia de mi padre era muy potente. Siempre fue un rebelde y un anarquista, sobrevivió a la Guerra Civil, al exilio en Francia y luego luchó contra la Resistencia. Al final, decidió volver a España y tras unos años muy duros llegó a ser empresario y luego lo perdió todo. Mi madre, en cambio, era una mujer muy religiosa y beatilla, y su historia no parecía importante. En una entrevista que me hicieron en Francia, una periodista me preguntó por ella y así empezó a gestarse El Ala Rota.
— Lo más curioso es que usted no conocía a su madre.
— Pues sí, la empecé a conocer de verdad una vez muerta, y eso que yo tenía ya 46 años. No es que no la hubiera querido o que me faltara en alguno momento, siempre estuvo ahí, lo que pasa es que nunca le hice mucho caso como mujer con una biografía propia, para mí simplemente era mi madre.
— Pero las sorpresas comienzan cuando está a punto de morir.
—Pues sí. Cuando estaba en el hospital descubro que mi madre nunca pudo mover el brazo izquierdo, de ahí lo de El Ala Rota. Lo más curioso es que ni mi padre lo sabía y ella nunca dijo nada. Eso te da una idea de lo discreta que era.
— Y eso que su vida fue de todo menos fácil.
— Su madre murió al dar a luz y mi padre la cogió e intentó matarla con una piedra. Por suerte mi tía Florentina y otros se lo impidieron, pero en el tira y afloja por el bebé se le rompió el brazo y arrastró esa lesión toda su vida. El caso es que ella lo contaba, pero sin darle la menor importancia. De hecho, nunca le oí hablar mal de su padre.
— Y eso que era un personaje.
— A veces, incluso en sentido literal, porque era actor. Mi madre no, pero mi tío Lorenzo lo odiaba. Era un tipo curioso, que intentó ganarse la vida haciendo teatro por los pueblos, pero no estaba la España profunda de antes de la Guerra Civil preparada para su arte. Así que más de una vez acabó apaleado. De hecho, en una de esas palizas se quedó inválido y mi madre se encargó de cuidarlo durante años.
— Lo que cuenta su tío de él es muy fuerte.
— La verdad es que sí. Cuando estaba en la cama ya inválido tenía una vara y para pegarles les tenía que pedir que se acercaran. Le tenían tanto que miedo que aunque podían haber salido corriendo, le hacían caso y lo único que intentaban era protegerse.
— ¿Ha sido difícil recomponer la historia de su madre?
— Mucho más que la de mi padre. Primero, porque antes de morir él dejó escritas 250 páginas de su biografía y, además, muy detallada. Así reconstruir la época fue relativamente fácil. Además, en los últimos años nos hicimos muy amigos y hablábamos de todo, incluso de sexo, así que conocía bien su historia. En cambio, mi madre era un misterio.
— ¿Y cómo consiguió reconstruir su vida? ¿Es cierto todo lo que cuenta?
— Es todo lo cierto que puede ser. De su vida sabía poco, como que había servido en casa del Capitán General de Aragón, Juan Bautista Sánchez González, durante años. Ella contaba que eran muy buenos, muy católicos, que le trataron muy bien, que quería mucho a los niños… pero nada más. Tuve que hablar con mi familia. Aún así, hay hechos de los que no hay testigos, como por ejemplo los años que pasó en el pueblo, sola, cuidando de mi padre. Pese a todo, creo que cuando he tenido que reconstruir o imaginar su vida me he aproximado mucho.
— Y entonces es cuando descubre la increíble historia de su madre.
— Sí, yo no tenía ni idea de quién era Sánchez González hasta que empecé a investigar y me encuentro con una cosa que yo no conocía y que, para un cómic, sobre los derrotados de la Guerra Civil fue todo un hallazgo: los perdedores del bando franquista.
— Un hecho prácticamente desconocido, ¿no?.
— Pues sí, yo desde luego no tenía ni idea. Sánchez González fue uno de los militares del bando vencedor, un monárquico que apostó por la reconciliación entre las dos españas y que conspiró contra el Régimen de Franco. Un tipo muy querido en Barcelona, por cierto, ya que se negó a usar el ejército durante las manifestaciones contra la subida del precio del tranvía en 1951 y luego en 1957, y que en 1944 se opuso a fusilar a los detenidos sobre los que tenía jurisdicción. Ojo, estamos hablando de un oficial africanista que se sumó al golpe antes que Mola, Sanjurjo o Franco.
— ¿Se sabe lo que le ocurrió realmente?
— No, eso es motivo de especulación pero hay datos que nadie discute. La versión oficial es que padecía del corazón y murió de un infarto en 1957 cuando le comunicaron su cese como máximo responsable de la IV Región Militar (Barceloa). Otras versiones hablan de que Agustín Muñoz Grande, prócer de la División Azul, y el que fue Capitán de la III Región Militar (Valencia) Joaquín Ríos Capapé tuvieron algo que ver y le ayudaron a morir.
— Qué datos más hay sobre esa presunta conspiración?
— Se sabe poco pero, por ejemplo, nadie discute que su secretario apareció electrocutado al día siguiente en un camino perdido de Valencia. Además, tampoco fue el único monárquico que murió en circunstancias poco claras.
— El Arte de Volar es la biografía de su padre, El Ala Rota la de su madre… todo apunta a que Yo, asesino, que dibujó Keko Godoy, es la suya.
— En Yo, asesino hay cosas que son autobiográficas, pero de algunas comprenderá que sólo vaya a hablar en presencia de mi abogado. Pero sí, el protagonista es catedrático de universidad como yo, más o menos de mi edad, y muchos de sus gustos son los míos.
— Pero no hablemos de Enrique Rodríguez como un asesino, él es un artista.
— Por supuesto, y sin complejos ni coartadas. El sabe el daño que causa y de ahí su refinamiento. No es un carnicero, ni un aficionado, es un caballero de asesinato, un tipo que disfruta con su hobby.
— ¿Es cierto que la idea se le ocurrió mientras daba clase en la Universidad de Vitoria? Cómo está la educación pública, ¿no?
— Bueno, más o menos. Yo daba clases y de repente un día faltaba un alumno. Preguntabas y resulta que lo había metido en la cárcel porque formaba parte de un comando de ETA o algo así. Eso estaba muy presente, porque al entrar en la Universidad estaba lo que los no nacionalistas llamábamos el ‘Cuadro de Honor’ que era un cartel con todos los alumnos que estaban en la cárcel. Yo siempre me preguntaba qué tenía esa gente en la cabeza, quién les enseñó o los hizo creer que matar era la solución a algo, que podía estar justificado. Si lo de cometer un atentado me parece una locura, hacerlo sabiendo que puede morir gente que pasa por ahí no sabría como calificarlo. Pero ese tipo de crímenes Enrique Rodríguez los desprecia, él era más de la escuela de Thomas de Quincey y su Del asesinato como una de las bellas artes.
— No me mate, pero volvamos a su madre. Cuenta usted cosas muy duras ¿Lo de la violación es cierto?
— Sí, me lo contó la tía Raquel, que en realidad no era mi tía. Creo que ni mi padre lo sabía, pero no cabe duda de que eso le marcó la vida. De hecho, mi padre me decía que dejaron de tener sexo cuando yo nací, porque fue un parto muy complicado y tenía miedo. Lógico, teniendo en cuenta lo que le pasó a su madre.
— ¿Ese episodio le ayudó a comprenderla mejor?
— Ese y otros. Yo la veía como una beatilla, pero ¿qué opción le quedaba? En aquella época era lo normal, las mujeres no sólo no tenían ninguna referencia ideológica como podía ser el feminismo para reivindicarse, sino que hasta ellas asumían el rol que se les había impuesto. Además, la religión está llena de referencias como ‘la madre Iglesia’ o a la Virgen que es la madre de todos. Fue el único lugar en el que encontró consuelo.
— ¿Y ha pensado en un tercer volumen con usted de protagonista?
— No creo que aporte mucho, después de todo yo soy el que cuenta toda la historia. Jugar con las biografías de mis padres era muy interesante, no sólo porque se complementan sino porque algunas escenas están contadas desde los dos puntos de vista y gráficamente están relacionadas, pero yo no pinto nada.
— Hombre, usted pasó de ser hijo de empresario a vivir en una casa sin agua y sin ventanas, y al final acabó de catedrático.
— Sí, pero lo de vivir en la carbonera fueron sólo cuatros años y no los recuerdo particularmente duros. Es una anécdota. Era cuando empezaba la carrera y salía, tenía mis amigos, intentaba ligar… sin éxito.
— Pues siempre se dibuja estudiando.
— En realidad estoy planeando asesinatos.
— Por último, usted ha trabajado últimamente con Keko y Kim ¿Con quién se queda?
— Tengo el corazón partío, eso es como a quién quieres más, a papá o a mamá. Tengo que decir que con los dos he trabajado muy a gusto y que El Arte de Volar y El Ala Rota no tendrían sentido con Kiko, ni Yo, Asesino con Kim. Lo que sí me pasa es que todos quieren que escriban para ellos, porque los dibujantes son muy celosos, pero los guionistas somos promiscuos por naturaleza. Lo nuestro es un trío bien avenido. Creo que ahora lo llamarían poliamor.
Peter Bagge ha decidido continuar la saga Odio, uno de los cómics icónicos de los años 90 y que, desgraciadamente, dejó de publicar. Buddy Bradley, el personaje que nos enseñó que el brillo del grunge y la juventud de esa década era más bien una luz desvaída, inserta ahora a su personaje en los EEUU de Trump y “el género fluido”, con cargas de profundidad la constatación de cómo ha bajado el poder adquisitivo de cada generación. La obra, ‘Odio desatado’, sigue igual, o sea, sublime