José Piñero empezó, hace 30 años, pintando murales en fachadas de locales de hostelería con un aerógrafo. Ahora, su equipo lo forman 60 personas y su taller ocupa cinco naves industriales en el municipio alicantino de Alcoy. De aquí salen piezas de vajilla y coctelería muy peculiares para restaurantes de todo el mundo
Entrar en el despacho de José Piñero es como entrar en su cabeza: diosas, lobos, reyes y reinas, cerdos, conejos, máscaras, cohetes con forma de falo o gigantes y cabezudos nos miran fijamente desde las estanterías. Esa miscelánea es una pequeñísima muestra del mundo onírico que diseña por encargo para que alguien, en algún lugar del planeta, sonría y siga soñando. Una puerta camuflada entre estanterías nos lleva a su espacio expositivo, donde nos esperan verduras, ganado vacuno o creaciones del mundo marino. También la primera pieza creativa que salió de su taller: una rana dorada que diseñó para Heart Ibiza. Harían falta horas, e incluso días, para apreciar cada obra. Todas ellas son muy diferentes entre sí, pero tienen algo en común: están fabricadas con resina, metal, madera o metacrilato y sirven para sostener bocados o tragos.
Piñero es uno de los causantes de que las experiencias gastronómicas hayan trascendido el contenido. Hace ocho años, le dio una vuelta de tuerca al diseño del continente, cuando comenzó a pergeñar vajilla para restaurantes y, más recientemente, también para coctelerías. Él reconoce que fue una casualidad lo que le llevó al mundo de la alta gastronomía: una empresa de Alcoy regaló sus famosos caracoles personalizados a clientes y el primero fue para Pepe Rodríguez de El Bohío. “Yo les acompañaba cuando los entregaban por la curiosidad de conocerlos”, nos explica. Y así conoció a su primer cliente del sector, Albert Adrià. “Lo primero que hice no fue vajilla, sino decorar todo el techo de Tickets… y después crear el mobiliario”. Entonces llegó el proyecto de Heart Ibiza, con el Circo del Sol y los hermanos Adrià. Y después se interesaron por su trabajo cocineros como Dani García, Dabiz Muñoz o Paco Roncero y de ahí que ahora sus creaciones en forma de extravagantes recipientes y platos estén en las mesas de algunos de los mejores restaurantes del mundo.
Actualmente, tienen el foco muy puesto en las piezas de coctelería. Fue precisamente Dabiz Muñoz quien le encargó las primeras para un evento con Beefeater: aquellas eran un corazón con sus arterias y unas colas de Pantera Rosa. Luego el coctelero Simone Caporale se imaginó unas manos que sostenían un cóctel y él las hizo realidad. Después fueron Diego Cabrera y otros tantos quienes confiaron en él. Desde hace tres años, también están trabajando mucho para el Grupo Brutal de Madrid (Calle 365, Rosi la Loca o Inclán Brutal). “Funcionan porque han democratizado la experiencia”, reflexiona. También nos habla de su propietario, Lucian Berbetocu, “para mí ha marcado un antes y un después: es cliente, amigo y una gran persona”. Lo próximo que diseñen será para Bestial Madrid, tanto en vajilla como en decoración.
En El Taller de Piñero han pasado de hacer tres grandes proyectos al año a cinco en una semana. Es fácil palpar ese ritmo vertiginoso al recorrer las naves que ocupa su fantasioso cosmos, ahora habitado por una decena de departamentos: diseño e interiorismo, escultura de pequeño y gran formato, moldes y reproducción de figuras, carpintería, taller de metal, pintura artística, impresión 3D, rotulación o administración. En las mismas instalaciones se concentran todos los oficios necesarios para dar forma a sus productos de éxito mundial.
Le preguntamos por la pieza más difícil a la que se han enfrentado. “Hemos tenido muchos retos, pero hay una que además tuvo mucha repercusión: el Nou Món del Celler de Can Roca, que funciona como un criptógrafo y lleva engranajes de los que salen varillas donde van snacks que pertenecen a diferentes lugares del mundo”, nos explica. También habla orgulloso de Templo Canalla, la zona gastronómica del musical Malinche de Nacho Cano, donde crearon toda la decoración interior. En StreetXO también podemos adentrarnos en su universo, ya que diseñaron el cangrejo pero también el banco tapizado, los falsos altavoces, la recepción o las casetas de la terraza. Su modus operandi es ese “hacemos de todo” que pronuncia con frecuencia y que tantas puertas le ha abierto. Trabajar desde el principio con los grandes nombres de la gastronomía mundial también ha influido.
En nuestro paseo, descubrimos también varias figuras, en forma de busto, de Ferrán Adriá, Albert y José Andrés que están en proceso. Pronto viajarán a Nueva York, al Mercado Little Spain. Aquí no existen las fronteras, ni reales ni figuradas. Piñero es consciente de que su creatividad llega a cualquier rincón del mundo gracias a las redes sociales, que también son su fuente de inspiración: antes eran los libros o el cine, pero ahora su ventana al mundo es Instagram.
Treinta años después, este alcoyano sigue siendo un hombre orquesta, pero antes lo hacía todo él mismo. Empezó pintando superficies grandes, como fachadas de locales de hostelería. “Todo es cuestión de atreverse”, reivindica. Pronto llegó su primer ayudante, un vehículo propio, el primer local… y comenzó la fiebre de los bares temáticos, por lo que empezaron a crear elementos decorativos. “Me gustaría hacer bares enteros”, pensó. Y contrató a un carpintero y a un especialista de moldes. Se metió en la impresión digital, pero también lijaba corcho o iba a montar las piezas. En ese proceso de diversificación, también le llamaban para hacer stands de feria o figuras sui géneris. “Puedo ser fabricante de ideas”, pensó. Y hasta hoy.
Cuando le preguntamos por el futuro, Piñero nos confiesa que no tiene un plan ni un objetivo fijo. Nunca los tuvo. “Las cosas me han ido ocurriendo, nunca pensé que llegaría hasta aquí, así que me voy a seguir dejando llevar”.
Así es la magia, que llega sin avisar.