En los últimos días, he observado con auténtico pavor cómo los expertos en virología, salud pública, ganadería y vulcanología se han desvelado TAMBIÉN como especialistas en geopolítica. Una no gana para sorpresas. Y nada, ahí están aventurando estrategias y hojas de ruta para la comunidad internacional en el conflicto Rusia-Ucrania. ¿Finalmente llega la III Guerra Mundial? Que no cunda el pánico ellos tienen todas las respuestas y nos las van a contar con aspavientos y expresiones relamidas en tertulias televisivas, tribunas de periódicos, espacios radiofónicos varios, hilos de Twitter que nadie ha solicitado o sobremesas.
La magia de estos todólogos radica en opinar vehemente sobre cualquier materia de candente actualidad. De la eficacia de las vacunas a los impuestos de sucesión, de la guerra de las Malvinas a lo nuevo de Rosalía. Da igual cuál sea el asunto. No hallarás en ellos atisbo de titubeo ni aproximaciones cautelosas, todo juicio de valor es contundente como solo puede serlo quien no se hace demasiadas preguntas.
Porque no se trata de haberte documentado muchísimo sobre ese tema, conocerlo de primera mano, haberlo experimentado en carne propia o, al menos, dedicar unas buenas alforjas de tiempo a empaparte de esa realidad. Nada de eso hace falta para que nuestros valientes muchachos repartan sus afirmaciones categóricas a diestro y siniestro. Con ojear medio ensayo sobre el cambio climático, rememorar unos días de puente en Cracovia o citar a un amigo que trabajó dos años en Dubai ya les va bien para lanzarse al mundo irradiando seguridad de baratillo y soltando aportaciones de brocha gorda.
En el fondo, yo, que tengo los pulmones llenos de dudas, envidio un poco a estos analistas que con tanto furor despliegan tribunas valoradas, como dirían Ojete Calor, en aproximadamente 0,60 céntimos.
Ahora, alerta, viene un enfoque feminista. Si crees que con poder votar, conducir, llevar pantalones y abrir una cuenta bancaria sin permiso de nuestro padre o marido ya está todo solucionado, el siguiente planteamiento te va a resultar irritante, si sigues leyendo es únicamente bajo tu responsabilidad. Y es que, oh sí, la perspectiva de género que todo lo atraviesa también se manifiesta en la opinología compulsiva. Cualquier que haya hecho una mínima incursión en el espacio público sabe que hay muchos más señores opinándose encima sin ningún fundamento que señoras. Al fin y al cabo, las niñas buenas escuchan en silencio, son prudentes, comedidas y aplicadas (por cierto, me da lo mismo que tu tía Mari Pili hable de todo sin saber, aquí no estamos intercambiando anécdotas, sino comentando una tendencia general).
Pero, ojo, amigas feministas liberales, que en esto, como en el Banco Santander, no se trata de aspirar a convertirnos en un señor que asevera y apostilla sin cesar sobre cuestiones de las que tiene un conocimiento con aproximadamente dos centímetros de espesor. Se pueden (y se deben) construir otras formas de habitar el espacio público que no sean cubrirnos de soberbia y agitar una erudición de saldo.
En un mundo en el que a golpe de Google te puedes hacer una sucinta composición de campo sobre casi cualquier cuestión, está penalizado socialmente decir que no sabes de algo, que no tienes ni idea, que no estás al corriente de ese tema que, al parecer, esta semana se ha convertido en el asunto más importante de nuestras vidas (hasta dentro de dos semanas, cuando ya nadie lo recuerde). Se impone así una urgencia en el conocimiento, tienes que saber de todo y lo tienes que saber ya. Igual que tienes que haber visto tal serie o haber leído tal libro para no verte condenado al ostracismo conversacional. Todo sucede ahora y deja de suceder para siempre en 15 minutos. Y no basta con manejar los datos, haberte leído el reportaje y haber visto la entrevista al respecto. De hecho, la información es lo de menos. Lo esencial es haber creado a marchas forzadas un argumentario tajante, poco importa que no incluya matices ni profundidad.
Lo que estos todólogos compulsivos desconocen es lo vivificante que resulta decir: mira, yo de esto no sé nada, no controlo lo suficiente de este asunto de candente actualidad más allá de los cuatro titulares que he visto en Twitter. O incluso la liberación suprema que alberga un: “he leído sobre el tema, pero la verdad es que no tengo una opinión clara”. ¡BUM! Porque sí, puedes conocer algo y no contar con una postura definitiva o estar todavía rumiando tus argumentos. ¿Y qué tiene eso de malo? ¿En qué momento se acordó por referéndum vinculante que todos debíamos contar con un juicio de valor firme y contundente sobre cualquier cuestión que pasara volando ante nuestros ojos agitando sus alitas cual colibrí? ¿Por qué glorificamos ladrar una opinión como si eso fuera un mérito en sí mismo?
No, no se me escapa la ironía de estar escribiendo un artículo de opinión sobre todo esto. En mi defensa, diré que hay una enorme cantidad de asuntos que observo desde la más absoluta indecisión y sobre los que no he cultivado un veredicto rotundo … Y así espero seguir por mucho tiempo.