Los estereotipos cobraron vida en quienes, a estas alturas del verano, están en sus segundas residencias en la playa o en la montaña, navegando en cálidos mares o viajando por lugares exóticos, porque las ganas de olvidar la pandemia, además de hacerla invisible en las campañas políticas, han motivado a la gente a salir del país, a pesar de la subida de los precios y la supuesta crítica situación económica. Los de izquierdas, con menos poderío en las cuentas bancarias, se conforman con irse al pueblo o quedarse en casita, y por ello pueden votar sin tantas molestias. Eso, si tienen vacaciones.
Pensando en el bienestar general, ojalá a todos los votantes del PP les fuera tan genial como sugiere esta generalización tan simple y falaz, pero los prejuicios sociales flotan en el aire que respiramos, como el coronavirus y como bien sabe, por ejemplo, el matrimonio Iglesias-Montero/Montero-Iglesias. Hacer chirriar esas creencias, yéndose a vivir al casoplón de Galapagar, fue el inicio de su caída en desgracia, a pesar de que resultara más barato que un piso en el centro de la capital. El líder de Podemos no pudo luchar contra su propio discurso anticaspa que le llevó al éxito en 2015.
El ataque a Sánchez por la fecha escogida fue la primera idea fuerza que surgió ante la inesperada convocatoria de elecciones. Era muy propicia al chascarrillo y con grandes posibilidades para el más básico ejercicio del periodismo en televisión: saquemos las cámaras a la calle a preguntar al primero que pasa qué le parecen las elecciones en días de merecido descanso. Si tiene planes habrá que pedir el voto por correo, qué fastidio. Y, ¿no se colapsará el sistema ante la avalancha de trabajadores de vacaciones lejos de su lugar de residencia que han de votar? Correos, al quite, aseguró que habría refuerzos. Ningún problema por ahí. Pero ¿y si nos toca estar en la mesa electoral?
"Va a ser una campaña con menos mítines, no recomendables para la salud, y muchas redes sociales, porque el móvil no se suelta ni rodeados de arena"
No acudir a los colegios electorales es no ejercer tu derecho; miles de personas lo desperdician en cada ocasión en la que se imprimen papeletas y no pasa nada. Sin embargo, no presentarte en la mesa si tienes la mala —se entiende— suerte de que haya salido tu nombre en el sorteo acarrea una multa, por lo menos. La prensa se llenó de titulares sobre cómo librarse y, con la presión de la industria turística que hablaba de cancelaciones, la Junta Electoral Central, más comprensiva de lo que se cree, aceptó eximir de la obligación si fuera preciso cancelar un viaje o una estancia vacacional pagada antes del 30 de mayo. Solo había que pedirlo y demostrarlo, de la misma manera que se solicita si concurre alguna de las otras excusas que se pueden alegar.
Apaciguada la preocupación por las complicaciones logísticas de una votación en julio, pero no tanto el cabreo con Sánchez de sus odiadores cotidianos, el 23-J incluirá como novedad en su cobertura periodística galerías de imágenes de gente votando en bañador, al estilo de las alfombras rojas de las entregas de premios.
La fecha de la discordia dejó paso en las noticias y tertulias a las listas electorales y al Movimiento Sumar, la coalición a la izquierda del PSOE, en la que Podemos tuvo que entrar malamente, forzado por los resultados de las autonómicas y municipales, que le abocaban al mismo punto que a Ciudadanos, a la extinción. Siguieron los mensajes de calado: la derogación del 'sanchismo' frente, ahora sí, el 'trumpismo' de la derecha extrema y extrema derecha, con menos mítines, no recomendables para la salud, dadas las altas temperaturas; tantos debates televisados como hubieran negociado los contrincantes y, teniendo en cuenta el desplome de las audiencias en verano, muchas redes sociales, porque el móvil no se suelta ni rodeados de arena. Y, a votar.