Los rugidos del cielo han sido la marca morellana de este fin de semana. Estas montañas son epicentro del mayor aparato eléctrico del país. La orografía, la distancia del mar, desde el sur de Tarragona, delta de l'Ebre, Vinaròs, Benicarló, son una clara confluencia de climas distintos, de vientos marinos y montañosos, de corrientes que surcan velozmente el último tramo del Sistema Ibérico. Morella, pues, es el lugar de mayores efectos lumínicos, de mayor sonoridad de esos rayos que despliegan sus ramificaciones en el cielo, que convierten la noche en día. El cielo, en Torremiró, estremecía la noche del viernes. En ese punto de este océano de montañas podían verse los tremendos rayos de Els Ports, El Maestrat, del Matarranya, de Ports-Beseit, del litoral castellonense y tarraconense. Mi amigo Amadeu trabajaba esa noche en Torremiró y nos relató esta grandeza lumínica que hacía temblar la tierra y que sobresaltaba.
La tarde del viernes comenzó a intensificarse el temporal que ha azotado el territorio mediterráneo. El cielo se hizo negro, y sin piedad, descargó la furia de una lluvia que se intensificó durante todo el sábado. La ciudad de Els Ports ofrece el espectáculo de los torrentes que se forman en sus cuestas escalonadas, la fuerza del agua discurre hacia abajo, con sonidos que estremecen. Un torrente que, sumando a otros municipios de Els Ports y Maestrat, llegó con fuerza a Vinaròs, desbordando el cauce del río Cèrvol.
En otras comarcas, en la Plana, Maestrat, las consecuencias son municipios con campos anegados, inundaciones de pasos subterráneos, de carreteras, de bajos comerciales y viviendas, alcantarillas que revientan y expulsan impetuosamente sus tapas de hierro, desagües que no pueden asimilar las entrada de tales cantidades de agua. Un colapso que destroza vías, caminos rurales y parques. Es imposible combatir esta rabia climatológica, litros y litros de agua constantes durante casi dos días. La temperatura del agua del mar supera, en noviembre, los veintidós grados, situación que enfurece, aún más, la fuerza del temporal. En Morella parecían tormentas de verano, con una temperatura inusual en noviembre.
La furia del agua es un fenómeno que se vive con miedo y tristeza en la Ribera Alta valenciana. Mi familia sigue sufriendo con la llegada de una gota fría, recordando aquella pantanada que se lo llevó todo en Gavarda. Mi abuela Pepita sufría ataques de ansiedad cuando llovía, situación que ha heredado mi tío Paco. Estas lluvias remueven la memoria de una noche maldita de aquel octubre de 1982, cuando lo perdieron todo, hasta los sueños. El agua, cuando destruye, es un elemento maldito. Y cada vez se producen más gotas frías, más destrucción e impotencia.
Esta DANA ha llegado, justo, en los días que la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, aseguraba que el cambio climático es una invención, que siempre se han dado fenómenos adversos desde los inicios de la civilización. Díaz Ayuso se parece, cada vez más, a Trump, evidenciando la peligrosidad de sus declaraciones, la invención de informaciones que corren como la pólvora, encendiendo redes sociales e instalándose en la prensa vocera de su persona y de sus acciones.
No se puede soportar tanto delirio político y tanta desvergüenza mediática. Noticias falsas que de tanto repetirlas acaban convirtiéndose en una ‘verdad’ muy peligrosa. Porque Ayuso, no solo ha denunciado las políticas para combatir el cambio climático, también ha advertido del golpe de estado que prepara Pedro Sánchez para derrocar al rey y proclamar una nueva República. La gobernante del PP está desatada, sin complejos, mientras se hunde la sanidad madrileña, mientras se hunden las esperanzas de decenas de miles de personas.
Las constantes mentiras que emanan de estos personajes populistas que, aquí, en Castelló, también se producen, generan indignación, inquietud y miedo. Son partidos políticos capaces de desestabilizar el sistema y enfrentar a una sociedad que, en estos momentos, además, sufre las consecuencias de una crisis creciente. Son la derecha de siempre, y su ultraderecha, son las y los de siempre, aquellos que envenenaron la política, que desprestigiaron las instituciones públicas, quienes robaron y mintieron. Quienes ahora alzan las banderas del negacionismo, la obstrucción política y la manipulación ciudadana. Son las mismas fuerzas que presiden ahora Italia, Hungría, que crecen en Francia… y que se extienden por un mundo atado a una zozobra insoportable. Son el fascismo.
Cada día pasa algo negativo, doloroso, con sobresaltos, sustos, tristezas. Mis amigas Montse y Marilén comentaban que la realidad supera la ficción, que tras la pandemia, la invasión de Ucrania y otras historias malignas, un cohete chino atraviesa nuestro cielo, cerrando el espacio aéreo, que si Corea, Japón, Pakistán, Irán, Afganistán, que si la locura británica, que si Feijóo no sabe lo que dice y se lía, que si Ayuso no está cuerda o, al contrario, es demasiado lista, que se le va la mano con tanta mentira y maldad, que si los precios se desbordan, que si la vida galopa con más sombras que luces, ¿qué más puede pasarnos?.
La tarde del viernes despedimos a Dani, en una iglesia llena de emociones, buscando entre cada uno de nosotras y nosotros el calor necesario que nos permitiera combatir los primeros fríos y la tristeza. Dani era una persona muy querida, empresario emprendedor desde siempre, gran trabajador, entusiasta, propietario del hotel Rey Don Jaime, gran aficionado al fútbol, una buena persona y, además, abuelo de dos de mis nietos. Dani era también un amigo, un vecino estimado, compañero de vida y de trabajo de mi querida Montse, padre de Vanessa y de Dani. Su marcha nos ha tocado de lleno, y el temporal, con sus cortinas de agua, se ha sumado a la tristeza que llevamos a cuestas.
La pequeña mano de mi nieto Biel y todo su calor me devuelven la esperanza que necesitamos, las sonrisas, los abrazos entre primos, la atenta mirada de Quim mientras su hermano Aimar juega a derribar cabañas con Biel, son lo que realmente importa en la vida. Son esas pequeñas grandes cosas que nos llenan de aliento, de alegría, de ganas para seguir luchando por otro mundo mejor. Nos cargan de buena energía para no bajar los brazos ni arrodillarnos frente a tanta ignominia.