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concluye la legislatura y se descarta el carril bici

Gran Vía Marqués del Turia, la avenida congelada en el tiempo seguirá inalterada

Foto: KIKE TABERNER
16/12/2018 - 

VALÈNCIA. El pasado mes de noviembre por la Gran Vía Marqués del Turia circuló una media de 55.712 vehículos durante los días laborables, según los datos de intensidad de tráfico del Ayuntamiento de València. La mayor parte se concentraron en el primer tramo de la avenida con una media diaria de 57.701 vehículos, mientras que en el segundo tramo, el más próximo al viejo cauce, la media se situó en 53.723. Son 2.321 coches por hora, casi uno cada segundo y medio. En el tiempo que se tarda en decir ‘un coche’, pasa uno. El volumen de tráfico de Marqués del Turia es sólo comparable al de la avenida del Cid, Gran Vía Fernando el Católico, y muy superior al de la avenida Peris y Valero (43.477) o al de la avenida Blasco Ibáñez (36.535).

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A diferencia de estas otras grandes avenidas, Marqués del Turia tiene dos peculiaridades que la distinguen del resto. La más evidente es que, pese a ser una arteria fundamental, no hace de frontera del Ensanche, sino más bien de bisagra. Los vecinos del entorno de la calle Salamanca son de la misma clase social que los de su espejo, la calle Cirilo Amorós. El Mercado de Colón sirve de punto de encuentro de ambas barriadas. La otra es que a diferencia de avenidas más hostiles o agresivas, Marqués del Turia está jalonada a ambas partes de comercios de proximidad, con locales de los de toda la vida, y la irrupción de nuevos locales de corte nada ostentoso, como el Lidl. Su solemnidad no implica pomposidad. Marqués del Turia es grande, pero no soberbia. Es una calle para vivir en ella.

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“Es muy barrio”, explica Cuchita Lluch. “Aquí están mis tiendas, mi gimnasio al que voy por la mañana, mi panadería, mi bar, que es el Aquarium”, enumera con una sonrisa. Lluch ha vivido toda su vida en esta calle. Nació en ella. Literalmente. En el número 36. Desde principios de milenio se encuentra instalada en la Torre de València, el edificio Gómez Trenor, obra de Luis Gutiérrez Soto. Fue construido en 1954 y es el último del callejero en una avenida llena de grandes obras arquitectónicas, como por ejemplo el edificio Chapa, de 1916, Bien de Relevancia Local; el edificio Ortega, de 1906, obra de Manuel Peris Ferrando; o la sede del grupo Aguas de Valencia, de 1905, de Antonio Martorell, un edificio remozado recientemente por Fran Silvestre y María José Sáez. Hasta los jardines están considerados por el Ayuntamiento como Bien de Relevancia Local per se. No es de extrañar pues que la Gran Vía haya sido incluida por el Instituto Valenciano de la Edificación como elemento diferenciado dentro de su guía sobre el Ensanche

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Desde su casa Lluch tiene vistas sobre el viejo cauce, con el Palau de la Música a la derecha, en primer término. “El mar está ahí” dice señalando al este, allá donde se pierde la avenida del Puerto. “Yo necesito esto, la luz del Mediterráneo… Me siento aquí, en esta mesa, con mis libros y me pongo a escribir”. Su hermana, recién llegada a València, también se ha instalado en Marqués del Turia, en el 40. Su madre vive en la puerta de enfrente. Su hermano se va a instalar arriba. Para ellos no hay infancia perdida. El patio de su recreo sigue ahí, casi igual, intacto, delante de su portal, como congelado en el tiempo. Cuando habla de su calle, Lluch tiene claro que lo que la hace “perfecta” es  “su dimensión tan humana”.

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La Guía de Arquitectura de València del Colegio de Arquitectos explica que la avenida nació cuando en 1884 se trazó el primer ensanche de la ciudad. Entonces se decidió limitar su extensión entre el cauce del río y dos grandes ejes perpendiculares de 50 metros de anchura: la Gran vía de Fernando el Católico-Ramón y Cajal y la de Marques del Turia- Germanías, concebidas como ronda exterior de la ciudad y límite de su urbanización. Marqués del Turia fue la primera en ser edificada, y conserva buena parte de sus edificios originales de principios del siglo XX. El ajardinamiento del espacio central, diseñado por Francisco Mora en 1907, está considerado también como Bien de Relevancia Local. La Guía de la Arquitectura resalta que del primitivo diseño continúen “unos interesantes candelabros de hierro fundido, decorados con grifos alados, que sustentaban las farolas de gas a principios del siglo pasado”.

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Sólo se cuentan dos grandes muescas en cuanto a demoliciones: las de los conventos de la Madre Sacramento y de los Dominicos. Casi en el encuentro con el río la avenida amplía brevemente su trazado para convertirse en una plaza ajardinada de planta elíptica: hemos llegado a la plaza Cánovas del Castillo. En su centro se encuentra la fuente-monumento al Marqués de Campo, obra de Mariano Benlliure, y que no llegó a la Gran Vía hasta 1933. Fue a hacer compañía a otro monumento que llevaba allí dos décadas, el dedicado a Teodoro Llorente que se instaló en 1913 en el cruce con la calle Taquígrafo Martí, una obra cuya composición contiene una historia de por sí novelesca.

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La plaza de Cánovas es uno de los espacios que más memoria despierta en las generaciones recientes de valencianos. Lluch recuerda como en su juventud era un punto de encuentro multitudinario, especialmente los viernes por la tarde, camino de los pubs de lo que popularmente se denominaba entonces zona de Cánovas. La permanencia del nombre es otra característica de esta avenida. Si algo ha tenido Marqués del Turia es que ha sido objeto de muy pocos debates en cuanto a onomástica. La calle ha tenido nombre. Se bautizó como Marqués del Turia el 22 de julio de 1915, denominación que prácticamente siempre ha llevado, salvo el trienio 1936-1939 que se denominó Avenida de Buenaventura Durruti.

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Esa presencia constante en el imaginario colectivo, con un mismo nombre, sin embargo no ha tenido traslación al mundo de las palabras. El escritor y doctor Francisco López Porcal, autor de una tesis sobre la presencia de València en la novela contemporánea, cita a Miguel Herráez, Manuel Vicent y su Tranvía a la Malvarrosa, y las memorias La ciutat trista de Fredreric Martí Guillamón. “Es la más europea de las avenidas valencianas”, asegura, antes de compararla a Las Ramblas de Barcelona o a la Gran Vía madrileña, ya que tiene una longitud levemente menor (1,2 km, la primera; 1,316 la segunda; 850 metros la calle valenciana). López Porcal atesora una imagen antigua, posiblemente de los años sesenta, en la que se puede ver el ambiente de la Gran Vía, con las terrazas y al fondo el tranvía. Una estampa que vuelve a recordar ese cariz de espacio íntimo y de una serena majestuosidad que siempre la ha definido.

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“Es que es el inicio del camino al mar”, recuerda el librero Rafael Solaz. El mar de nuevo; el mar del que hablaba Cuchita Lluch. Durante años él formó parte de esa calle durante al menos un mes, lo que suele durar la Feria del Libro Antiguo que tradicionalmente se celebra en este avenida y que concluye con el final de las Fallas. “Tiene algo de paseo cultural”, comenta. Como usuario circula por sus jardines centrales en su bicicleta, con la que se desplaza por la ciudad. Radicado en Ciutat Vella, donde se encuentra su librería de lance, Marqués del Turia es un espacio ineludible en su vida.

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A ese ambiente de barrio contribuyen las 957 viviendas que hacen que toda la calle esté tasada, según un estudio de 2017, en 572,16 millones de euros. El precio medio del metro cuadrado construido (3.125 euros) la hace también la calle más cara del Ensanche. Y serán de lujo, sí, pero no dejan de ser viviendas donde habitan personas que necesitan servicios concretos, ópticas, kioscos, librerías, tiendas de ropa. “Tenemos una clientela fija”, explica Belén Fernández, de la Óptica Milenio, presentes en la calle desde 1999. A punto de cumplir 20 años en la avenida, Fernández resalta esa “relación de cercanía” con los clientes que hace que se compartan confidencias, historias. “Te sientes como en casa y a veces haces también de gabinete psicológico”, bromea. “Nos contamos mutuamente las penas”, ríe.

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Pared con pared se encuentra una de las librerías París Valencia más veteranas, 34 años de funcionamiento ininterrumpido. En ella se encuentra María Ángeles Olivert quien resume la relación con su clientela con una frase lapidaria: “Aquí no hay gente de paso”. Y para dar fe de ello, uno de sus clientes habituales, Sergio Beltrán, vecino de la calle Císcar, recuerda que el local de París Valencia se encuentra en los bajos que antes ocupaba un taller de mecánica del automóvil. Han salido ganando con el cambio, asegura. “[La librería] Nos ha abierto a un mundo. Antes teníamos que irnos al centro”, añade. La paradoja es que el centro está a tres calles.

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Un local de referencia, de los que mejor capta ese espíritu, dicen, es el Aquarium, que desde que se inauguró en 1957 es un fijo de la tradición local y templo del desayuno. Arturo Cardona, 48 años de servicio, lidera el equipo de la mañana donde la presencia de clientes fijos es absolutamente mayoritaria. “Ese chico joven”, explica señalando a un veinteañero que sale por la puerta, “tiene cuenta fija. La paga su abuelo. Puede pedir lo que quiera. La única condición es que no tome alcohol”. “Hay clientes que llevan aquí desde el año 58, clientes de barrio, mucha gente de toda la vida”, asevera. En cierto modo, entre esas paredes late una València que no es que se resista a desaparecer, es que todavía está muy viva.

Para él la avenida está perfecta como se halla y lo único que lamenta es que se quitara la posibilidad de aparcar en el carril bus por la noche, algo que dice que les daba más actividad. “Lo mejor son los clientes jóvenes, los que están entre los 25 y los 45”, comenta Cardona. A punto de cumplir 65 años, no contempla la jubilación como una liberación. Mira al interior del local y asiente antes de decir: “Lo echaré de menos”. Las historias de los vecinos de la zona tienen presentes a camareros del Aquarium como parte de su familia emocional, como aquellos que hacían la gracia de vestirse de Reyes Magos para los hijos de unos clientes. Una complicidad que se extiende a otras facetas de la vida, en una avenida que en algunas cosas parece ser una suerte de ciudad en miniatura, una imagen sintética de València.

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El listado e historial de negocios de la avenida va desde los inevitables locales de restauración (algunos desaparecidos como el Bimbi), franquicias de ida y vuelta, tiendas de moda, pasando incluso por un sex shop con cabinas para bailarines de striptease que cerró hace ya años. La ausencia más notoria son quizás los cines, que se han perdido, el Gran Vía o el Acteón, ubicados cada a uno a un lado de la avenida. Ahora, en el sitio que ocupó el Gran Vía se encuentra la sede del registro mercantil, mientras que en el del Acteón se halla una tienda de TEDi, la multinacional alemana que se ha instalado en València.

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A punto de concluir la legislatura, Gran Vía Marqués del Turia acabará el primer mandato del Govern de la Nau intacta; seguirá congelada en el tiempo. Pese a que en su día, allá por 2010, el concejal de Movilidad Giuseppe Grezzi encabezaba los colectivos que reclamaban un carril bici en la avenida, pese a que el PSPV pidió también suprimir un carril de tráfico para el carril bici, este verano Grezzi confirmaba lo que habían avanzado muchos y es que no se iba a realizar esa obra, y sus socios del PSPV no protestaron. Curiosamente, su antecesor, el popular Alberto Mendoza, dejó planteado un anteproyecto de carril bici que se quedó sin salir a concurso al agotarse el mandato, con un diseño similar al de la avenida Baleares. Grezzi renunció al comprobar que por la intensidad del tráfico, las múltiples intersecciones y la estrechez de los carriles, lo hacían inviable. Unido a que el paseo central es empleado habitualmente por los ciclistas, la decisión estaba clara: status quo. Quizás porque para cambiar más de cien años de historia se precisa de algo más que una buena idea.

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