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Vals para Hormigas / OPINIÓN

Hacia la puerta de Tannhäuser

30/06/2022 - 

Llevamos casi un siglo viviendo en 1984, así que uno ya se ha acostumbrado a que nos hayamos tomado la novela de George Orwell como una nana, en vez del revulsivo que pretendía ser. Por mucho que nos percatemos y sepamos leer entre líneas, nuestros veleros han embarrancado en el barrizal de las noticias falsas. Hemos permitido que el Gran Hermano nos gestione las vacaciones y los gustos musicales. Y en nuestro aún inexistente ministerio de la verdad, los provida defienden el apilamiento de armas hasta en los sótanos de Cuenca. Tenemos ya hasta policía del pensamiento, que esa nueva técnica incorporada a los servicios de vigilancia de cierta empresa que permite anticipar si nos van a robar u okupar la casa antes de que ocurra. Desde que el universo cabe en nuestros bolsillos, nos hemos convertido en nuestros propios represores. Y necesitamos otros felices años 20 para disipar las brumas.

Todo esto viene a que Blade Runner cumple 40 años. La extraordinaria película de Ridley Scott es el paso siguiente al orwelliano momento que estamos viviendo. En cuanto Elon Musk y Jeff Bezos se lo propongan, la expansión del ser humano por las colonias del universo habrá comenzado. Y en la Tierra nos quedaremos los disidentes, los contrahechos y los vendedores callejeros de fideos chinos. Soportaremos un clima terrible porque no habremos llegado a tiempo de frenar el cambio climático y a cambio, David Martínez y yo podremos organizar un viaje a Los Ángeles con el único fin de visitar el edificio Bradbury, en el 304 de South Broadway, donde se supone que vive el personaje de J.F. Sebastian. Los anuncios ya ocupan edificios enteros, como en la película. Los drones empiezan a parecerse a los vehículos aéreos de la película. Ya podemos realizar videollamadas, como en la película. Los niños tienen cada vez más posibilidades de acariciar un búho fabricado en serie que uno real, como en la película. Y en cuanto le demos un empujón más a la robótica, los replicantes nos harán el trabajo sucio, como en la película. No estamos tan lejos. El capítulo posterior sería instalarnos lejos del planeta y renegar de nuestro pasado. Pero eso, como avanzó Aldous Huxley en Un mundo feliz, es otra historia.

Orwell se equivocó en una cosa. El totalitarismo no ha llegado solamente de la mano de la política. También han intervenido las nuevas tecnologías, lo cual lo hace más peligroso. Del Muro de Berlín se podía escapar, con suerte. A los populismos de derechas se les puede batir en las urnas, ocasionalmente. Pero el progreso nos ha regalado tanto las vacunas de ARN mensajero como el algoritmo de Netflix. Los servicios gratuitos de mensajería instantánea y la nueva adicción al móvil. La imbatible maleabilidad del plástico y el calentamiento global. La libertad y el sometimiento comparten habitación en nuestros teléfonos inteligentes, como los males y la esperanza en la Caja de Pandora. Así que, mientras puedan, echen un ojo a Blade Runner. Sumérjanse junto a Deckard en su mar de dudas. Déjense fascinar por la indefinición de Rachael o por el monólogo final de Roy Batty. Allí están todas las instrucciones necesarias para enfilar nuestro irremediable camino hacia la Puerta de Tannhäuser.

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