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tribuna  libre / OPINIÓN

Los idus de noviembre

26/11/2022 - 

Francamente, no soporto los ruidos que provienen de lo absurdo ni el silencio de las masas cuando arrecia el temporal. Debe ser que los fantasmas se aparecen en mitad de la tormenta. Y es que empieza mal lo que se entiende de primeras, como el ángel que tropieza y difumina su mensaje. Un sujeto, un verbo y predicado, trampantojo que unos llaman realidad abrumadora.

Hace tiempo recalé en los hechos que transmutan lo inmutable. Series, música y los postres. Los extremos representan lo execrable, figurines o el espejo del que asume la inconstancia, el ejemplo del adiós al ser humano, la existencia sin matices, la desidia por vivir.

Hace tiempo decidieron que noviembre era el sinónimo de inicio, el momento de listados, toneladas de papeles o de bytes que reflejan el carácter del impulso por lo eterno, los pequeños pasos que debemos emprender para integrarnos en un todo que es la nada. Tan absurdos como ajenos, los listados se inmiscuyen en la mente del que ofrece una llanura sin barreras, obcecados en estar donde los otros, porque solo así sentimos que podemos convivir. Series, música y los postres, nombre propio encadenado al que postea: hambre, horror y gloria.

¿Para qué empezar a preguntarnos los porqués?

Yo ya tengo mis casillas donde ofrezco cada día dos opciones: el deceso o el futuro. Cuando dicen “los mejores” yo respondo, casquería, que en el fondo es lo mainstream de lo atávico de antaño. Han truncado el frenesí del individuo con esquelas que se extienden hasta diez. Series, música y los libros. Y los postres, muy importantes. Todo es susceptible de quedar así empalado por un año. Qué insensato el que adolece de criterio para obrar en la espiral del colectivo. Cuánta inercia gradual. Cuántos sueños no vividos, no amparados bajo el trauma de una especie ya sin nombre, porque el nombre ahora molesta, aunque seas -como dicen los que escriben de autoayuda- empleado heterogéneo y especial.

La ortodoxia superpone lo correcto a lo epicúreo, el espacio que recoge los vestigios de lo humano, la memoria que quedó sin suscribir, cada mantra de lo abyecto y un pulgar que sube o baja si consigues conmoverla. La ortodoxia es impasible, no emociona, no molesta, no susurra, no te impulsa, no te deja ni crecer ni marcha atrás, no sopesa con rigor, no sorprende -ella no quiere-, no pulula sino impone, no transcurre porque no tiene camino donde hacerlo. La ortodoxia como sesgo, una escaramuza del pirata no iletrado.

Presupongo que el caviar ejemplifica el caos del cosmos. Cuatro cucharadas en un plato. Cuatro en cada plato hasta los postres. Qué importantes son los postres, y los platos, y los libros y las series, y las pelis que comentan con interjecciones en un post. Empezar a provocar es rechazar un Veuve Clicquot.

Más que nunca se revela imprescindible el exabrupto, por rebelde y exquisito, por certero y eficaz, por huir de los extremos, de lo ñoño y lo soez.

Hace tiempo que inicié un largo camino sin retorno, el listado de las cosas que se intuyen por despecho. Logos, brumas, sudaderas con las letras por detrás, cachivaches sin sentido, filigranas de colores, trabalenguas, desperdicios, francachelas, terremotos que provocan un aullido o estertor, el gemido audaz del genio, las palabras que acompañan la victoria vertical, una muestra de lo absurdo que se mueve hacia los polos.

He empezado Viridiana una vez más. Me he propuesto terminarla en dos sesiones, en el tiempo libre que me queda entre listados. Series, música y los postres. Me he enganchado a leer listados del mejor actor del año, y no encuentro nunca el nombre de James Dean. Ni siquiera los que mueren en un Porsche han logrado ser eternos.

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