El fotógrafo Borja Abargues (Gandia, 1982) ha obtenido dos menciones de Honor en los International Photography Awards, que en la presente edición recibió unos 14.000 originales de 192 países. En sus instantáneas refleja el actual estado de Chernóbil
VALÈNCIA.- Más de treinta años después del peor desastre nuclear conocido, Chernóbil y la extensa área contaminada que la rodea ha quedado congelada en los años ochenta. Una zona abandonada por sus habitantes que ha dejado ciudades fantasma en medio de una frondosa vegetación y en la que los animales merodean a sus anchas, como si nunca hubiese habido más vida que esa. Un paisaje casi olvidado que ha sido retratado por el fotoperiodista Borja Abargues y que le ha llevado a obtener una Mención de Honor en los International Photography Awards. No es la única, también la ha obtenido por su proyecto Nazareth, the last days, sobre la alegoría que en Semana Santa hacen en el distrito gandiense de Santa Anna —conocido también como Nazaret— de los últimos días de la vida de Jesucristo.
En su proyecto documental Raysa, Survivor of Chernobyl no sólo retrata un espacio desértico de 30km2 —denominado Zona Muerta— sino que traslada la historia de Raysa, una de los 46 sobrevivientes que viven en Chernóbil treinta y un años después de que ocurriera el mayor desastre nuclear de la historia. Con cierto pesar Borja Abargues traslada que la mujer fue abandonada por su familia y hoy vive con la única compañía de los perros callejeros. En su humilde hogar, situado a tan solo dos kilómetros del fatídico reactor, tiene lo básico para alimentarse: gallinas, una cabra y campos de verduras «con altos niveles de radiación». En un cubo de la cocina almacena esas cebollas y patatas que son la base de su alimentación y que se complementa con las viandas que una vez al mes le traen de la ciudad.
Raysa, al igual que otros supervivientes, cree que la santidad de la iglesia ortodoxa de San Elías la salvaron de morir aquél sábado 26 de abril de 1986, cuando un aumento súbito de potencia del reactor cuatro de la central nuclear de Chernóbil provocó un desastre nuclear con una magnitud incluso 200 veces más fuerte que los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki (Segunda Guerra Mundial). Tanto es así que a sus 78 años acude todos los días a vigilar el templo, de color azul tuquesa y blanco, y una vez al mes se reúne con otros habitantes de la zona para celebrar una eucaristía. «Incluso en los días más difíciles de 1986 el área de la iglesia de San Elías estaba limpia de radiación», llegó a declarar Yury Andreyev, presidente de la organización Unión Chernóbil de Ucrania. Raysa es de la misma convicción y por ello no cesa de agredecer a San Elías su divina protección.
Según relata Borja Abargues, Raysa es consciente de la peligrosidad de la zona pero aun así prefiere vivir en la casa que la vio crecer, aunque esto «le cueste su salud». Una amenaza cuestionable teniendo en cuenta su excepcional vitalidad, que le permite seguir sus rutinas, como pasear por la zona y cuidar sus huertos. Tanto es así que la mujer destaca una realidad que al propio Abargues también le sorprendió en su viaje: «Aquí se está bien. Todo crece, florece y viven desde la fiera más grande al insecto más pequeño». Además, tiene un bienestar que no podría encontrar en otro lugar pues le trasladó al fotógrafo las quejas y problemas de aquellos que abandonaron el pueblo —incluidos sus hijos— y marcharon a Kiev, a unos 150 km de la zona de exclusión. Aún emocionado, Abargues explica cómo Raysa, apuntando con su dedo índice los alrededores de su hogar, exclamó: «Mi marido está aquí; aquí está enterrado... ¿Para qué quiero irme?».
Para el fotógrafo, en esa Zona Muerta los habitantes que quedan parecen «abandonados a su suerte» y se pregunta qué ocurrirá cuando esas 46 personas fallezcan: «Quizá se convierta en un gran bosque repleto de fauna y flora y sea el único testigo directo del accidente nuclear más grave de todos los tiempos». Lo cierto es que la zona quedó congelada en ese 26 de abril de 1986, cuando los cerca de 48.000 habitantes de Prípiat —la localidad más cercana a Chernóbil— tuvieron que abandonarla rápidamente dejando la gran mayoría de sus pertenencias: ropa, mobiliario, juguetes, libros. Un fiel reflejo de lo que fue la vida en la Unión Soviética de finales del siglo XX.
Inaugurada en 1970 para los trabajadores de la industria nuclear, contaba con todos los lujos modernos que el gobierno soviético podía ofrecer: teatros, cines, restaurantes, centros comerciales, supermercados y un completo sistema de transporte. La ciudad estaba asentada al lado del río Prípiat, lo que la convertía también en una importante ciudad portuaria.Los barcos oxidados escorados así lo recuerdan. Hoy, en cambio, es una urbe fantasma.
El fotógrafo de Gandia remarca que el parque de atracciones es el lugar que mejor retrata la tragedia humana. La imponente noria se alza en una explanada desértica en la que la maleza ha ocupado gran parte del espacio. Junto a ella se divisa la pista de coches de choque, una gran estructura metálica con los coches amarillos en su interior y que paradójicamente nunca llegaron a usarse —su inauguración iba a tener lugar tres días después del accidente—. Borja explica que es la zona con mayor radiación y aún hoy el medidor emite un pitido más agudo que en otros lugares.
Compite en crudeza la escuela, en cuyas fotos se adivina la urgencia con la que los niños fueron evacuados y el estado de abandono en que ha quedado todo. Libros, cartulinas, carteles colgados y balones ya desinflados recuerdan un lugar que en su día acogió miles de alumnos. Además, en algunas aulas la maleza ha empezado a llenar las paredes, que poco a poco van cayendo a pedacitos llenando de escombros por doquier. No faltan las máscaras usadas después del desastre por los trabajadores a quienes se les llamó «liquidadores». Unas setenta instantáneas que dan vida a una zona donde hoy reina el silencio.
Desde su estudio de fotografía en Gandia comenta que tiene en mente viajar a otra zona devastada por un accidente nuclear: Fukushima. «Tenemos todo prácticamente cerrado y mi intención es dar continuidad al trabajo que he comenzado con Chernóbil», explica sobre un periplo que también le llevará a él y a sus apreciados objetivos a otras partes de la tierra, en concreto al país del Sol Naciente.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 37 (XI/17) de la revista Plaza