Las madres, esas mujeres amadas, idealizadas y queridas. Esas mujeres vitales e imprescindibles. Esos pilares donde nos agarramos. Esos hombros que nunca se doblan. Esos brazos que nunca fallan. Esos besos que nunca faltan.
Las madres son esa figura que nunca pasa desapercibida en la vida y en el desarrollo de cualquiera de nosotras y nosotros. Sea por su presencia o por ausencia. Las madres nos marcan de por vida sea de manera consciente o inconsciente, voluntaria o involuntariamente. La figura de una madre es irremplazable.
Las madres se convierten en esos hogares que solo ellas saben construir. Esas familias que se levantan con ellas y se resquebrajan cuando no están. Esa ausencia que no se suple con nada y que queda para siempre. Ese dolor irreparable y ese amor incondicional. Ese amor indestructible. Ese amor puro… Este fin de semana especialmente recordamos con amor a nuestras madres y les mostramos nuestro amor.
Hay muchos tipos de madres y sería muy difícil clasificarlas. Madres más atentas, más dispersas, más amorosas, más independientes, más dependientes, más cariñosas, más comprometidas, más rebeldes, más sumisas, más ordenadas, más desorganizadas, más tiernas, más ariscas, más amables, más déspotas… al final somos como madres, igual que somos como personas.
Quienes somos egoístas por naturaleza, tendemos a ser madres egoístas aunque con nuestras hijas e hijos seamos menos egoístas que con el resto del mundo. Quienes somos desordenadas, seremos madres desordenadas aunque con nuestras hijas e hijos seamos lo menos desordenadas posibles… y así todo.
Una vez más veo que en la variedad y en la diversidad está el encanto. Como, por ejemplo, los niños y niñas que tienen dos mamás. Esas parejas de mujeres que han tenido un bebé.
Esos niños y niñas que tienen dos mamás y que reciben ese amor de madre por partida doble. ¡Qué suerte tienen ellas de haber sido madres!... pero ¡qué suerte tienen esos bebés de tener dos mamás!
Las mujeres podemos dividirnos entre las que somos madres y las que no. Cada una con sus peculiaridades y con sus circunstancias. Y una vez somos madres, nos dividimos en malas madres y buenas madres (entendamos la simplificación de los términos)
No todas las madres son estupendas y maravillosas. También hay madres malas. Y no me refiero al término tan recurrente y ese movimiento de moda hoy día que usamos tanto y llevamos a gala entre risas y cervezas entre amigo y amigas. Me refiero a las malas madres de verdad. Las madres que no han cuidado de sus hijos o hijas, las que no han dado la atención que necesitan, las madres que han marcado negativamente las vidas de sus hijos e hijas para siempre, las que no les han defendido y las que les han abandonado a sus suertes. Esas malas madres que sufren algunos niños y niñas desprotegidos antes la vida. Esas madres que hacen la vida imposible.
Me cuesta mucho hablar en este punto de las malas madres porque me resisto a pensar que alguna madre de manera voluntaria amargue las vidas de sus hijas e hijos. Entiendo que debe haber algunos condicionantes que llevan a ello pues es algo que, se presupone, va contra natura. Intento ser empática con ellas pero en cualquier caso me duele. Me duele por ellas, pues imagino su sufrimiento, y me duele por el sufrimiento de sus hijas e hijos que viven marcados el resto de sus vidas.
Pero las malas madres de verdad son las que no sufren con el sufrimiento de sus hijas y de sus hijos. Las que nunca debieron ser madres…
No quiero hablar de estas madres, bastante condena tienen sus hijos e hijas de tenerlas como madres. Pero afortunadamente ellas son la excepción. Y si no fíjense en su entorno cuantas personas reniegan de sus madres…
En general las madres somos especiales y maravillosas para nuestras hijas e hijos. Nos convertimos en esos seres intocables y perfectos por muchos defectos que tengamos. Pocas veces cambiaríamos de madre o nos cambiarían nuestras hijas e hijos como madre. Y si en algún momento tenemos desencuentros antes o después se suelen solventar.
Yo he tenido la suerte de tener una buena madre a la que no cambiaría por nada del mundo y que se ha convertido en un espejo en la que mirarme para conseguir llegar a ser una madre como ella.
Y no descubro nada nuevo cuando afirmo que ser mamá te cambia la vida. Algunas estamos más encantadas que otras pero lo que es indiscutible es que te cambia. Cambia algo y nunca vuelves a ser la misma. Y en eso está el encanto, en que nos cambie la vida para siempre. Yo tuve claro cuando fui mamá que no quería volver a mi vida de antes ni ser la misma persona que antes. Por algo quise ser mamá.
Ser madre ha cambiado muchas cosas en mí y, no sólo en la logística, hábitos y rutinas que suele ser lo más evidente y visual. Ser madre ha cambiado mi enfoque ante la vida, mis necesidades más primarias, mis miedos más irracionales, mis prioridades... pero no ha cambiado la esencia de quién soy y quién quiero seguir siendo.
Ser mamá me ha hecho más empática, y más exigente al mismo tiempo, con las madres. Feliz día de la Madre a todas las mamás… buenas y malas madres.
La semana que viene... ¡más!