Marinela y Lola son las mujeres de negro. De los pies a la cabeza. Marinela, eso sí, se permite jugar con unas briznas naranjas. La suela de sus zapatos es naranja, la funda de su móvil es naranja y las letras de la marca Hawaiana en las patillas de sus gafas negras también son naranjas. Son dos modernas con gafas de pasta algo estridentes y mucha labia. Dos mujeres que se conocieron una noche loca de 2007 en el Nou Pernil 2 (un juego de palabras para que parezca una traducción al valenciano de Nueva York), el antro que regentaba en el Carmen una de las grandes damas de la noche en la ciudad: la inimitable Olga Poliakoff.
Marinela Forcadell Brava -las dos exigen que figure también su segundo apellido- es una mujer de Castellón -"pero de Castellón de ocho apellidos castellonenses", dice- que después de estudiar en las Carmelitas, hizo Marketing en Esic y se puso a trabajar en las empresas de sus padres: Cristalerías Forcadell y Forcadell Decoración. Al mismo tiempo, alimentaba su afición por la fotografía gastándose un dineral en buenas cámaras y objetivos de todo tipo. Pero todo cambió esa noche en el after de la Poliakoff. Allí conoció a Lola Barcia Albacar y esta, poco después, le enseñó la magia de la fotografía estenopeica. Lola, que es de València, había estudiado en las Esclavas y después se formó en Bellas Artes para hacer lo que ella define como "ser una pintamonas".
Cuando se conocieron, sintieron que tenían que emprender algo juntas y por eso decidieron matricularse en Historia y adentrarse en la fotografía estenopeica usando las latas como cámaras. La magia les había atrapado. La técnica es la misma que descubrieron Aristóteles, Leonardo o un filósofo chino llamado Mo Ti: si en una cámara oscura dejas entrar la luz por un pequeño orificio, lo que haya delante se proyectara hacia el interior de la cámara, del revés. Y eso sucede igual en una pagoda que en una vieja lata de galletas danesas. "Ves cómo se forma la imagen dentro de una una simple lata. Cómo la luz se encuentra con la oscuridad y, ¡bum!, se forma la imagen". Les gustó tanto que decidieron consagrar su vida a este arte.
"Lo primero que hicimos fue enlatar Castellón. Luego fuimos a València y enlatamos la Albufera y el barrio del Carmen". Las dos usan el verbo enlatar para explicar su acción y aclaran que cada lata, según su forma o su tamaño, funciona como un objetivo: el gran angular, el ojo de pez, el 50 mm… Y que cuando viajan para enlatar una ciudad, lo hacen cargadas de latas. Eso hace que en cada aeropuerto las paren en el control de equipajes y, acto seguido, de manera ineludible, pasen el control de drogas. "Y, claro, alucinan cuando abren las latas y ven que dentro llevamos las pastillas para la tensión, una camiseta o las bragas".
El padre de Lola era neurocirujano y su madre, que era enfermera, su instrumentista. El médico ingenió un aparato que llamó el aparato Barcia -su primer apellido-; en realidad, una maleta en la que reunía todo lo que necesitaba. Así que cuando Lola se convirtió en ‘fotolatera’, José Luis Barcia le preparó una de esas viejas maletas de piel para transportar todo su equipo. Al llegar a una ciudad, entran en la habitación del hotel, dejan la maleta y lo primero que hacen es ir al cuarto de baño a ver qué posibilidades tiene. Porque Lola y Marinela hacen lo mismo cada día: salen del hotel con 45 latas, hacen las 45 fotografías durante el día, y por la noche, de vuelta, se meten en el aseo, sellan con cuidado todas las rendijas por las que pueda entrar la luz, sacan las cubetas, los líquidos y la luz roja, y se lanzan a sacar el papel de las latas para revelarlo. Es el momento de descubrir qué han hecho porque, al contrario que las cámaras digitales, cada ‘fotolata’ es un enigma.
"Ahora ya solo revelan los asesinos, o eso es lo que se ve en las películas", bromea Marinela. "Y, de hecho, hemos dado tantos talleres que sospechamos que algún asesino habremos tenido como alumno…". Las dos estallan en una sonora carcajada. Son dos mujeres muy compenetradas. Una más prudente; la otra, más atrevida. Dos personas que se solapan en la conversación y que les gusta reírse de sí mismas. "Se piensan que estamos un poco loquetas", dicen sin pudor.
En mitad de la entrevista, caen en que, ese día, se cumplen 16 años exactos de sus comienzos como ‘fotolateras’. "Lo sabemos porque esta es una técnica que te obliga a conservar un archivo físico. Te exige mucho orden. No lo puedes guardar en un disco duro o en el iCloud. Esto es muy físico y nos gusta revisar nuestro trabajo porque tu mirada va cambiando". Lo que no varía es su técnica. Siempre siguen los mismo pasos.
"Es una técnica muy friki. Si te pasas todo el día cambiando la ecuación, te dispersas y no logras hacer un proyecto fotográfico. Nos motivaba mucho viajar a una ciudad y enlatarla: captar su atmósfera y la esencia de cada ciudad. Por eso decidimos usar siempre las mismas latas, la misma apertura, un orificio de 0,4 milímetros, para que entre la luz, el mismo papel, el Ilford Multigrado IV -un papel de contraste variable en blanco y negro de primera calidad sobre una base recubierta de resina blanca brillante-… Y así, ¿qué es lo único que va a variar? La luz. No nos quedaba otra que viajar por diferentes lugares. Marinela es una viajera empedernida y yo de pequeña viajé mucho con mis padres, pero luego me estanqué en mi etapa de pintamonas".
Al principio apuraron todos los destinos de Ryanair. Viajes a bajo coste para enlatar ciudades como Varsovia, París, Roma, Londres… Luego vinieron Nueva York, Miami, Marrakesh, Pekín, Tokio… "Vamos siempre con 45 latas metálicas. Porque cada lata te da solo para una foto. Cada día, desde que sale el sol hasta que se pone, tenemos que llevar las suficientes para no tener que volver al hotel a recargar. Vamos con mochilas, volvemos al hotel, revelamos lo del día y cargamos las latas para el día siguiente".
La lata está pintada de negro por dentro para que sea una cámara oscura. En el interior, pegado con un adhesivo frente al orificio, colocan un papel fotosensible, teñido de plata, y donde más luz le da, más se va a quemar, y donde menos, más blanco se va a quedar. “Cuando los revelamos, lo que obtenemos es el negativo. Y esa es nuestra obra”.
Marinela saca el iPhone de última generación, entra en su cuenta de Instagram (@fotolateras) y empieza a enseñar alguna de sus fotografías. Mientras, Lola ha abierto un iPad y muestra cómo es la imagen que capta la cámara de su dispositivo y cómo es el resultado de la misma fotografía hecha con la lata. El contraste es sorprendente. El blanco y negro, los grises, un punto borroso… La fotografía tiene su encanto. "Nos gusta decir que cocinamos porque la lata es el horno y el papel es la pizza. Por eso tiene que estar el tiempo suficiente para que ni se queme ni se quede cruda". Marinela es la encargada de controlar el tiempo con su Apple Watch. Porque las dos hacen fotos con latas viejas pero luego lo manipulan todo con lo último en tecnología.
Después, con el negativo, lo escanean en alta resolución para poder hacer copias grandes para las exposiciones que llevan por todo el mundo. Ahora acaban de cerrar una en Lisboa, pero en la agenda les esperan otras en los próximos meses. Una de las que más les complació fue la que hicieron en Londres, en el Parlamento Europeo, durante la presidencia de España en el Consejo de la Unión Europea. Entonces les llamaron para que llevaran su Europa enlatada. El problema vino cuando alguien dijo, a unos días de la inauguración, que todo eran países de occidente y que hacía falta enlatar también algunas ciudades del este. Marinela, además, había sufrido una fea caída unos días antes y llevaba una pierna escayolada que le impedía volar.
Después de unos minutos de duda, cogieron el toro por los cuernos. Marinela fue a que le quitaran la escayola, le juró al traumatólogo que no iba a apoyar la pierna ni una sola vez y se sentó en una silla de ruedas. Lola empujó la silla y se la llevó hasta el aeropuerto. Tenían cuatro días para enlatar cuatro ciudades. Las fotolateras se lanzaron a por una carrera desenfrenada. Por la mañana hacían las fotografías, por la tarde viajaban en tren hasta otra ciudad y por la noche revelaban. Un día estaban en Budapest, al siguiente, en Viena, al otro, en Praga y el último, en Bratislava. Cada noche, enviaban un WhatsApp al comisario de la exposición con el objetivo alcanzado: "¡Tenemos Budapest!".
En cada foto, fijan las latas en un trípode, con cuerdas o como sea para que no se mueva ni un centímetro. Lo que se mueve, como los tiempos de exposición son tan amplios, no sale. Si ponen la lata delante de un punto y pasa gente por delante, no sale o sale transparente. Si la gente se queda fija, sí que sale. A veces les da el punto y se hacen un selfie con la lata. Se colocan, inmóviles, delante de la lata. "La gente pasa y se queda extrañada al ver a esas dos señoras de negro fijas delante de una lata".
La mayoría de las latas tienen ya su tiempo. Una es de Illy Espresso, otra es de galletas danesas, otra de Harrods biscuits… Lola y Marinela han tenido que compaginar la fotografía con otros trabajos para pagarse las facturas y los vicios, pero últimamente ya prácticamente viven de las latas, las charlas y los talleres que imparten. Uno de sus próximos trabajos, encargado por el Instituto Cervantes, les obligará a ir con sus 45 latas a Argelia. "No paramos da dar la lata…".