Las salidas de las ciudades son esas renovadas vías de comunicación sin cerraduras. Sustituyen velozmente a un pasado empedrado por altos muros. La pista de Ademuz es una de ellas. Clavada en un entorno que cuenta con poblaciones limítrofes como Paterna, Burjassot y Godella, entre otras, su localización en el Google Maps es clave para el desarrollo económico de la ciudad. Engullida por una gran avenida, Cortes Valencianas, parecía que cuando en 1982 los promotores del gran centro comercial (Nuevo Centro) lo edificaron, la ciudad se detendría ante el umbral de sus puertas. No fue así, València creció un poco más, ensanchándose y castellanizándose. Cruzar Cortes Valencianas de acera a acera lleva su tiempo, como el enorme pasatiempo en descubrir la localización de una hospedería cuando arrastras un maleta por el Paseo de la Castellana de Madrid. El oficio es largo, tendido y aburrido. Madrid es una ciudad ministerial. València es una ciudad con vistas al mar.
Pese a que me gusta caminar, mi deseo es más callejear por modestas calles que por anchas avenidas. Dinamiza más. La caminata suele discurrir por curvas, peligros y muchas sorpresas como la de encontrarte a un James Joyce fruto de mi imaginación, o zafarte al vocalista de la banda irlandesa U2 caminando por la xicoteta Valéncia. Tras esa venerable y, hasta me atrevería a decir, lúcida labor, acabas conociendo de primera mano tu patria chica. Cuándo en 1988 los albañiles de la democracia se pusieron manos a la obra, estrenaron los primeros vagones del metro que recorrerían los inocentes raíles conduciendo a los trenes hasta los mismísimos aledaños de la pista de Ademuz. Recuerdo que tal efeméride fue una excitante y novedosa experiencia. Mi padre dio la tabarra los días previos al estreno, experimentando como una cobaya en aquel día D. Aquel escenario acabaría colocando a València en el bronce olímpico por detrás de Madrid y Barcelona.
Desde entonces ha llovido mucho, más y mejor. La salida de Ademuz está orientada en un entorno privilegiado con mucho peso financiero. La Feria de València es un claro ejemplo de ello. Vivimos aferrados a la voracidad de la pólvora es parte de nuestra ancestral cultura y de nuestra larga y brillante historia como pueblo. Para mí, Ademuz, junto al Puerto de València, es el centro financiero de la ciudad, de ahí saldrán los negocios del futuro. Un escaparate al exterior. Tuve la suerte de transitarla en las escapadas estivales acompañando a la familia desplazándome a la segunda residencia de mis padres en La Cañada. Todavía las luces de neón del casino no la iluminaban, ni estaba colocada la primera piedra del Palacio de Congresos. Y veía en los edificios de Terramelar una especie de Isla Mínima a años luz de aquella València que crecía con sentimiento, sin fuegos artificiales palpando el terreno. Últimamente los valencianos nos estamos enfrentando a esa absurda lucha encarnizada por desmontar lo movible de la movilidad. Hemos pecado en exceso, sin mirar a la ciudad como se la debe observar y por desgracia utilizamos mucho el tocador reflejándonos masa en el espejo.
Y eso que ahora este gobierno mixto cuenta con un ministro urbanita nacido en el Cap i Casal. Da la casualidad que gestiona o reparte las tareas de lo que los valencianos, acomplejados políticamente, no hemos sabido sacudir con efectividad las pertinentes arengas en el púlpito del Congreso de los Diputados. Ya nos lo recuerda en cada acto festivo el protocolario himno regional. Somos más de ofrendar que de pedir o reclamar cuentas a la España que nos ampara pagando muy alta la factura. A mí personalmente me escuece esta situación, observar cómo la V-30 se estrecha cada día más, la red de trenes de cercanías no funciona como debería, o la ciudad sigue partida en dos por unas vías de tren que no se entierran y seguimos fantaseando con las irrisorias promesas del Parque Central. Estas actuaciones deberían corresponder con unos nuevos presupuestos al Gobierno Central, como la necesaria y próxima intervención sobre la pista de Ademuz cuando en un período corto de tiempo, un nuevo escenario se inicie aperturando el nuevo Mestalla o Paterna inaugure el mega complejo del centro comercial Puerto Mediterráneo. Espacios que sin dotar de los accesos necesarios acaben colapsando la paciencia de miles de valencianos. No quiero vivir eternamente en una ciudad provisional. València no es Madrid.