Un viaje a la isla más tranquila de las Baleares que es, en estos meses, un lugar más mágico si cabe.
Si me pierdo alguna vez, buscadme en las Baleares. El magnetismo de estas islas de nuestro amado Mediterráneo yo lo siento, pero no lo tienen otras. Y mira que las hay especiales. En Italia, Grecia y hasta Portugal. Y eso por citar algunas cercanas. Las Baleares tienen algo especial. Y si yo soy una enamorada acérrima de Ibiza y Formentera y me escapo a Mallorca siempre que puedo, la cuarta y más lejana es otra que guarda un espacio en mi corazoncito.
Aquí la vida transcurre poc a poc y han sabido hacer suyo eso que todos muchos de venden -y pocos consiguen- del slow life. Aquí es de verdad. Porque hasta el pleno verano, tienes esa sensación de tranquilidad. Pero aprovechemos antes de que llegue este, porque tal y como están los precios de los viajes, tiene pinta de ser uno de esos veranos en lo que todo va a hacer boom.
No te hablaré de sus playas, que sí, son uno de los grandes atractivos por bellas y de un azul inimaginable, por recónditas y especiales. Eso ya lo disfrutaremos más tarde, porque esta isla tiene mucho más. Desde el paseo por sus dos ciudades principales, Mahón y Ciutadella, que hasta hace no mucho tenían un pique -cariñoso eso sí- por la capital, hasta conocer otras tantas virtudes y secretos casi a voces. Yo no me perdía el paseíto en barco hasta Hauser & Wirth, ese proyecto que rehabilitó la Isla del Rey y que ahora es un centro cultural con una vida que ya quisieran muchos.
Quizás también me apuntaría a conocer el interior de la isla y a hacerlo en un safari. Safari como excursión, claro, que aquí no vamos a ver al rey de la sabana. De esta forma consigues saber un poco más de la historia de esta isla, con hitos como su legado talayótico, levantado allá por la Edad de Bronce, o lugares mágicos, como la cantera de Santa Ponça, un paisaje de piedra apabullante. Además vería un atardecer en lugares menos turísticos que la Cova d'en Xoroi, desde cualquier de sus faros y me quedaría en el Far d'Artrutx, que tiene un sea club para despedir el día copa de vino en mano.
Y ya enlazando con comer, me haría un ruta hedonista, ahora que todavía no hay que reservar con tanta antelación. Me iría a Café Balear de cabeza. Tienen barca propia y cada día les traen lo mejorcito del mar. No he probado una langosta encebollada mejor en mi vida. La caramelizan y no le resta un ápice de protagonismo al bicho. También a Ses Forquilles, que el año pasado estrenaba ubicación en pleno corazón de Mahón con una terracita que hará las delicias del que vaya. Me pediría sus clásicos, como el croquetón de pollo a l'ast o el bikini de ensaimada con jamón ibérico, mozzarella y trufa. Le daría también al saam de panceta y bbq coreana y al tartar de solomillo de vaca menorquina que preparan con mantequilla Café de París.
No dudaría tampoco a la hora de reservar en Godai, que posiblemente sea el mejor japonés de la isla, que corre a cargo de Julián Mármol, donde ha sabido conjugar a la perfección los ingredientes locales con la cocina nipona. Una oda merecen bocaditos como la gamba roja al ajillo japomenorquín o la gyoza de cap roig.
Si me escapase ahora, me iría directa a conocer Amagatay. La isla puede presumir de permanecer casi intacta de grandes moles hoteleras, cosa que no ocurre en la vecina Mallorca. Este hotel boutique, de tan solo 20 habitaciones, es su nueva sensación. Porque va de la mano de la naturaleza tranquila de esta isla, porque está en mitad del campo en el que depende de la hora del día, solo se escucha el canto de las cigarras en los días de calor y los grillos al anochecer. Es uno de los proyectos que gestiona el grupo NUMA, encargado de explotar agroturismos pero hacerlo en clave de lujo. Y entendamos el lujo como estar en mitad de naturaleza, comer producto local y respetar el ecosistema. Nada de brillis ni estridencias.
A apenas unos kilómetros de Alaior se encuentra esta antigua finca agrícola de hace más de 250 años, que tiene hasta un olivar del que más adelante, se nutrirán para tener su propio aceite. Habitaciones decoradas con materiales naturales y colores que entran en comunión con la naturaleza, un jardín en el que perderse y una piscina con hamacas, hacen el resto para proporcionar una experiencia de desconexión verdadera.
Otro cantar es la cocina. Para su carta, se han apoyado en el asesoramiento de Juanjo López, de la Tasquita de Enfrente, que ha llevado su filosofía del menos es más a este singular espacio. Uno puede abrir boca con conservas o hacerlo con embutidos de la zona, como el camot, la carn i xulla, sobrasada o quesos locales. La idea es seguir con un picoteo a base de platos como la ensaladilla rusa Amagatay, con el sello Tasquita, un salpicón de marisco, una ensalada con butifarra blanca o gambusí frito. Para terminar, hacerlo con sabor puro a Menorca, con la langosta frita con patatas y huevos, una caldereta, arroces -ojo al de calamar y sobrasada- y piezas de pescado y carne. ¿De postre? Una tarta de queso de Mahón, que para eso estamos aquí.