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el muro / OPINIÓN

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Nos mantenemos apalancados en la picaresca. La transparencia no es del todo real. Aún hay que salir a la calle para ser atendido. En fondo y formas, para algunos, poco ha cambiado.

18/03/2018 - 

VALÈNCIA. En el subterráneo del abismo muchos aspectos parecen no haber cambiado. Continúan los harapos. Algunos no han entendido casi nada, o que esto no era lo esperado.  

Hace algunos años, de paseo por mi zona estival, —22.000 habitantes reales— a las puertas del consistorio estaba aparcado un lujoso coche. Junto a él, perdía el tiempo su chófer. Pensé que estaba de visita un ministro, un conseller. Cotilla de oficio, pregunté por tan célebre visita. El coche oficial era del alcalde (PP), un Jaguar azul, creo recordar. ¿Si esta población tiene un reducido número de habitantes, las calles se recorren a pie y muchos usamos la bicicleta, para qué necesitará su alcalde un coche de alta gama pagado con dinero público con lo bien comunicada que está?, pregunté ingenuamente. La respuesta me dejo helado. El primer edil viajaba de vez en cuando a Valencia. Necesitaba transporte privado para recorrer apenas 40 kilómetros, leer diarios durante el trayecto y contestar supuestas llamadas de alto nivel, respondieron. Genial.

Esta es una de esas atrocidades de nuevo rico y excesos indispensables que llegan con el cargo para hacer visible su nueva condición. La paletada de turno. Alcalde que viene de la nada pero alcanza un sueño: “servir al pueblo desde el corazón” y manifestar autoridad y presencia local.

Algo así parece suceder, por ejemplo, en Tavernes de la Valldigna. Da igual el signo político. Viene de lejos. El elemento (Compromís), como otros tantos silenciados desde la izquierda, conselleres incluidos, también necesita coche oficial. Éste usa, por lo leído, un vehículo de la policía local sin rotular para desplazarse a Valencia. Cobra, además, dietas por kilometraje aunque tiene piso en Valencia, a sólo 280 metros de las Corts, como denuncian los diarios. Está empadronado. Pero cobrar, cobra. Faltaría más. Miras la hemeroteca y no perdona. Me ha tocado el momento, dirá frente al espejo. Lo están siguiendo al milímetro. Por algo será.

Algo así como todos esos diputados y ministros que se llevan un complemento extra pese a disponer de vivienda en la metrópoli donde ejercen, al margen de todas esas prebendas añadidas vinculadas al cargo. Me recuerda a ciertos de la antigua Canal 9, enviados especiales deportivos para ser más concisos, que pedían dobles facturas y durante el viaje de vuelta las rellenaban. A saber lo que habrá por ahí, desconocemos y apenas “rascan”.

Esto de las dietas es muy sugerente, una especie de picaresca que alguien debería frenar, aunque sea nuestro sino. No entiendo a santo de qué un político cobra dietas por desplazamiento y los mortales que trabajan en cualquier espacio público o privado se levantan temprano para pillar el tren, el bus o comparten transporte y gastos. Además, pagan de su bolsillo. Hasta el bocadillo. Si están tan ocupados y viven entre prisas por qué no utilizar skype. Para lo que pueden añadir a nuestra evolución social les sobra. Podrían votar desde casa o dejarlo escrito ante notario ya que nunca lo harán en conciencia.

Algunos de estos neoprogres, neoconservadores, neoliberales están mostrando carencias y oportunismo. Eso de la transparencia, y perdón al conseller Alcaraz que me parece un tipo de lo más serio y responsable, parece estar quedando en un segundo plano que casi nadie atiende ya cuando hay cuatro monedillas de bautizo a recoger. Ahí, por ejemplo, está el lío del alcalde de Alicante o del propio concejal de Fiestas y verbenas del Ayuntamiento de Valencia a los que van a pillar como se descuiden lo más mínimo. No se apartan aunque estén en el punto de mira. Tampoco se ponen en stand by. No sé qué miedo existe si en realidad todo es supuesta transparencia y claridad. Se trata de compromiso formal. Promesas electorales. Falsas verdades que conducen a la desconfianza.

Hay que salir a la calle de nuevo como si estuviéramos en mayo del 68 para que esta clase política del compadreo se ponga las pilas. Viven en su mundo. Se manifiestan las mujeres, y ellos se ponen feministas pese a su antifeminismo. Se movilizan los pensionistas con razón, y ya están presentando planes para equilibrar cuotas a escote, pero no a base de eliminar inútiles pluriempleados o gastos superfluos, incluso pelotas de bulto. No se legisla ni se gestiona en pro de la ciudadanía. Sólo a favor de intereses particulares o temporales. Sobre la marcha se modifican intenciones, según el afluente. Es la gran farsa.  

Miren si no al Embajador de Fomento, Iñigo de la Serna. Ha llenado el país de inimaginables túneles, carreteras, puentes, desvíos y tantas obras públicas de ingeniera sideral para las que no existe presupuesto ordinario ni racional hasta el año 4.000. Él promete. Da titulares a los periódicos volcados con la causa. Como nos descuidemos van a construir en la imaginación una autopista sobre el mar, al estilo que propuso el Consell de Cultura hace muchos años entre risas para que entren camiones y trenes desde el acceso norte. De paso, un par de túneles bajantes para disfrute de skaters. Algo así como el lago subterráneo de la T2, útil a día de hoy para deportes de aventura y riesgo.

Pero lo mejor de todo no es lo mencionado porque forma parte del disparate nacional. No. Lo sustancial está en el pliego de condiciones que el Congreso ha publicado para adjudicar la gestión del restaurante/cafetería/bar de la cámara. Es de nota el documento de la Dirección Técnica de Infraestructuras e Instituciones. Qué poca faena debe tener. Si lo abrieran al público sería el negocio del siglo. Estaría lleno con esos precios de barra que se han puesto sus señorías. Cobran para ir a “trabajar” o desplazarse y además les subvencionamos almuerzo y merienda. Parece la hora feliz. Dos por uno.

Lo afirmaba recientemente el politólogo Noam Chomsky; “Toda autoridad tiene que justificarse. Toda jerarquía es ilegítima hasta que no demuestre lo contrario”. Será en Arizona. Nosotros, de momento, simplemente somos un país que menosprecia a la generación que reconvirtió este mismo país y después ha dado voz, confianza y presencia a tanto oportunista que, simplemente, aspira a continuar. Con dietas añadidas, claro.

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