La actualidad, tan rácana en traer buenas noticias, nos alegró el día cuando conocimos la crisis de Facebook por la fuga masiva de datos personales. Facebook, Google y Twitter, arietes de la revolución tecnológica, aspiran a dominar el mundo y convertirnos en sus siervos. En este desigual combate sólo cabe defendernos con la mentira
No acostumbran a venir buenas noticias del mundo, y cuando llegan las disfrutamos con alegría, conscientes del tesoro que tenemos entre las manos. Mientras el mundo sigue deshaciéndose, algo que sucede desde que el mundo es mundo, nos arranca una sonrisa saber que Facebook ha sufrido una gran crisis por la fuga de datos de cincuenta millones de usuarios.
La información confidencial cayó en manos de la consultora Cambridge Analytica, que la empleó en las últimas elecciones de Estados Unidos en favor de esa bestezuela rubia llamada Donald Trump. La compañía del niñato Zuckerberg perdió un 14% de su valor bursátil en la primera semana posterior al escándalo. Poco me parece. El pelirrojo salió, con el rostro contrito, a pedir disculpas y prometió que no volverá a ocurrir. De sus palabras cabe deducir lo contrario: la próxima vez no se hablará de la fuga de datos de 50 millones de usuarios sino de 100, 200 o quizá de sus 2.000 millones de ingenuos colaboradores.
El tráfico de datos personales es el petróleo del siglo XXI. Facebook trafica con ellos, Google también lo hace, Twitter no se lo piensa dos veces. Cualquier decisión que tomemos, sea la entrada en una página web, enviar un mensaje de móvil, mandar un correo electrónico o realizar una compra por Internet, todo lo que hagamos está registrado a mayor gloria de las grandes compañías que recibirán esta información. Es lo que les faltó a Goebbels y Stalin para culminar sus soluciones finales. La revolución tecnológica está al servicio de proyectos de dominación como los de Facebook y Google, proyectos muy eficaces porque vienen revestidos con un envoltorio engañoso, basado en mensajes que inciden en la libertad y la felicidad de los usuarios, que no dudan en trabajar para ellos escribiendo textos y subiendo fotos a la Red.
De la intimidad mejor no hablamos porque comienza a ser una quimera. Una minoría se resiste a venderse a la Arcadia tecnológica pero la mayoría ha claudicado al entrar en una espiral obscena que lleva a contarlo todo (por lo general sandeces), a exhibirlo todo, a buscar los quince minutos de gloria a cambio de un pacto con el diablo. Y el diablo es Silicon Valley, y el diablo son los bots del venenoso Putin.
¿Qué podemos hacer contra esos jóvenes ejecutivos que aspiran a dominar el mundo? El enemigo es muy poderoso. Antes de nada ha de quedar claro que son un ejemplo de fascismo 3.0, de rostro amable, muy inteligente, un fascismo bajo en calorías, que está en forma, vestido con vaqueros y camisetas de algodón, de barba de tres días, que no necesita recurrir a la violencia física, a las camisas negras y a los correajes. Un fascismo corrosivo y dulce, muy sugestivo, que pretende hacerse con el mundo sin pagar impuestos en ningún país. Un peligro para los que aún creemos en el azar y el misterio.
La revolución tecnológica está al servicio de proyectos de dominación como los de Facebook y Google, que apelan, paradójicamente, a la libertad del usuario
A falta de respuestas colectivas a este desafío, impensables de imaginar porque todas las revueltas nacen y se agotan en Internet para que no salten a las calles, la solución, como casi siempre, ha de ser individual. Nuestra defensa frente a la manipulación y los algoritmos debe ser la mentira, el engaño, la simulación. No hay decisión más subversiva que combatir las mentiras del poder, de cualquier poder, con más mentiras. Si no puedes vencerlos, confúndelos, que diría Truman, el señor de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Cuando una encuestadora del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) te llame para preguntarte a quién tienes previsto votar en las próximas elecciones, tú, que eres más de derechas que la mano derecha de Isabel Bonig, contestarás que lo harás por Pudimos. Si entras en Google busca información sobre la escritora feminista Laura Freixas porque a ti lo que de verdad te pone es el realismo sucio y macho de Bukowski. Si accedes a YouTube haz el sacrificio de escuchar una canción del melifluo Pablo Alborán, justo lo contrario de lo que te gusta, que es el rap del puertorriqueño Bad Bunny, el ídolo musical de muchos adolescentes. Y así, en cada uno de los pasos que des por los caminos inciertos de Internet, actúa de manera contraria a tu pensamiento. Ser inconsecuente en el mundo digital te permitirá vivir a salvo en el analógico.
Y, por último, si quieres compartir un secreto con alguien de confianza, acude a un estanco, compra un sobre y un sello, escribe una carta y échala en un buzón. No habrá Estado ni gran empresa que se interese por su contenido. Estarás seguro. Esa carta será el salvoconducto de tu libertad.