Empiezo a escribir este artículo sorteando el estruendo de la última despertà de las fiestas de la Magdalena, de la última despertà de las Fallas. Es muy temprano y, mientras estallan en la calzada los petardos, masclets y tro de bac, mi primer café humea el mejor aroma, una enorme atracción que se mezcla con los residuos de la pólvora y que se cuelan por las rendijas de las ventanas y los huecos o cajas que cobijan las persianas.
Despedimos mil días de fiesta, porque este año han sido mil días de fiesta. Castelló deslumbró desde el primer momento, el primer viernes, la vespra de la vespra de la vespra. Una ciudad sitiada por la alegría explosiva, efervescente. La calle ha sido el guión multitudinario de estas fiestas, marcado firmemente por un entusiasmo colectivo. Desde el confinamiento del mes de marzo de 2020, no se han podido vivir de lleno estas fiestas. El pasado año, las fuertes lluvias fueron como la premonición de un castigo divino. Esta primavera, Castelló ha renacido de todas las cenizas, volando alto y dejando una estela de felicidad ciudadana.
Hemos vivido las mejores fiestas desde hace mucho tiempo. Las mejores fiestas con unas infinitas ganas de vivirlas. Ha pasado en Castelló y también ha pasado en València. Este carácter mediterráneo y abierto que nos lanza a la calle para compartirlo todo, ha sido el máximo exponente y difusor de unos eventos que son los mejores de este pequeño país mediterráneo.
Anímicamente estoy ligada a la Magdalena, llegué a Castelló en los primeros años ochenta, pariendo dos hijos que fueron arraigados a esta tierra. Y estoy ligada, asimismo, a las Fallas porque forman parte de mi infancia, de mi familia materna, de aquellas ofrendas con la Falla Monteolivete, de las que recuerdo el tremendo dolor de pies, provocado por aquellas calzas que tejía en ganchillo mi abuela Pepica y que aprisionaban el pie, embutido en zapatitos de medio tacón, forrados de la misma tela que el traje de fallera.
Lo mejor de mis recuerdos, absolutamente, es la mascletà. En primera fila desde pequeña, de la mano de mis abuelos y de mi tío Paco. En aquella plaza enorme valenciana. Me rompía por dentro, temblaba todo el cuerpo sintiendo que te elevabas con los últimos disparos. Estas emociones he podido vivirlas otras muchas veces, en primera línea de los disparos de la mascletà de Fallas, vibrando y temblando hasta el infinito.
Pero, hay que decir que en Castelló se disparan mejores mascletaes, con mayor cantidad de pólvora y efectos especiales. Son maravillosas y enormes. Este año ha sido una Magdalena pirotécnica impresionante y espectacular.
Ayer terminaba este artículo tras el placer de seguir en directo la actuación de las Bandas Internacionales que cada año acuden a las fiestas de la Magdalena. Participaron formaciones musicales de la República Checa, de Polonia, de Países Bajos y, lo mejor, un grupo de música tradicional y danza de Ucrania, Barvynok. Son niñas y niños, y adolescentes, que han viajado hasta Castelló para mostrar y compartir su cultura y tradiciones. Fue muy emocionante. Mucho. Fue una actuación de agradecimiento por toda la solidaridad recibida desde el pueblo castellonense. Niñas y niños que no dejaron de sonreír y danzar junto a una excelente percusión, y que hoy regresarán a su país, a la dura realidad que les espera.
Por otra parte, qué contenta está mi estimada amiga Inmaculada Sánchez, directora del Instituto Superior de Enseñanzas Artísticas de la Comunidad Valenciana, que ha celebrado con orgullo el primer premio en la categoría infantil de la Gaiata 16 de Castelló, realizada artesanalmente en cerámica por la alumna Africa Macías de la escuela de L’Alcora. Muy importante destacar la relevancia de la formación profesional ligada a una industria que es el motor económico de estas comarcas. El uso de la cerámica está cada vez más presente en estos artesanales monumentos magdaleneros. Castelló está llena de este arte gaiatero. Hay que promocionar una industria centenaria que atraviesa momentos difíciles y porqué, asimismo, no puede olvidarse la tradición de los oficios que marcan el carácter castellonense y mediterráneo.
((Añadir, destacar, recriminar y recordar a la televisión autonómica Á Punt que en Castelló hay Gaiates y NO ‘gaitas’ cómo pudo escucharse en una pieza informativa)).
El resto de mis fiestas han pasado por el recogimiento y abrazos prolongados a mi perro Pancho. El constante disparo de cohetes en la calle enloquecen su pequeño cuerpo canino. Desde hace diez días dormita encogido bajo su edredón, en mi cama, aullando y llorando de miedo. Hemos vivido estos días abrazados, enlazados y compartiendo la seguridad de un calor protector. En Castelló, y en València, no hay tregua en el disparo de artefactos explosivos a todas horas, en todas partes.
Además, hemos compartido cada día y cada noche varias carpas festeras., instaladas a pie del edificio. Durante horas y horas, con músicas imposibles, con un estruendo que precisa una sobredosis de valeriana y lexatín para soportar este martirio constante. No hemos tenido mucha suerte con la selección musical de estos templos festeros cercanos y sus carpas invasoras. En otras calles y plazas las actuaciones han sido otra historia que nos hubiera puesto en pie y bailando hasta el amanecer por el pasillo de la casa.
Hemos acabado odiando a Nino Bravo, Manolo Escobar, Alaska y a Camilo Sesto, y, cada noche, durante horas nos hemos encerrado frente a los enormes ruidos de la discomóvil de turno, muy ibicenca años ochenta, con voces roncas que se pasan el rato diciendo Joana, Oh Joana, Ay Joana y Joana.… Mi Pancho y yo no hemos merecido semejante agravio.
Nunca olvidaré a mi querida amiga Fina Cardona y su sabia opinión sobre todo aquello que llena de coentor el devenir de las fiestas falleras, la siembra de carpas en cualquier calle y todo aquello que deriva en una decadencia que deberíamos combatir. Porque debe haber un futuro por conquistar.
Hoy regresamos a la normalidad, a una rutina que viene marcada por el deprimente devenir nacional y mundial. Hoy seguiremos indignadas por quienes consumen bonos sociales y energéticos para familias vulnerables sin necesitarlos, porque no los rechazaron, porque se trata de una ignominia que no merece esta sociedad tan angustiada. Seguiremos muy preocupadas porque son miles de miles las familias que no llegan a final de mes, porque estamos inmersas en pozos oscuros que no nos permiten respirar a fondo y seguir avanzando, seguir soñando. Cada vez hay menos sueños que nos despierten, porque cada día la vida nos va dejando, poco a poco, en cueros y en silencio.