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MUSEOS ENTRE BAMBALINAS

Cómo montar una exposición paso a paso… y sobrevivir para contarlo

Los responsables de la nueva muestra permanente de L’ETNO nos adentran en un viaje a la trastienda de la museografía contemporánea.

20/07/2020 - 

VALÈNCIA. Si en mitad de un día un poco turbulento o en una mañana de domingo en la que amenaza el monstruo peludo de la desazón, decide usted guiar sus pasos hasta ese museo que lleva eones guiándole el ojo, debe ser consciente de que es posible que esté a punto de sumergirse en un carnaval para las neuronas y los sentidos. Transitar uno de estos enclaves con los pies y las pupilas supone un ejercicio de conexión íntima con las obras, con la realidad que envuelve a cada sala e incluso con el resto de caminantes que están compartiendo la experiencia con usted. Los elementos exhibidos parecen estar esperándole justo a usted, anhelando su llegada, pero, estimado amigo, estimada amiga, resulta que para que ese momento de comunión se produzca han sido necesarios meses e incluso años de trabajo por parte de diversos profesionales del centro museográfico en cuestión: comisarios, restauradores, conservadores, equipo de didáctica y difusión, pero también responsables de la limpieza, encargados de seguridad y técnicos de mantenimiento. Un trabajo silencioso, invisible, a menudo desconocido entre el gran público, pero sin el que sería imposible que al visitante le diera un stendhalazo al atravesar cada sala.  Nada es casual en esos espacios: desde la disposición y la distancia entre instalación e instalación hasta el cromatismo de sus paredes. Porque no, ni las obras de arte crecen a su ritmo en los bancales ni las cartelas surgen por generación espontánea en los muros.  Así que no es por hacer de menos a Walt Whitman, pero cada exposición que sale adelante también contiene multitudes.

Sé que este descubrimiento ha puesto patas arriba su mundo, que ha descolocado para siempre su sistema de valores. Pero no se preocupe, para hacerle más llevadero este nuevo universo que se alza ante usted, desde Culturplaza hemos atracado dialécticamente a varios profesionales de L’ETNO, el Museo Valenciano de Etnología que acaba de inaugurar su nueva muestra permanente. Y tras arduas pesquisas, aquí le presentamos el manual básico para poner en marcha una exhibición y no morir en el intento. 

Capítulo 1. El discurso

En el inicio, fue el relato. Y es que, como indica el director de L’ETNO, Francesc Tamarit, “una buena museografía es la que sabe equilibrar el objeto, el discurso y el diseño. A partir de ahí, se comienza con la ejecución del proyecto trazado. En nuestro caso, llevamos años investigando nuevas fórmulas de expresión que analicen la cultura tradicional desde el presente y con un diseño innovador. Optamos por una museografía crítica, de riesgo, atrevida, que intenta entrar por los sentidos al ciudadano para motivarle a la acción”.

Contar los objetos para contar la realidad que representan, pero también para cuestionarnos a nosotros mismos como individuos que integran una tribu. “El relato expositivo se apoya en las piezas para establecer un diálogo con el ciudadano, busca comunicar un mensaje, una visión del mundo”, sostiene Tamarit. Y en la misma línea, Joan Seguí, uno de los conservadores d L’ETNO, defiende que cuando un museo busca “un estilo propio de comunicar la realidad patrimonial que maneja (arte, antropología, historia…) es más fácil que conecte con el público. En el caso de L’ETNO, el relato que elaboramos debe tener conexiones con nuestra misión: difundir la cultura popular valenciana, pero apelando también a referentes universales, ya que ninguna sociedad está aislada”.

Imposible, por tanto, poner en marcha una exposición sin un discurso detrás. Toda vitrina, toda cartela, toda decisión sobre qué bombillas van a iluminar cada sala conforma en sí un posicionamiento discursivo. Así lo asegura Seguí, quien considera que esa narrativa sobre el propio proyecto “lo es todo, es la diferencia entre tener una buena historia que compartir o no tenerla. Y como toda historia, tiene muchas formas de ser abordada y muchas posibilidades. Hay quien podría decir que se puede montar una muestra simplemente poniendo unos objetos detrás de otros, pero incluso ahí tendrías un discurso descriptivo”. Una opinión que también respalda Tamarit al aseverar que “tener claro lo que quieres comunicar es imprescindible en un museo. Toda propuesta cultural tiene un relato, pero los hay mejores y peores; hay iniciativas que recurren a la obviedad, que no aportan, o a algo forzado que no tiene mucho sentido”. Al fin y al cabo, todos somos en gran parte el relato que contamos sobre nosotros mismos.

Capítulo 2. El guion

Con nuestros cimientos discursivos ya fraguados, toca meterse en harina y confeccionar un guion, un documento en el que los comisarios plasman todas aquellas cuestiones que consideran interesantes para esa exhibición. Es hora de agarrar ese relato del que hablábamos antes y concretarlo en rincones, elementos expositivos, itinerarios… Eso sí teniendo clara la premisa que lanza Jorge Cruz, jefe de Colección del centro: “el proceso de creación, diseño y montaje de una exposición permanente puede durar más de dos años y entre una fase y otra las fronteras no están claras, hay mucha ósmosis”.

Cuando te lanzas a plantear una iniciativa expositiva hay muchísimos asuntos que querrías tratar, pero tienes que asumir las limitaciones físicas de la sala con la que cuentas y la viabilidad o no de plasmar con éxito ciertos conceptos. Así que de ese guion tienes que ir descartando hasta llegar al alma del proyecto. Lo que manda es el guion y sobre esa base se produce una negociación constante”, subraya Asunción García, conservadora de L’ETNO y comisaria de la iniciativa que nos ocupa. En el mismo sentido, el jefe de Colección resalta la relevancia de apostar “por la continuidad en una exhibición, que el visitante note que hay una narrativa que fluye, que hay pautas que se repiten y cierta homogeneidad en la puesta en escena. Para nosotras todos los objetos mostrados merecen el mismo respeto”.

Capítulo 3. Las piezas

Y llegamos a la madre del cordero: las piezas que componen la muestra, las encargadas de cautivar a los visitantes con sus encantos y de expresar las ideas desarrolladas en el guion. Como apunta Tamarit, cada elemento exhibido “puede ser analizado teniendo en cuenta sus medidas, sus materiales, su datación, pero también sus significados y sus valores simbólicos. Por ejemplo, al ver una hoz puedes decir simplemente que es un artilugio de madera y hierro que sirve para cortar la hierba, pero para un labrador es la herramienta que alimenta a su familia”. 

Pero, ojo cuidado, no se trata de ir acaparando reliquias como quienes arrasaban con el papel higiénico en los primeros días de pandemia. Para Jorge Cruz, en el caso de L’ETNO prima “el estado de conservación del objeto. Siempre invitamos a los comisarios a que seleccionen no aquellos ejemplares que se encuentran en mejor estado, sino los que van a soportar mejor la exhibición, que en sí misma siempre es una agresión, ya que se somete a cada pieza a un ambiente distinto al de los almacenes, que está mucho más controlado y con menos trasiego. Hay elementos que necesitan urnas, otros pueden agruparse en expositores, colocarse en vitrinas. Por ejemplo, la indumentaria por sí misma es frágil: los colores, las fibras…”. 

Entran aquí en juego los restauradores del museo, prestidigitadores del tiempo y la materia que son capaces de devolver a la vida artilugios desahuciados por el paso del tiempo y la falta de cuidados. Abre fuego Emilia Rueda, integrante de dicha área: “la restauración implica una documentación exhaustiva que determine el estado de conservación inicial del objeto: aquellas patologías y deterioros más relevantes y cuáles hay que frenar. Durante la intervención indicamos qué técnicas, productos y metodologías empleamos y cuando finaliza el encargo, también dejamos constancia gráfica del resultado final. Esto nos permite evaluar cuál está siendo la evolución de las piezas en los montajes y durante el tiempo en el que está de cara al público. De la actual muestra permanente, han pasado por nuestras manos unos 800 ejemplares”.  

Nosotros elegimos cada elemento o bien porque es simbólico o bien porque nos ayuda a contar lo que queremos contar. Pero podemos seleccionar un objeto porque nos parece esencial y si el equipo de restauración nos dice que no es posible intervenirlo con éxito tenemos que olvidarnos de él y pensar en una alternativa. Tú no vas a los almacenes a elegir como si fueras a un supermercado. Por otra parte, tienes que tener en cuenta el protocolo de conservación: protección, temperatura, si los visitantes pueden tocarlo o no…”, apunta García.  Esa misma senda es la emprendida por Emilia Rueda al señalar que cada pieza “es un mundo y la colección que custodia el museo es muy amplia y variada, lo que nos obliga a tener un bagaje muy diverso en cuanto a procedimientos y conocimientos de materiales. Por ejemplo, en este caso poner a punto los electrodomésticos que se exhiben o trabajar los pavimentos cerámicos ha sido todo un reto”.

“Se trata de encontrar los ejemplares que nos permitan abordar todo lo que queremos e ir rellenando el guion a partir de ellos. Es un proceso muy dinámico y en constante crecimiento. Muchas veces sólo con las piezas y los textos que les acompañan no es suficiente, por eso la ‘escenografía’ es parte de la narrativa de cada muestra y nos ayuda a provocar una reacción en el visitante: sorpresa, reflexión, nostalgia, conflicto…”, explica la conservadora.

Capítulo 4. El diseño (o por qué el diablo está en los detalles)

De acuerdo, ya tenemos nuestro dossier ideal con todas nuestras aspiraciones expositivas plasmadas. Pero ahora, toca enfrentarse a esa sucia rata callejera que es la realidad. “Cuando ya tenemos el proyecto teórico redactado, viene la licitación del montaje y ya en la propia sala pueden ir surgiendo modificaciones para adaptarse a las características del espacio con el que contamos”, apunta Tamarit. Y claro, hablar de realidad es también hablar de parné, de machacantes, de panoja: “el presupuesto de una exposición de envergadura nos brinda la posibilidad de acometer la restauración de algún elemento de grandes dimensiones cuya intervención en otras circunstancias no podríamos permitirnos, en el caso de la nueva iniciativa de L’ETNO nos hemos atrevido con un Seat 600, una cabina de ascensor, el mostrador de la paquetería Carbonell…”, sostiene Cruz.

“Lo más complicado es plasmar en el diseño físico todas las ideas y conceptos que hemos planeado y ajustarlo a las características del espacio y a la inversión con la que contamos”, señala José Aguilar, conservador del museo y otro de los comisarios de esta exhibición. No en vano, como él mismo defiende, una escenografía “muy trabajada y pensada ayuda a contextualizar y explicar el objeto y hace que el recorrido sea más atractivo para el espectador, pero también complica el montaje”. Son los diseñadores los que proponen cómo iluminar cada ejemplar o de qué forma habilitar los textos que les acompañan, en definitiva, como crear esa atmósfera que envuelva a la pieza y la dote de un sentido más completo, de un significado con más matices y recovecos. Los elementos dispuestos en el vestíbulo o la escalera, la decoración de las paredes, el material de los suelos, el tamaño de las cartelas, su tipografía y la altura a la que se colocan… aquí cada detalle cuenta, como asegura el jefe de Colecciones: “todo forma parte del diseño museográfico y transmite ideas. Va más allá de elegir qué color utilizas para el fondo de la sala: se trata de integrar todos los elementos dentro de la muestra, por eso en algunos espacios hemos optado por grafitis que comunican un mensaje acorde con el resto del recorrido y que forman parte también del proyecto expositivo”. De igual modo, para Seguí resulta fundamental localizar y elegir “qué materiales audiovisuales tenemos para acompañar el itinerario: vídeos, fotografías, entrevistas a personas implicadas… También es importante la imaginación para idear recursos que hagan brillar la iniciativa”.

Que, a ver, tener una visión museográfica arrolladoramente creativa y burbujeante está muy bien, pero si luego no hay manera de colocar las estructuras expositivas sin acabar provocando un derrumbe, pues oye, no vamos a ninguna parte. Por ello, Asunción García revindica la necesidad de confiar en los diseñadores “porque tienen más ideas y más experiencia que tú en ese campo, así que pueden ver que algunas opciones no darán un buen resultado. Los planos son esenciales, pero muchas veces al llegar a la sala te das cuenta de que tienes que hacer ajustes, que un recurso escenográfico en la práctica no funciona o que el efecto final no resulta estimulante”. De igual modo, considera fundamental mantenerse en contacto directo con el equipo de mantenimiento y seguridad del museo “que se encargan, entre otras cosas, de que todo el tema eléctrico funcione sin que el visitante se encuentre el recorrido lleno de cables. Es un trabajo muy importante que, si está bien hecho, el visitante no percibe. También debes considerar la señalética de seguridad, las salidas de emergencia, el ancho de los pasillos…”. Enchufes y extintores, todos esos asuntos que quizás no protagonizan los titulares, pero sin los que sería imposible completar ninguna travesía cultural.

En esta fase toca poner los pies en las tierras y centrarse en cuestiones quizás más prosaicas pero fundamentales para que la propuesta llegue a buen puerto artístico. “Hay quien dice que la iluminación es el 50% del proyecto; es una forma de resaltar unas zonas y dejar otras en penumbra, de subrayar aquello en lo que deseas hacer hincapié. Por eso es muy importante dar con la luz adecuada. Igual que elegir unas gamas cromáticas para el entorno que transmitan las emociones que deseas o unos materiales clásicos o más atrevidos. Ahora se está dejando de llenarlo todo de pantallas porque ya estamos rodeados de ellas en nuestra vida diaria y lo que buscamos es ofrecer una experiencia distinta”, sostiene Seguí. Y una vez completado esta breve guía de actuación sólo queda un pequeñito detalle casi sin importancia: inaugurar la exposición y lograr que sea un éxito.

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