Ser mujer me obliga a escribir especialmente esta semana desde mi perspectiva de mujer y ser altavoz de muchas mujeres invisibles y silenciadas. Mujeres que no piensan en huelgas ni manifestaciones porque están todavía años luz de soñar con estas reivindicaciones de un sistema desarrollado como el nuestro.
Me siento afortunada de haber conocido a muchos tipos de mujeres en diferentes entornos, ciudades, países, continentes y sistemas. Y de todas ellas algo he aprendido. Existen perfiles de mujeres muy diferentes y todas me gustan. Mujeres más o menos emprendedoras, mujeres más y menos luchadores, mujeres más y menos conformistas, mujeres más y menos fuertes, mujeres más y menos acomodadas, mujeres con más o menos posibilidades, mujeres con más y menos silencios, mujeres más o menos preparadas, mujeres… al fin y al cabo.
Ser mujer es maravilloso pero a veces no es fácil. A veces vivimos con la eterna sensación de tener que demostrar y superarnos en todos los ámbitos que nos rodean, ámbitos más personales, familiares, laborales e incluso entre amigos y amigas. Algunas nos hemos sentido obligadas en algún momento de nuestra vida a mostrar y demostrar que somos poderosas, fuertes y que todo lo podemos alcanzar pero cuando conseguimos salir de este estado, y dejar de exigirnos y sentirnos en la obligación de demostrar, todo cambia.
Permitirse el lujo de ser débil, vulnerable, floja, sensible y de no poder con todo es algo muy humano, no va en el ADN de la mujer aunque históricamente se haya asociado a nosotras. La debilidad o la fortaleza van en la condición del ser humano.
Además soy de las que piensa que una no nace débil o fuerte. Las condiciones de una vida, las circunstancias, los momentos y los contextos o las relaciones que vivimos o con las que hemos crecido. Ahora recuerdo momentos en que he sido fuerte como un roble y momentos en que he sido débil y vulnerable y siempre he sido la misma persona.
Ya escribí cómo me sentía y lo que me gusta de ser mujer en su día donde destacaba, y me reitero un año más, cómo me siento por ser mujer, lo que me gusta ser mujer y la discriminación que vivimos por ser mujer.
Una discriminación con la que convivimos sin apenas darnos cuenta o ser conscientes porque en determinados contextos sociales se trata de una discriminación sutil y sosegada, son los “micromachismos” a los que te acostumbras y con los que vives cada día. Micromachismos que se gestan desde las mismas relaciones familiares, patriarcales, entre hermanos, en clase, en los juegos de los parques escolares, con los propios uniformes (pantalón para ellos, faldas para ellas) y así un sinfín de casos que llegan hasta los entornos laborales. Unas reflexiones sobe la discriminación con la que convivo y que mantengo a día de hoy.
“La discriminación que sufrimos es la más difícil de erradicar pues es una discriminación sutil, que mina poco a poco y que se da por sentada, que parece que venga asociadas a nuestra condición de mujer, a nuestro ADN y siento decirles que no es así.”
Se trata de una discriminación muy peligrosa porque está implícita en nuestra manera de funcionar y es aceptada tanto por hombres como por mujeres. Una discriminación con la que convivimos y que parece que no interese cambiar. Por ello en los países desarrollados, una vez hemos llegado a un nivel determinado de igualdad, aunque sea mínimo, corremos el riesgo de conformarnos y convivir con los micromachismos de los que hablo.
Las mujeres en países desarrollados y en desarrollo luchamos por una igualdad de manera diferente. La mayoría de mujeres en países en desarrollo tiene todavía un largo camino por recorrer pues muchas no han podido acceder a tener educación digna y carecen de herramientas para luchar. Son un reducido grupo de mujeres las que tienen que luchar en nombre de todas, por ello invito a que las que estamos en una posición más avanzada de lucha y con derechos garantizados luchemos también por ellas.
Quiero hacer especial énfasis en esas mujeres que viven situaciones de desigualdad tremendas. Si salimos del sistema en que vivimos desarrollado, muchas mujeres no conocen ni tan siquiera la existencia de este derecho aunque internacionalmente la huelga es reconocida como un derecho fundamental de los trabajadores y trabajadoras.
No todas las mujeres pueden hacer uso de este derecho que se presupone igual para todas. Existen mujeres que el día 8 de marzo no podrá elegir y no podrán ejercer este derecho.
Las que podemos elegir, somos responsables de dar la cara por todas las que no pueden hacer huelga, manifestarse o denunciar bien sea por amenazas y presiones laborales, bien porque no trabajan fuera de casa o bien porque no saben que existe el derecho a hacer huelga.
Porque no olvidemos que las huelgas y el derecho a manifestarse aunque está reconocido como un derecho internacional, no está al alcance de todas. Existen muchos lugares en el mundo donde todavía están a años luz de soñar con estas medidas reivindicativas de sistemas desarrollados donde se garantizan los derechos básicos.
Existen otros lugares donde queda mucho para que las mujeres puedan ejercer este derecho que aquí se nos garantiza. Por ello, y por ellas, se unen las oenegés de manera individual o bajo el paraguas de la Coordinadora Valenciana de oenegés, CVONGD, para visibilizar todo el trabajo que hacen en terreno donde existen mujeres en situaciones de extrema vulnerabilidad. La manifestación del día 8 cuenta con la representación de oenegés que trabajan directamente con las mujeres más vulnerables en países en desarrollo.
Países y lugares donde las mujeres no tienen ni el derecho a trabajar, mujeres que no ejercen su derecho a voto, mujeres que no pueden estudiar, mujeres abusadas sexualmente, mujeres maltratadas … y así un sinfín de barbaridades que siguen pasando y que se sigue trabajando para erradicarlas aquí y allí.
Ser mujer me obliga a ser altavoz y con orgullo para hablar de la huelga del día 8 de marzo. Una huelga y una manifestación que secundo no sólo en palabras sino con gestos. Una huelga con muchas aristas, matices, sectores y cuestionada pero una huelga necesaria para visibilizar una desigualdad que todavía existe y persiste.
Hay un sector, el de mujeres periodistas, que bajo el slogan 'Las periodistas paramos' está promoviendo un manifiesto que apoyamos muchas con reflexiones como esta: “Todas sufrimos el mismo machismo que las mujeres del resto de sectores –precariedad, inseguridad laboral, brecha salarial, techo de cristal, acoso sexual o ninguneos– pero con las particularidades asociadas a nuestra profesión. Somos conscientes de la relevancia social de nuestro trabajo y, por eso, mostramos también nuestra preocupación por la visión parcial de la realidad que tantas veces ofrecen los medios y en la que falta la presencia y aportaciones de las mujeres. El feminismo también es necesario para mejorar el periodismo.”
Un manifiesto que, por cierto, podrían secundar también hombres. Esos hombres que no quieren que existan esas brechas salariales, esos techos salariales, esas renuncias por temas de maternidad, esos acosos sexuales y laborales… Esos hombres que quieren más presencia femenina en sus vidas, en los medios que les informan y en las empresas que les contratan. Hombres que merecen la pena y hombres que luchan también por la igualdad de las mujeres en todos los rincones de este mundo.
La semana que viene… ¡más!