Este año se cumple el octavo centenario de la representación del pasaje del nacimiento de Jesús que San Francisco de Asís llevó a cabo en la ciudad de Grescio, en el contexto de la celebración litúrgica de la Navidad. En aquella escena participaron personas y animales reales y posteriormente se pasó a representar aquel acontecimiento con figuras hechas con diferentes materiales, una tradición que se extendió rápidamente por varios países y que sigue formando parte del paisaje de nuestros pueblos y ciudades en las fiestas navideñas; esto no quiere decir que anteriormente no hubiese representaciones tanto iconográficas como también dramáticas acerca del Nacimiento de Jesús. Tengamos en cuenta que el drama litúrgico castellano conocido como el "Auto de los Reyes Magos" tiene su origen alrededor de un siglo antes que la representación de San Francisco.
El enraizamiento de esta tradición de los belenes es tan grande en la vida de nuestros pueblos que no es extraño ver reflejados en ellos escenas y paisajes en miniatura de nuestros propios pueblos y ciudades, en muchos casos, paisajes urbanos ya desaparecidos. Esa recreación artística del arte popular, es una manera de mantener viva la memoria frente a la destrucción a la que han sido sometidas nuestras ciudades, muchas veces en nombre del «progreso», curiosa manera de nombrar a la rapiña especulativa que tanto daño ha provocado al patrimonio urbano de nuestro país. De las ciudades, de nuestros pueblos queda aquello que se plasma en la literatura y en el arte y en el arte popular de los belenes tenemos un buen ejemplo. Mantener viva la memoria es un necesario acto de rebeldía frente a un mundo que se quiere diseñar desde el olvido, como expresión de un pensamiento único, lo que nos conduce a una sociedad abocada a la indiferencia ante los dramas humanos.
También en nuestros tradicionales belenes se suelen representar en muchas ocasiones la vida de nuestros pueblos y ciudades, los oficios, muchos de ellos desaparecidos, así como las tradiciones que constituyen una parte esencial de la vida de la ciudad. Recuerdo en algún belén de Elche la presencia del personaje de Cantó. También es normal encontrar elementos de las manifestaciones propias de otras ciudades en sus propios belenes, como es el caso de la pieza bellísima del «Tirisiti» de Alcoi con su «Tereseta» y el cura, los moros y cristianos, la figura del torero; en fin la vida de la ciudad en aquellos años en los que se desarrolló esa pieza del teatro de marionetas. Pero además de la presencia de estos elementos locales en nuestros belenes, también se expresa una dimensión universal. La imagen de los belenes que construimos es una manifestación de nuestra pertenencia a la ciudad de Belén, a la Palestina histórica. En aquellas tierras del Oriente Medio nacieron muchas de nuestras más arraigadas y preciadas tradiciones. El poeta León Felipe decía que por los caminos de Belén anduvimos todos los niños españoles, cuando hacíamos caminar a los Reyes Magos, recorriendo los caminos de arena de los belenes o las montañas de cartón, la geografía de la tierra de Palestina que la sentíamos tan nuestra. De aquellas tierras de Oriente venían los magos que nos traían los regalos. También por esos caminos han transitado en su niñez mucha gente de Europa, de América, de Asia.
La pertenencia cultural y espiritual a esa tierra nos hace sentirnos ciudadanos de esa ciudad universal que es Belén. Al recrear en la fiesta de la Navidad esa Belén idealizada como un lugar de convivencia, de paz, no podemos dejar de tener presente la situación dramática que se está viviendo en la tierra de Palestina y en otros lugares de ese Oriente interiormente tan cercanos. Todos tenemos derecho a sentirnos ciudadanos de aquella tierra y no podemos ser ajenos al sufrimiento de sus ciudadanos, cultural y espiritualmente nuestros vecinos. No podemos consentir que ningún «Herodes» acabe con la vida de tantos inocentes.
En aquellas tierras conviven junto con otras confesiones, comunidades cristianas hoy perseguidas, ante la indiferencia de nuestro mundo occidental, de tanta gente que participa de nuestros propios valores culturales, independientemente de la confesión que profesen y que se ven abocados al exterminio, a la huida y abandono de la tierra que habitaron durante tantos siglos. La desaparición de esas comunidades es de una perdida cultural inmensa, es como arrebatarnos las raíces de todos nuestros sueños, de nuestros ideales, de nuestros valores. La desaparición en estos momentos de parte del patrimonio histórico en aquella tierra es algo que está pasando desapercibido de manera alarmante, ya sea por efecto de la guerra en Gaza que ha causado daños en monumentos como la mezquita de Al Omari, la antigua catedral de San Juan construida en el siglo V, o el peligro que corren los archivos de Gaza o bien sea por medio de extrañas maniobras inmobiliarias como la que se cierne sobre el Barrio Armenio de Jerusalén.
En la destrucción de este patrimonio se esfuma ante nuestros ojos la imagen de una Palestina diversa y plural. Es necesario insistir en esa riqueza y diversidad cultural, tan fecunda hasta hace relativamente pocos años, frente a la imagen que se trata de imponer de una sociedad en el que solo existe la posibilidad del radicalismo de Hamás o el de la radicalidad del gobierno actual Israelí. La contemplación de un «belén» nos puede ayudar a recobrar nuestro sentido de una ciudadanía manifestada en cada una de las localidades y con una mirada universal. El acto tan sencillo de contemplar un "belén" es una reivindicación de la memoria. Un acto de resistencia frente a la barbarie.