De esta anatómica ciudad, sin vivirla, conservo un gran manantial de fotos, vídeos y recuerdos familiares. En ese tiempo, contaba con cuatro años en el casillero y empezaba a estar abonado a la retahíla de enfermedades que marcó mi niñez. Aquel mayo de 1979 fue la varicela. Me refiero a la histórica fecha en el que el Valencia CF arrebató la Recopa al Arsenal en Bruselas.
En la salita con vistas al futuro Gulliver, de una ciudad sin río, pegado a la típica mesa camilla de Cuéntame, estuve amamantado por mi abuela Amelia y hermanas. El resto de la expedición, padres e imberbes hermanos, tíos y vecinos la peregrinaron. En la corta y exitosa estancia, no se toparon ni con la inmunidad, ni la amnistia, ni con una paga vitalicia.
Como el resto de valencianistas, y después de recrearse en una jornada pirotécnica al puro estilo josefino (así lo recordaba el difunto Salvador Gomar), buscaban traerse de vuelta, y por la puerta principal de Manises, el gran trofeo de copas de las copas. Aquella mágica noche desde la megafonía se habló incluso en valenciano. Bruselas quedaría marcada en los anales futbolísticos por Heysel en lo bueno y en lo malo.
La Constitución Europea ha requerido que esta ciudad fuera erígida como pilar y epicentro del debate político. Siempre he pensado que a España, con el permiso de Juan José Ibarretxe, le hubiera venido menos grande ser un estado asociado a Europa. Resultando un mayor saldo en la cuenta corriente de cada español tras el cambio de divisa del euro a la peseta.
Estos días, Bruselas y el fútbol vuelven a aquel viaje sin billete a la nación de las ordenanzas. A Hablar con ella, a recordar desde la distancia un argumento de una película de Pedro Almodóvar, Los abrazos rotos, en este caso forzados por una emisaria, líderesa del progresismo español, en un calendario en que sufrimos el azote del huracán Rubiales.
Con el encargo de explorar con un galo las posibilidades de formar un nuevo gobierno, con o sin poción mágica, políticos de la envergadura de Julio Anguita, ya no digo, José María Aznar, no habrían permitido el acontecimiento planetario. De haberlo hecho, seguro que con un poquito más de elegancia, sensibilidad, audacia y por supuesto sin utilizar el Falcon de regreso. Dejemos las bubucelas para los hinchas. No sé si el director de la Mancha o Woddy Allen se atreverían a rodar en Bruselas Los abrazos forzados, por el momento, película española-catalana más taquillera de la cartelera del verano que va echando el cartel de cerrado por vacaciones.