Más allá de la trascendencia social y cultural que significa contar al fin con un CaixaForum (CF) en Valencia, por su nivel económico, expositivo, turístico y programático, hay otros aspectos que se han dejado de lado pero son más que significativos para esta apasionante nueva aventura que espero poder visitar lo antes posible.
Suelo ser asiduo de los CF repartidos por algunas ciudades de España. He de admitir su relevancia y exigencia de calidad. También, lo mucho que he disfrutado con sus proyectos y exposiciones. Es más, desde el primer momento reclamé que Valencia, tras la absorción bancaria, debía de tener uno por lo que significamos para la economía social de la entidad.
Pero antes de sumarme a los calificativos que algunos ya han destinado al proyecto, creo que existen dos aspectos colaterales a tener muy en cuenta, uno positivo y otro no tanto.
Por un lado, al fin hemos sacado o nos han sacado del atolladero el destino del Ágora, un proyecto que nació ciego pero costó de nuestros bolsillos casi 90 millones de euros. Aún está inacabado, por cierto.
El Ágora nació como deseo del arquitecto Santiago Calatrava y la condescendencia de un Gobierno. Espero que alguien cuente algún día la verdad de su materialización y sobrecostes. Conozco la historia, pero no me corresponde ser hoy oráculo. Sin embargo, como casi todo lo que se hace en esta ciudad, llegó sin proyecto-contenido conocido. Eso siempre viene después. Ejemplos de improvisación hay por docenas.
Al menos, en este caso ya sirve de algo porque nos costó más que un par de hospitales y media docena de colegios para simple gloria de estos gobernantes manirrotos que no perdonan ni una dieta.
Sí, ya sabemos todos que se vendió como justificación pueril de entrega de la Copa del América pero que formaba parte de un proyecto del arquitecto de Benimámet que consistía en llenar el Jardín del Turia de diseños inesperados. Así comenzó también Malmo y terminó como lo hizo, según narra el magnífico documental 'El socialista, el arquitecto y la twisted tower' y que puede servir como razón de ser para entender un poco más todo el complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Allí cabía desde una fuente con chorrito que sustituiría a las Torres de Comunicaciones que acabaron convertidas en Palau de Les Arts, a un museo de las Ciencias, con forma de fingir de aeropuerto, terminado sin escaleras de evacuación y emergencia.
Pero en fin. Después de goteras, mala acústica, agotamiento institucional y magnificencia de ingeniería ha terminado en un complejo cultural de nivel CaixaForum. Será un éxito. Sin duda. Así lo deseo. Sin embargo, han tenido que pasar más de diez desde que supuestamente se terminaran sus obras para encontrarle un acomodo o una utilidad de recorrido y perspectiva. Y eso sí es grave porque lo que nos debe de enseñar es que por aquí hemos construido megalómanos proyectos sin saber para qué o por qué, que es lo que suele ocurrir con la arquitectura de Calatrava, levantada sobre dibujos y muy espectacular como recurso fotográfico.
Así que la primera lectura para estos momentos de la historia es que finalmente sabemos para qué va a servir el Ágora en las próximas décadas porque de otra manera continuaría muerta o a la espera de un destino. Por ahí, de momento, todo es más que correcto.
Pero lo grave o lo serio no es eso. Si no más bien lo que debería de significar y ha de arrastrar su apertura.
Y es que un ciclón suelen llevarse por delante y sin complejos todo aquello de segundo nivel que se pone en su camino. Y ahí si no que no se han hecho deberes objetivos estos políticos de cortas miras que trabajan sin proyectos básicos.
Nuestras administraciones provinciales, locales y autonómicas han tenido años para redibujar el panorama museístico y diseñar un nuevo modelo de ciudad cultural. Pero han pasado de largo. Nadie ha tenido en cuenta que un proyecto de esta naturaleza, cuya calidad expositiva y presupuestaria se come todo lo que se ponga por delante, lo que hace es dejar al resto en cueros. O sea, gastaremos lo mismo para nada o para capricho de mandarines de medio pelo que llevan más de tres décadas repitiendo fórmulas en un mundo cultural cambiante que ya no piensa en el yo sino en el vosotros.
En esta sociedad saturada de exposiciones y proyectos de medio nivel o capricho en la que nadie se pone de acuerdo, competir va a ser un riesgo o, si me permiten, una ruina funcionarial y unos gastos innecesarios. En estos últimos ocho años nadie ha sido capaz de organizar o plantear una reflexión en torno a los contenedores culturales de una ciudad en la que se superponen y lo peor compiten entre ellos mismos o se repiten.
Con la llegada del CF, IVAM, MuVIM, Beneficencia. Atarazanas, Fundación Bancaixa, La Nau, San Pío V, Centre del Carme, y todos lo demás y numerosos centros institucionales que cuestan un dineral y programan y dilapidan sin una realidad objetiva o una dirección coordinada, en algo se tendrán que adaptar, digo yo. Ahí está lo preocupante. Si es que hablamos de contención de gasto, equilibrio, cooperación, sinergias o al menos rentabilidad social y cultural.
El panorama ha cambiado con Bombas Gens, el CF y va a cambiar aún más con la llegada de la Fundación Hortensia Herrero. Sin embargo, nadie aún se ha dado cuenta de su potencia, fuerza y racionalidad ante unas instituciones públicas obsoletas, y endogámicas que trabajan sobre horarios, estructuras funcionariales y proyectos institucionales de partido cuando el mundo ha cambiado tanto que ya es irreconocible y funciona a un nivel que ha dejado de ser provinciano.
La exposición 'Espejos' permite asomarse a caleidoscopios a escala humana, experimentar con la luz y hasta 'levitar'