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EL MURO / OPINIÓN

El Palau de la oca 

Foto: KIKE TABERNER.
22/01/2023 - 

Al menos, ya sabemos que después de casi toda una legislatura cerrado y en obras el Palau de la Música de Valencia, el denominado emblema cultural de la ciudad hasta su cierre, abrirá de nuevo sus puertas, salvo complicaciones de última hora, el próximo otoño. Será el supuesto final de una lastimosa situación.

Demasiado tiempo cerrado siendo como ha sido un referente en su género; demasiados años de inactividad y peregrinaje que ha salido más caro que recuperar un espacio natural. Hablamos de casi doce millones de euros. Han dejado al descubierto no sólo una cuestionada gestión al respecto sino sobre todo una burocracia interminable. Pero algo es algo. Vemos luz al fondo del espeso túnel.

Pero más allá de la reapertura del auditorio valenciano que por arte de magia ha pasado de ser Palau de la Música a Palau Valencia, como si el cambio de denominación conllevara una nueva realidad, hay otros aspectos que a nuestros gobernantes municipales, sean del color que sean ya que la reapertura afortunadamente no coincidirá con la campaña electoral o las elecciones, va a necesitar de una buena bombona de oxígeno para recuperar una credibilidad por los suelos. Hasta ahí ha llegado.

El problema vendrá una vez el coliseo haya reabierto sus puertas, con una importante derrama económica, de espectadores y una falta de credibilidad asfixiante. Y eso, sólo para empezar.

El Palau de la Música ha perdido con sus traslados y diáspora un buen número de aficionados y abonados. Ha perdido hasta su propio ritmo y presencia. Por ello, como primer reto existirá la necesidad de volver a confiar en él gracias a una coherencia programática y resultados objetivos. Ya veremos qué nos ofrecen en el futuro, después de haber actuado como financiador generoso de otros espacios públicos que en el futuro, por tanto, perderán ingresos. Por otro, recuperar el perfil de los espectadores, un público hasta ahora mayormente adulto que estos años de pandemia y cierre se ha volatilizado por edad y también por distracción. O al menos buscar nuevos públicos, una tarea realmente compleja para los tiempos que corren. Para eso se necesitará de un esfuerzo máximo y no sé si realmente nuestros gestores/políticos están realmente capacitados para salir a la calle y dar la cara en la batalla. Es demasiado esfuerzo cuando se ha demostrado la ausencia de iniciativas objetivas al respecto.

Espero que nadie se ponga medallas en el futuro por haber cumplido con una obligación en la gestión y en el mantenimiento del edificio. Sería de un oportunismo aberrante que habría que condenar. No hicieron durante lustros nada los políticos de la casa por mantener el escenario y ahora se querrán poner la capa de salvadores. Al tiempo.

Pero hay otro aspecto que es el que nos debe de preocupar. Esta sociedad no es ya la que acompaño al Palau de la Música desde su apertura. Sus carencias y exigencias son otras. No ha existido un relevo generacional porque no ha interesado buscarlo. Hasta ahora ha consistido en aplicar la teoría de la inercia desde el punto de vista promocional o divulgativo y hasta de implicación de los equipos. Es una evidencia.

Si me permiten la reflexión, este cierre del auditorio durante casi cuatros y tras la caída de sus techos, que se dice pronto, nos debe llevar a otra reflexión más profunda o a pensar en otras cuestiones que nos afectan a todos como sociedad y gestión, como es el abandono de los medios de conservación y mantenimiento no sólo en este emblema sino también de otros espacios culturales que acompañan a una sociedad desbordada a veces por una oferta poco reflexionada en su conjunto. Y es que lo que a nuestros gestores lo que les ha interesado durante décadas y distinto perfil político no ha sido, como las pruebas demuestran, mantener y preservar espacios para evitar males mayores sino el mero lucimiento o el gasto ausente de racionalidad. 

El caso del Palau de la Música es una evidencia. Si algo no se mantiene, el tiempo acaba deteriorándolo y durante décadas nuestro auditorio borró de sus presupuestos las líneas de mantenimiento para pensar tan sólo en el brillo político y ese denominado glamour que ha terminado oliendo a naftalina y por desgracia no se ha llevado por delante a ningún responsable. Iban ellos/as a abandonar despachos y privilegios o a reconocer defectos. En absoluto. 

Deseo que a partir de otoño, nuestro Palau recupere su actividad, presencia y protagonismo. Pero abrirá sus puertas de nuevo sin haber afrontado de verdad algunos asuntos de entidad como son la clarificación de espacios y competencias y hasta el papel de nuestros organismos cuyas funciones se duplican. Un asunto que estos casi cuatro años deberían de haber servido para una reflexión en profundidad y una consecuente racionalización de costes, gastos, sinergias y energías. Nada de eso se ha hecho. Así que, volveremos a la casilla de salida, como si el tiempo no hubiera pasado y sólo hubiéramos sido testigos de un mal sueño, por no llamarlo pesadilla interminable. Por eso muchos pasarán a la historia de los descréditos políticos. Y el propio Palau a un despertar incierto. La sociedad valenciana no se merecía este trasiego. Los años no pasan en balde ni las necesidades son ya las mismas. Volver a empezar nunca ha sido un buen aliado si no se conocen antes los verdaderos horizontes de futuro.

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