Rafa parece un cruce entre Gervasio Deferr y C Tangana. Tiene un punto chulito con esas gafas de sol que no se quita ni para cabalgar. El cigarrillo colgando de la comisura de los labios a los Lucky Luke. El cuerpo pequeño y compacto con el que, según contará después, a veces lucha en peleas de MMA. O esos tatuajes que aparecen por una camiseta de tirantes que quizá quiere ser una declaración de intenciones: ‘No fight, no life’. Pero Rafa Martínez es un tipo educado, atento y muy querido entre el enjambre de niñas, incluidas sus dos hijas, que han venido a verle correr en las Corregudes de Joies. Porque Rafa, o ‘El Negre’, como le llaman en el pueblo por su tez morena, es el último jinete de Pinedo.
Es el primero de los tres días de ‘corregudes’ y a las cinco y media de la tarde, con la brisa aliviando levemente el calor de estas pesadas tardes de agosto, Rafa ya está al lado de Xaloc, un caballo tordo que espera su momento bajo un árbol, a la sombra. Todos se acercan, saludan a Rafa y a continuación le rascan el cuello al caballo o le dan unas palmadas en la grupa. Es una espera entre alegre y tensa, entre festiva y competitiva. El Negre lleva un rato escrutando a un caballo marrón con muy buena planta que ha bajado de un sofisticado remolque. “Ese caballo viene de hipódromo”, sentencia.
Aunque él le tiene una fe ciega a ‘Xaloc’, al que llama así porque dice que es rápido como el viento. El ‘xaloc’, o el siroco, es un viento que viene del sureste, del desierto, como este equino hispano-árabe de 14 años que el Negre compró en 2019 para sus hijas, las mellizas Raisa y Valeria, de 12 años, pero que finalmente se quedó para él porque lo montó y comprobó que eso era un torbellino. “Es un portento. Tiene mucha sangre. Este caballo es nobleza y corazón. Cuando viene el veterinario y lo ausculta, dice que tiene una pulsación menos que otros caballos, que es un atleta”.
Rafa Martínez tiene 44 años, trabaja como estibador en el Puerto de Valencia y es el último jinete de Pinedo. En Pinedo se acaban de celebrar, esta misma semana, las Corregudes de Joies, un festejo con más de cien años de historia que incomprensiblemente no tiene miles de espectadores. Si esta pintoresca carrera de caballos se celebrara en Sicilia o en Santorini, seguro que, en el ocaso, miles de turistas cogerían un autobús y se agolparían a ambos de la recta y grabarían vídeos con el móvil que subirían entusiasmados a Instagram. Pero estamos en València, en Pinedo, y aunque hay hordas de turistas en la ciudad, ni uno asoma para ver a los jinetes correr mano a mano montando sus caballos a pelo, sin una silla de montar, con el mar de fondo.
Esta tradición tiene más de cien años y, muy probablemente, se inició entre los agricultores de l’Horta Sud después de que uno le dijera al de al lado: “La meua haca corre més que la teua”. Y el otro le respondiera: “Què et jugues?”. Al principio se retaban por caminos de tierra que había entre los huertos. Los hombres acudían vestidos de saragüells, se montaban a sus animales de trabajo y corrían durante 500 o 600 metros para ver quién tenía razón, qué caballo era más rápido. “Pero ahora ya solo se hace aquí y en lugar de ir vestidos como los huertanos, con la ropa tradicional, nos hacen ponernos un polo blanco con la bandera de España, que yo no tengo nada en contra, pero no tiene ningún sentido”, explica un amigo de Rafa que está justo al lado suyo con sus dos hijos y sus dos caballos.
Rafa sabe que esto se pierde y que nadie hace nada por promocionarlo y convertirlo en un fenómeno turístico como en Sanlúcar de Barrameda, donde se arracima el gentío para ver las carreras a orillas de la mar. En Pinedo, donde se celebran ‘les corregudes’ la tercera semana de agosto, ya solo queda él. “Soy el último mohicano, el único jinete que queda en Pinedo. Desde el 2009 solo corro yo. Es una afición muy cara. Cuesta un dineral mantener un caballo de estos todo el año. Y ahora los niños ya quieren otras cosas y se pierde la afición. Prefieren un patinete , los videojuegos, otras cosas. Pero en la hípica mía, en Devesa, hay 30 niñas y ningún chico. Cuando antes, antiguamente, solo montaban los hombres. Ahora se ha hecho un deporte de mujeres, que son más valientes que nosotros. A mis hijas las tira el caballo, se levantan y me piden que las vuelva a subir”.
Las niñas andan por ahí inquietas con otras amigas de la hípica. Todas llevan una camiseta para dar ánimos a Rafa. “El reglamento aún no les deja correr, pero en cuanto cumplan los 14 podrán hacerlo con el permiso de sus padres y llevando casco y espaldera”. El Negre está loco por que sus hijas sigan con su pasión. A él se la inculcó su padre, Rafael Martínez. “Cuando era pequeñito, mi padre me llevaba a los picaderos de por aquí a montar. Él montaba y me llevaba a ver las carreras de las joies, que antiguamente se corrían en la Garrofa, en Nazaret, en València… Era la época que corrían los hermanos Masena, Rafelín, que era del pueblo, el Jaro… Gente que logró que no se perdiera esta tradición que han seguido muy pocos”. Lo de ‘joies’ viene porque antiguamente, cuando no había tanto como ahora, el premio para el ganador de las carreras era un pañuelo de seda, que entonces era una joya, y una corona de laurel. Una recompensa que aún se mantiene. “Ahora unos pocos intentamos mantener la tradición. Y muchos seguimos yendo con pantalón corto, descalzos y sin montura, claro”.
Rafa deja su Estrella Galicia en el suelo, apaga el cigarrillo y se va hacia Xaloc. El Negre se descalza, deja sus Nike a un lado y va a por el caballo. Luego lo coge de las crines, pega un salto por un lado y, después de girar en el aire, se sienta encima de él. Son las seis y cuarto y ha llegado el momento de ir hacia la playa. Ya hay público esperando mientras un tractor John Deere verde pasa por la recta, arriba y abajo, para alisar la arena. Ya están todos los jinetes y un par de jóvenes amazonas con sus caballos: Asia y Lluvia, Recital y Mila, Bandolero y Paquirri. Rafa avanza tranquilo a lomos de Xaloc, que va embridado y lleva colgando de las cintas una medida de la Virgen del Pilar con los colores rojigualdos.
Rafa se acuerda mucho de su padre, que era encargado de una empresa de contenedores en el puerto y aficionado a los caballos. Su abuelo no tenía esa afición, pero en la guerra le tocó montar uno porque, al parecer, era un alto mando de uno de los bandos. Su hijo, el padre de Rafa, se crio en Asturias y allí se enamoró de estos animales. “Se aficionó y montaba a caballo como los indios, a pelo. Agarraba la crin del caballo y se subía por las montañas al galope. Por eso, a mí, con tres o cuatro años, ya me había subido a uno. Él no tenía uno propio. Eso era muy caro. Pero siempre me repetía que un día me compraría uno y me traería a correr las joies. Era su ilusión. Yo compré el caballo en 2019, pero vino la pandemia y no pudimos correr hasta tiempo después con tan mala suerte que mi padre se murió justo antes. Es una pena y un dolor que tengo metido ahí dentro para toda mi vida…”.
Ahora piensa en él cada vez que corre, como va a hacer dentro de nada. Lleva meses entrenándose, machacándose en el gimnasio, para estar fuerte y poder mantenerse bien encima del caballo sin la montura. Trabajo de core para no salir volando cuando arranca y cuando frena el equino. A Xaloc también lo prepara. “Lleva un mes comiendo más carlota, sandía y cosas así para que esté más hidratado por dentro, que ahora hace calor y sudan mucho. Aunque lo importante es la conexión. Se tiene que fusionar el corazón del caballo con el del jinete. Si tú estás nervioso, el caballo está nervioso. Si tú le pides al caballo, el caballo te da. Es una sensación indescriptible. Cuando te pones a correr, sientes el temblor de la arena y los latidos del corazón. Dicen que un caballo nota los latidos del corazón a cuatro metros de él. Es muy bonito. Y el público siente el temblor de la arena y es impresionante”.
Un hombre le pregunta a Rafa si quiere que le eche un poco de arena por encima del caballo. Pero el jinete dice que no, que no ha sudado y no se va a resbalar. Uno se le acerca y le apunta que Xaloc es muy nervioso. Rafa, casi ofendido, le responde: “Claro, y por eso corre tanto”. Ya han empezado las carreras. Uno contra uno. Unos 400 metros de recta entre el público. Una amazona muy joven gana una de las primeras carreras y al momento se acercan las hijas y todas las amigas para informarle a Rafa de que una chica ha ganado. “Yo quiero correr el año que viene”, le dice una. A su lado, esperando a que llegue su momento, aguardan también los hermanos Hernández con Asia y Bandolero.
Los caballos están nerviosos, excitados. Algunos se rebelan y el jinete tiene que tirar de las bridas para mantenerlo firme. Es la hora de Xaloc. Los jueces llaman a los dos jinetes. Se emparejan detrás de una raya en la arena, se ponen de acuerdo y cuando están preparados salen al galope. Xaloc se desvía peligrosamente hacia la izquierda, donde están las vallas y los primeros espectadores. Rafa consigue encauzarlo a tiempo, lo mete en la recta y le da rienda suelta para que galope como un salvaje hacia la meta. El corazón se acelera y juntos, caballo y jinete, son felices corriendo desbocados sobre la arena de Pinedo.