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Restaurar muebles, tejer o hacer queso: guía casera para salvar la alegría con las manos

8/02/2021 - 

VALÈNCIA. Es ya un lugar común manoseadísimo comentar que, covid mediante, nos está tocando pasar más tiempo en casa que nunca (bien lo sabe Amancio Ortega que está llenando las tiendas de Inditex de chándales y ropa ‘de estar por casa’. Es zorro viejo Amancio). Y tampoco desvelamos la receta de la sopa de ajo si alertamos sobre cómo la fatiga pandémica nos puede abocar sin piedad a la tristeza y la apatía. Frente a un presente poco propicio al jolgorio y con un margen de maniobra bastante limitado, es casi cuestión de supervivencia dar con las claves que nos permitan encontrar en nuestro interior ese verano invencible en mitad del invierno, que diría Camus.

La cuestión es que en este barbecho hogareño impuesto por las circunstancias, nos hemos encontrado con un buen puñado de horas abandonadas. La salida más fácil es intentar ponerse al día con la pila de lecturas pendientes y peinar cada recoveco de las plataformas de streaming, pero tras meses y meses de confinamiento nuestras pupilas necesitan otros estímulos. Toca poner en marcha una expedición a la creatividad propia y hallar nuevas vetas con las que mantener las manos entretenidas, la cabeza distraída y la melancolía alejada. Es hora de explorar vocaciones secretas, habilidades desconocidas o simplemente nuevos hobbies que permitan escapar de ese eterno retorno en el que se ha convertido gran parte de nuestra cotidianeidad. Desde Culturplaza hemos consultado a unos cuantos especialistas en esto de darle un golpe de remo a la monotonía en toda su cocorota a base de actividades artesanales y artísticas. Nada de quedarse atrapados en el día de la marmota, nada de ver pasar las hojas del calendario entre mohines de hastío. Tejer bufandas, hacer maquetas, pintas paredes, arreglar muebles antiguos, aprender el noble arte del queso… ¡o del kintsugi! Todo vale con tal de salvar la alegría.

Abre fuego, Júlia, investigadora que ha encontrado en la joyería amateur una pequeña pasión. Así, lleva meses dedicando horas sueltas a crear pendientes con resina, colorante y plantas. “Me inspiro en la naturaleza y empleo productos que tengo a mano. Todos los elementos vegetales que uso son de mi patio y mi pueblo. Y cuando me vaya a otro sitio pues cambiarán los productos”, explica esta doctoranda en física de neutrinos. “Ya no veo casi la tele, me hace sentir aún más estancada. Está bien encontrar ocupaciones nuevas que me hagan sentir que estoy aprendiendo”, expone esta orfebre de nuevo cuño que dio sus primeros pasos a través de Instagram: “descubrí cuentas en las que mostraban las piezas que otra gente hacía con resina y decidí probarlo. Ahora estoy empezando a aceptar encargos, no quiero ganar dinero con eso, simplemente pagar los gastos. Además de distraerme, me conecta más con mis amigos que me comentan los pendientes y piden pedidos”.

“Empecé a tejer con el primer confinamiento. Llevaba años queriendo probarlo y aproveché que tenía más tiempo para aprender de forma autodidacta. Me gusta porque es una forma de hacer cosas con las manos y actualmente la mayoría de nosotros no trabajamos de forma manual, sino delante de un ordenador”, señala Marta, arquitecta reconvertida en tricotadora por obra y gracia del coronavirus. Y aunque reconoce que desde pequeña le han interesado las manualidades, en esto de la lana, la aguja y el punto doble entra también en juego el deseo de practicar un consumo más ético y sostenible: “en esta sociedad en la que podemos comprar ropa por un precio muy bajo en cualquier momento, esta iniciativa es todo lo contrario: estoy fabricando una prenda yo misma y sé cuántas horas me está costando, tanto de plantear como de ejecutar. Quizás no es tan bonita como la de la tienda, pero para mí tiene más valor porque sé el trabajo que hay detrás. Me gusta saber qué partes tienen las prendas, qué procesos hay que seguir para que las piezas tengan la forma necesaria y, en definitiva, entender mejor cómo funcionan las prendas”. 

Marta, tejiendo.

Turno para Arantza, cuya madriguera se ha convertido en un taller de restauración de muebles antiguos. “Hace un par de años ya restauré una máquina de coser antigua de mi familia. Tardé mucho, fui aprendiendo trucos a través de vídeos de Youtube y webs especializadas – explica esta profesora--. El resultado fue muy bueno y desde entonces había trabajado también alguna silla, pero ahora me he embarcado en proyectos un poco más ambiciosos, como los muebles del dormitorio de mi abuela: mesitas de noche clásicas, cabezales con molduras etc. Mi madre los quería tirar, ya que estaban bastante deteriorados y tenían carcoma, pero la convencí para que me dejara intentar salvarlas y en unas cuantas semanas restauré las dos mesillas. ¡Ahora están ella y mi hermana peleándose por ver quién se las queda ja, ja, ja!”.

Esa herencia familiar fue el inicio de su carrera como ebanista aficionada: “voy recogiendo muebles de conocidos que ya no quieren y que están pensando en desechar y me dedico a eliminar las capas de pintura y barniz antiguas, tratar la madera frente a los distintos insectos que pueden afectar al material y, por último, darles un acabado más moderno que pueda encajar en la decoración de una casa actual. Después los regalo a amigos y familiares”. “Me relaja muchísimo, me da mucha paz mental en estos meses tan difíciles. Soy capaz de estar tres o cuatro horas inmersa en la tarea. El tiempo me pasa volando y tienen que avisarme de que ya ha llegado la hora de cenar, porque no me doy cuenta. Además, es una forma de dar una segunda vida a piezas que de otra forma acabarían en el contenedor”, apunta la docente. Actualmente se encuentra trabajando en un escritorio estilo secreter, “con un aire nórdico muy chulo. Comprar un objeto así en cualquier tienda me saldría carísimo. Me está suponiendo mucho esfuerzo porque tiene fragmentos rotos, es un reto bastante grande”.

Mantequilla, pintura y tempo de batería: camino asegurado a la paz mental

Apasionado del bricolaje desde hace más de cuatro décadas, para Santiago ha llegado el momento de conocer nuevas facetas de su personalidad mañosa. Primero apareció el trabajo con cristal, comenzó así a reciclar los botes de garbanzos o aceitunas que caían en sus manos y grabarlos con diferentes motivos decorativos. Pero entonces llegó el imperio del sol naciente, o lo que es lo mismo, este profesor de Geología descubrió el kintsugi, una técnica japonesa para reparar objetos de cerámica introduciendo en las grietas resina mezclada con polvo de oro.  Más allá del aspecto utilitario, esta tradición también defiende la belleza de aquello imperfecto, de aquello que se ha visto agrietado y herido. Lamentablemente, el presupuesto no da para muchos quilates, por lo que tras investigar distintas alternativas en tutoriales y páginas web de todo el mundo, finalmente ha optado por una versión occidentalizada y low cost: a falta de polvo de oro, habrá que apañarse con pintura dorada. “No es la técnica original, claro, pero queda bastante bien”. Y mientras se convierte en maestro nipón, ha llegado a su vida disciplina que estudia el arte de hacer diferentes tipos de nudos con cuerdas. De momento ha empezado con los llamados ‘puños de mono’, aunque confiesa que todavía no los tiene dominados.

En el caso de Julia, hay barra libre de creatividad y las posibilidades se extienden a todos los ámbitos los que pueda echar el guante. De momento ya ha tachado las casillas de hacer crochet, pintar cuadros, construir maquetas de barcos y crear jardines dentro de botellas, montar una casa para pájaros… Y el carrusel sigue en marcha: “ahora mismo me he puesto a criar triops (unos crustáceos considerados ‘fósiles vivientes’) para los sobrinos de mi novio”.

Además, también está buceando en la vía láctea, específicamente en los planetas queso fresco y mantequilla. “Quería experimentar con el tema, lo leí en un libro y no me podía creer que fuera tan fácil así que decidí probarlo y sale de maravilla, la verdad. Me he seguido informando y quiero probar a hacer queso curado que es un poco más complicado. Lo bueno es que tengo un trastero con las condiciones perfectas que necesitas para que el queso se cure, así que ese será mi siguiente proyecto”, explica. “Muchas de esas actividades no las había hecho nunca y quería poner a prueba mi paciencia. La verdad que me he sorprendido de lo mucho que me han gustado, es muy reconfortante al final del día ver el resultado de lo que has creado. Estoy adquiriendo muchos conocimientos nuevos y, aunque a veces no sean muy útiles, es mejor que estar todo el día sentada delante del ordenador o la tele”, sostiene.

El jardín en miniatura de Júlia.

Con una agenda cultural y de ocio reducida a una exhalación, ¿qué hacemos con todas esas franjas del reloj que la pandemia ha dejado vacías? Carlos ha decidido dedicar esas horas huérfanas de amigos a aprender a tocar la batería. “Llevaba muchos años queriendo hacerlo, pero siempre estaba liado con algo… Y ahora que tengo más tiempo para disfrutar de mí y de lo que me gusta, decidí lanzarme a ello”, explica este programador informático. “Me centro en eso y cuando estoy tocando no existe nada más. Me pone muy contento y me ayuda a descargar tensión, algo muy necesario en estos momentos. Creo que todos necesitamos tener ratos de alegría”, apunta sobre sus tardes entre baquetas (por cierto, hasta ahora ningún vecino se ha quejado).

 Para Charo, bailarina y corógrafa, no se trata de una sola afición asilada, sino de todo un proceso: “me encanta la decoración, soy adicta a todos los programas de reformas y las revistas sobre el tema. Así que, en estos últimos meses, al tener mucho menos trabajo y verme obligada a estar más en casa, he empezado, de forma más bien inconsciente, a pintar paredes, forrar estanterías con papel, redecorar cuartos, crear pequeños objetos decorativos, como joyeros…”. Pero más allá de remozar ese rincón del salón cuyo aspecto nos da muchísima rabia (sí, ese que no hay manera de adecentar), también se trata de poder deslizarse por las pulsiones estéticas, de dejarse llevar por las distintas posibilidades del cromatismo: “disfruto mucho de esas fases de planear cómo combinar los colores, elegir tonos que encajen, mezclar texturas… Para mí es una forma de desarrollar la creatividad y me está ayudando mucho a pasar estos meses con más felicidad. Por otra parte, construir espacios que te resultan agradables te ayuda a estar más a gusto en casa, algo muy importante para el estado de ánimo”. Todo sea por seguir las enseñanzas de Marisol e intentar tener “el corazón contento y lleno de alegría”.

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