VALÈNCIA.- Pasó por Caps i Mans y La Nave. Hoy, la diseñadora valenciana Sandra Figuerola, desde el estudio Almudín, regresa al diseño de producto.
— Ha vuelto a girar hacia el diseño de producto.
— El mercado ha cambiado. Me interesa más porque creo que tengo más cosas que aportar. Intento no cruzarme de brazos, dirigir mi carrera hacia ese ámbito, contactando con empresas que tienen una línea a la que mi estilo puede adaptarse.
— En su trabajo siempre ha habido cierta hibridación entre diseño gráfico y de producto.
— La creatividad es la misma. Aplico mi lenguaje a distintos ámbitos del diseño, lo que cambia es el proceso. Con el tiempo, he perdido miedos y eso me ha hecho decantarme hacia el diseño de producto. Me motiva más y me provoca de nuevo curiosidad hacia la profesión.
— Un cambio vital pero también de estrategia empresarial.
— Es una decisión consciente. Cuando empezó la crisis analicé el mercado local y cuál era el factor diferencial para mantenerme activa. Marcas, carteles, catálogos... Me considero competente en ese ámbito, pero hay muchos y muy buenos profesionales. La gráfica aplicada a la industria es un campo menos saturado con el que me identifico y donde puedo aportar mi creatividad.
— Pero en ese campo también hay competencia.
— Muchísima, claro, porque en València tenemos diseñadores excelentes. Pero creo que mi perfil —colorista, gráfica, algo barroca, poco minimalista y con experiencia en el textil— no se corresponde con el de tanta gente.
— En este sentido, ¿colaborará de nuevo con Gandia Blasco?
— Estoy preparando una propuesta de mobiliario de exterior (Diabla), una nueva línea con un target más juvenil. Son diseños outdoor más frescos y coloristas. También estoy trabajando en proyectos de iluminación.
— Se siente cómoda con esta firma.
— Trabajo con ellos desde 1990. Es una empresa que apuesta el 100% por el diseño. Colaboro desde entonces porque hay sintonía y respetan mis proyectos: tienen criterio y disfruto de libertad para presentar propuestas. Después, claro, mis diseños tienen que gustar, funcionar y venderse.
— ¿Hay ocasiones en que el nivel de encargo afecta al resultado?
— La naturaleza del encargo es importante. Junto a un briefing bien definido y una inversión económica clara, todo ayuda al desarrollo óptimo de un proyecto. Es fundamental que la empresa cuide su imagen, que edite buenos catálogos, que acuda a ferias internacionales. En ese caso nuestro trabajo se ve reforzado y potenciado.
— ¿Las empresas valencianas han incorporado este conocimiento del diseño?
— No creo que la situación actual se asemeje a la de los 80-90. La mayoría es consciente acerca del papel del diseño como factor competitivo para ser visibles dentro y fuera de nuestras fronteras. Durante la crisis se mantuvieron ‘a salvo’ aquellas empresas que ya trabajaban internacionalmente. Hay firmas con mucho potencial que arriesgan poco y los encargos que hacen son poco valientes. Creo que el tejido empresarial valenciano podría situarse a un nivel de excelencia similar al de las empresas italianas.
— Puede ser consecuencia de los golpes recibidos durante la crisis.
— Conozco muy bien el sector textil y tras la crisis ha habido cambios en la forma de trabajar. La mayoría de firmas de este sector ya no apuestan por la creatividad, no hay interés por contratar diseño. Van a lo seguro, compran producciones fuera que venden aquí. Una pena.
— Desde La Nave al actual estudio Almudín. Siempre has trabajado acompañada.
— Porque es más interesante, divertido y enriquecedor. En el aspecto profesional y vital. El paso por La Nave me marcó en este sentido. Allí trabajamos once diseñadores de una manera abierta, libre, con un compromiso total con el diseño.
— El periodo de La Nave, con las circunstancias que lo rodearon, fue ‘un tiempo y un lugar’.
-— En aquel momento había pocos profesionales y una gran urgencia por modernizar el país. Vivimos una época dorada en la que los encargos prácticamente llegaban solos, sin ninguna estrategia promocional extra. Ahora las circunstancias han cambiado drásticamente. Aunque el nivel creativo en València es alto, la economía, la crisis y la enorme cantidad de profesionales han configurado un panorama más complicado en el que para mantenerte activa debes hacer un esfuerzo constante.
— Compatibiliza diseño y docencia ¿Corren el riesgo sus alumnos de desdeñar la fase de creación?
— Todo lo contrario: se meten de cabeza en los procesos creativos y formales, aunque detecto falta de reflexión y de contenido. Les animo a coger libreta y lápiz. Que conceptualicen su trabajo, que incorporen el pensamiento y la reflexión en sus procesos creativos. Primero se ha de trabajar la idea. El lenguaje y las soluciones visuales vendrán después. Las decisiones creativas interesantes siempre deben estar conceptualmente argumentadas para que puedan mantenerse en el tiempo y dejar huella en la cultura.
— ¿Les afecta el exceso de información, el chorreo constante de imágenes, de diseños?
— Están muy informados, pero todos beben de las mismas fuentes, por lo que hay un riesgo de mimetismo y frivolidad. Como docente trato de estimularles y mediante proyectos creativos sacar la esencia de cada uno; ayudarles a identificar sus puntos fuertes.
— Por un lado, es deseable que los alumnos se acerquen al ámbito laboral. Pero por otro, ¿corremos el riesgo de convertirlos en ‘funcionarios’ del diseño?
— Siendo estudiante es preferible enfrentarse a retos creativos audaces que en la vida profesional no se van a dar. En esta etapa se debe huir de lo ya visto, de los planteamientos convencionales y asumir riesgos. Ser audaz, curioso, buscar límites creativos, experimentar con los lenguajes. Una vez incorporados al mercado laboral es mucho más difícil romper esas dinámicas porque todo es más convencional y comercial.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 31 de la revista Plaza