Lo que llaman post-verdad, la mentira, está poniendo en peligro mucho de lo que hemos construido
Justo unos días antes de comenzar las vacaciones, un amigo me sugirió que cambiase el nombre de esta sección. Que eso de “el peor de los tiempos” tenía una connotación en exceso negativa y que la situación (económica) quizá no justificaba ya ese título. Mi intención no era exactamente esa, ya que el título proviene del primer párrafo del Historia de dos ciudades de Dickens, donde se habla del “peor y del mejor de los tiempos”, con el objetivo de señalar que era un momento decisivo, un momento de cambios y de coraje. Intenté dejarlo claro cuando comencé mi colaboración como columnista en VP. Sin embargo, tengo que reconocer que es cierto que puede dar una impresión de exceso de fatalismo a aquellos lectores que se hayan ido incorporando posteriormente
Por otro lado, siempre me influyen a la hora de comenzar el nuevo curso académico las lecturas del verano. Y una de ellas, regalo de un amigo, fue La rebelión de las masas de Ortega y Gasset. Sí, confieso que no lo había leído hasta ahora y, desde luego, no ha contribuido mucho a sacarme de mi estado lúgubre general, pero sí me ha hecho recordar algunas cosas y reflexionar sobre otras. Y me ayudó a resolver el primer problema: buscar un título a esta sección. Me refiero a que me ha recordado que la época en que se sitúa, finales de los años 20, es la época moderna: habla extensamente de cómo el siglo XIX puso la base de la modernidad, tanto desde el punto de vista técnico y científico como desde el político y social. Y entonces recordé, efectivamente, que uno de mis profesores en la Facultad de Económicas de la Universidad de Valencia (José María Nácher) comenzó su asignatura de cuarto curso (allá por 1987, si no recuerdo mal) hablándonos de la postmodernidad y recomendando una película, Choose me como representativa de esa tendencia. Sí, no recuerdo el programa de la asignatura (o apenas). Así somos los postmodernos. Ahora veo, con perspectiva, que Dickens se encontraba frente al abismo de la modernidad y nosotros nos hallamos, de lleno, en la sima de la postmodernidad.
No pretendo invadir el terreno de los intelectuales postmodernos; no es mi campo la Filosofía ni la Historia. Pero creo entender el sentido en el que se puede llamar postmoderna a nuestra sociedad. Vivimos en un mundo sofisticado, rodeados de tecnología de la que esperamos cualquier cosa. Pero a la vez, somos unos descreídos, nos sentimos confusos, al carecer de las referencias religiosas o culturales con las que se contaba en el siglo XX o en el XIX. Se asocia esta línea de pensamiento con un futuro oscuro y ha dado lugar a mucha literatura de ciencia ficción poblada por sociedades “distópicas”. Muchos sitúan la postmodernidad entre los años 50 y los 80-90. Me inclino más por esto último, al menos en España. La razón es que, mientras que en Estados Unidos los baby boomers nacieron en los 50, en España se produjo el mayor crecimiento demográfico en los 60 y esos fueron jóvenes en los 80. La mayoría de nosotros hicimos la EGB (no el Bachillerato superior del que nos hablan con melancolía los que nos precedieron, con sus reválidas y la dificultad que suponían). La televisión y, en general, la cultura pop, ha modelado nuestras referencias; desde Heidi, El Hombre y la Tierra, el 1, 2, 3 y Mazinger-Z hasta Falcon Crest, la Mode y Mecano. Los cómics o los tebeos, desde el Pato Donald, hasta Mortadelo y Filemón. Comencé leyendo Las Aventuras de los Cinco (se han cumplido 75 años de su publicación) pero he mejorado desde entonces. El primer estreno al que asistí con enorme anticipación fue el de La Guerra de las Galaxias (por aquel entonces nadie en España la llamaba Star Wars). Y buscaba en la UHF películas extranjeras subtituladas los sábados por la mañana para aprender inglés. Porque yo estudié francés en la EGB y en BUP.
Quizá por todas estas taras de partida no había leído a Ortega. Conozco mis lagunas intelectuales y las intento suplir lo mejor que puedo. Pero no soporto a los “adanistas”, muchos de ellos tan sólo una década más jóvenes que yo, que piensan que los de mi generación tienen menor calidad democrática porque nosotros ya estábamos vivos (aunque yendo todavía al cole) cuando murió Franco. No, a nosotros tampoco nos perseguían “los grises” en la universidad como a los que nos precedieron. Mi vida es mucho más aburrida: me pasé los cinco años de la facultad asistiendo a clase y aprendiendo todo lo que pude, yendo a la Escuela de Idiomas a las 8 de la mañana para poder sacarme el título de inglés, pues ya veía yo que ese era el futuro. Y porque quería entender la música y las películas que tanto me gustaban.
Postmodernos son, creo yo, además de Blade Runner, Simple Minds ('Don’t you forget about me') y la película The Breakfast Club y tantas otras que no voy ahora a enumerar (¿y La vida de Brian?). Y lo somos todos los que hoy en día nos sentimos un poco perdidos o fuera de lugar. Y he seguido leyendo y viendo más películas y oyendo mucha música. Ah, y también veo series. Soy muy mainstream y uso anglicismos. Pero eso no quiere decir que no nos demos cuenta, los de mi generación, de que hemos trabajado mucho para llegar a lo que es hoy nuestra sociedad y que lo que llaman post-verdad, la mentira, está poniendo en peligro mucho de lo que hemos construido.
Por todo ello, seguiré, si me lo permiten, siendo un poco pesimista. Primero, porque la Economía es una ciencia lúgubre (administrar lo escaso) y suelo hablar de ella; pero, además, porque creo que hay que buscar un equilibrio entre la autocomplacencia de quienes ahora creen haber descubierto la pólvora y tienen todas las respuestas sin haberse enfrentado nunca a los problemas y los que piensan que todo está bien y no hay que hacer nada. Sobre esta base, si me lo permiten, seguiré compartiendo con ustedes mis pensamientos en esta era de postmodernidad.