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Tribuna libre / OPINIÓN

¿Valéncia?

Foto: ROBER SOLSONA/EP

El debate sobre el acento oculta otro, esencial e irresoluto: ¿hay que acercar el valenciano a los hablantes?

4/10/2023 - 

Ya sabéis que, correctamente, oficialmente, tenemos que escribir València y no Valéncia. Así lo prescribe la Acadèmia Valenciana de la Llengua, aunque recomienda pronunciar cerrado el topónimo. Se evidencia de esta manera una anomalía filológica considerable que, sociolingüísticamente, es un misil a la línea de flotación de nuestra autoestima colectiva, como hablantes y como valencianos. El nombre del reino instaurado por Jaume I y de su capital –que nos dan el gentilicio–, lo tenemos que escribir con una fonética que, del Sénia al Segura, nunca empleamos. Solo es un acento, sí, ¡pero qué acento!

Y alerta, porque València/Valéncia es más que un debate entre partidarios y detractores de la unidad de la lengua, para decirlo con finezza. Hay una cuestión de fondo, esencial: que los valencianos hablemos el mismo idioma que catalanes y baleares no debería ser motivo de renuncia a nuestra identidad lingüística. Es justo al contrario: precisamente esa identidad, decantada por nuestro pueblo a lo largo de los siglos, tiene que ser un factor emocional para reconectar con todos los valencianos y enderezar el dramático proceso de minorización de la lengua.

Fortalecernos desde la autoestima. No se me ocurre mejor forma de frenar a quienes quieren legislar y actuar contra, por ejemplo, la lengua histórica de Alicante; la enseñanza en valenciano; las ayudas, o las iniciativas editoriales y culturales.

Más allá de la complejidad de la situación, que es mucha, la voluntad de preservación del valenciano para las generaciones futuras tendría que ser transversal, instalarse en el consenso, huir de la controversia. Para eso nació la Acadèmia Valenciana de la Llengua, para superar el conflicto lingüístico desde el diálogo. Esto viene a decir su manifiesto fundacional.

Preservar la identidad y las singularidades de la lengua valenciana en el contexto del sistema lingüístico valenciano-catalán y del diasistema occitano-románico parecía un punto de partida más que aceptable, que tendría que haber incorporado símbolos como la oficialidad de Valéncia, desde la generosidad y el consenso. No hacerlo es desviarse del camino, apartarse del espíritu fundacional y nos devuelve a la casilla de inicio. No es tarde. Nunca lo es para buscar puntos de encuentro en positivo. Sobre todo porque no nos podemos permitir seguir con la pérdida de hablantes, con la destrucción de una lengua ya muy tocada, por la asfixiante presión del gigante castellano y sobre todo por la escasa convicción y unidad valencianista, a nivel social y político.

Quiero pensar que aquellos que todavía se amparan en la unidad lingüística para alejar nuestro estándar autóctono de la realidad valenciana, no se dan cuenta de que la componente sentimental y emocional que representa la proximidad con los hablantes, es esencial para el futuro de cualquier lengua minoritaria y minorizada, como la nuestra.

El valenciano todavía tiene una posibilidad de revertir el retroceso de su uso y de esquivar la desaparición, pero creer que se puede conseguir sin insistir en la autoestima es regalar el futuro a quienes sueñan con tres provincias castellanas junto al mar, serviles y genuflexas.

Solo es un acento, sí, pero dice mucho del autoodio que nos desangra como pueblo.

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