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el cudolet / OPINIÓN

La València amable: reformaron las plazas y se "olvidaron" de las placas

Foto: KIKE TABERNER
6/08/2022 - 

Me dolió mucho ver cómo el Barón de Cárcer usurpaba al viejo oeste de Goerlich el título de la guía urbana. Fue un acto de desmemoria. Una traición a los muertos. Un arresto domiciliario injustificado. Una puñalada por la espalda a la memoria. El oeste atrapaba, él de los ochenta era lo más parecido al barrio rojo de Ámsterdam. Después vino la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, y el oeste volvió a ocupar su lugar en el callejero. Justicia.

Si algo verdaderamente aprendí en las gradas de Mestalla, en el viejo Gol Gran, en la tabicada General, fue algo parecido a no importar modelos o subculturas absurdas. En un capítulo, Pancartas que nunca te dije, en La Balada del bar Torino, de Rafa Lahuerta, lo describía así, Pedro era el líder entusiasta y emprendedor, yo el músculo reflexivo y prudente. En casa teníamos demasiados argumentos para abastecernos de filosofía local. Ser productores y manufacturar lo nuestro en blanco y negro, para no acabar siendo una impresora multifunción.

Foto: KIKE TABERNER

Tampoco deseo que el Cap i Casal sea una ciudad espejo, y detesto que València sea una fotocopia a color. Las ciudades no son amables. Las ciudades son para vivir. La amabilidad radica en el ser humano, y no en muros, escaparates o el asfalto. A lo sumo, las ciudades son acogedoras. Lo de la amabilidad es una estupidez semántica. Y me sorprende, a estas alturas de la temporada, después del intervencionismo sobre los arrabales del centro, o las plazas históricas, que no se haya reabierto un debate serio por recuperar el brillo natural para las dos más emblemáticas.

No sé, pero estoy percibiendo poca visibilidad del Consell de Cultura en esta materia. Y me preocupa por la celeridad que se mantuvo aplicando la ley sobre el callejero en 2017, a casi unas cincuenta vias. Pasadas las turbulencias lingüísticas de los ochenta, la del Ayuntamiento debe recobrar su espíritu oficial. Dicho barrio, el de San Francesc, es conocido por todos, y ayer mismo me lo refrescaba mi amigo Vicente. Y, si le damos al pulgar, la plaza, se ha llamado históricamente San Francesc. Dejémonos de experimentos, la historia es la historia.

Por otra parte, y ante tanto reinado de opiniones sobre la arquitectura de la nueva fachada de la Reina, aquí también debería ponderar un poco de consenso para poder salivarla con el de Zaragoza. Además, no hay que tener el clásico miedo del guardameta ante el penalti. Debemos ser justos con la historia de la ciudad, y, si reformamos las plazas, no nos olvidemos de las placas ¡Es el momento!

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