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el callejero

La vida en blanco y negro de Miguel Ángel

Foto: KIKE TABERNER
25/10/2020 - 

VALÈNCIA. Miguel Ángel es de esos hombres que se hacen pequeños en sociedad. Una persona que se siente cómoda en la garita del garaje donde trabaja en Ruzafa y, sobre todo, en su casa de la avenida de Burjassot. En su cueva, casi un refugio, Miguel Ángel Peral se encierra, se pone cómodo y se entrega, con todos sus sentidos, sin distracciones, a la contemplación de una película. Dice que tiene más de 15.000 títulos en viejos soportes como los ya prehistóricos vídeos VHS o los DVD más recientes. Y así, ante un largometraje, preferentemente clásico, vive las vidas que el destino le ha privado.

Tiene 61 años y ademanes de hombre inseguro. Aunque se irá soltando poco a poco hasta llegar a un punto de confianza que sorprende. Miguel Ángel aparenta ser un hombre bueno que habla sin adornos y vive sin poses. La ficción se la deja a sus admirados Humphrey Bogart y al Gary Cooper de los 'westerns'.

Nació en un lugar de La Mancha, Higueruela, donde los molinos son ahora unos altísimos postes blancos. Cuando tenía tres años, su padre, que era agricultor, cogió a la familia y se la llevó a València. "Imagino que quería prosperar, pero no lo sé", explica Miguel Ángel, que contesta obediente a todas las preguntas aunque alguna le parezca estúpida.

La vida nunca le trató demasiado bien. Ya de niño, con diez años, estaba jugando a hacer fuego con uno de esos aerosoles de laca de su madre y, por sorpresa, una llamarada la abrasó la cara, parte del torso y el brazo derecho. "Era muy travieso", advierte con un punto de picardía. "Ahora soy demasiado bueno".

No hay duda de eso. Se intuye en sus modales contenidos o en el cariño de la gente, numerosa, que le saluda en el horno-cafetería Pons, donde nos atiende, y que le observa, curiosa, al ver que hay un fotógrafo disparándole con una especie de paraguas blanco desplegado al lado. Por eso le miran y parecen pensar: "¿Qué demonios estarán haciendo estos dos con Miguel Ángel?". Él apenas se distrae. Solo responde al saludo y rápidamente retoma el hilo de su existencia. "Mi vida es para llorar", anuncia con una cara que no denota tristeza. 

Aquel accidente le tuvo casi un año hospitalizado. "Ahí me aficioné a los tebeos", recuerda. Porque a Miguel Ángel, además de las películas, también le fascinan los cómics. Los acumula a cientos en casa, 'al montonet', con el fervor de Diógenes.

Estos tics de coleccionista enraízan con la infancia. Son casi un desquite. "En mi casa no había vídeo y después de casarme me compré uno. Mi hermano Juan, que falleció, fue quien me aficionó al cine negro, al género policiaco. Me encanta y tengo muchísimas películas".

Una parte generosa de su jornal se va a las dos tiendas que le proveen. Una de películas y otra de cómics. Cuando habla de cine, se atropella. Dice que le gusta algo y al segundo que le gusta otro género y después una actriz y más tarde otra. Que si los westerns. Que si la comedia. "Pero la antigua. Nada de Torrente ni cosas de esas. También me gusta el cine de ciencia ficción de los años 50. Y soy fanático de Godzilla. Me faltarán solo dos o tres títulos".

Para justificar su obsesión cinéfila, parece, explica que no tiene vicios. Que no bebe ni fuma. "Bueno, sí tengo, el choleck de chocolate, que me gusta mucho. Pero nada más". O que no tiene coche ni moto ni nada. "Tuve una moto, pero sufrí un accidente y por culpa de eso perdí un trabajó y tengo una pierna mal".

Su mujer está harta de esta colección. Pero él sigue acumulando películas. Ya casi que ni le caben y para ahorrar espacio, tira las carátulas y mete el DVD en unas tarrinas circulares. Hay semanas que compra seis o siete cintas. "Tendré ya más de 15.000. No las tengo ordenadas; la habitación es un desastre y hay que entrar a machetazos. No os dejaría ni entrar a verla, pero pregúntame un título y lo encontraré en un minuto. Sé dónde está cada una".

Las quemaduras dejaron su huella en el rostro de Miguel Ángel, quien, al principio, parece incómodo con los retratos. Luego se relaja y hasta sale a la calle a colocarse donde la indica el fotógrafo. Lo hace con una ligera cojera porque después del accidente en moto también le surgió un dolor en la pierna buena. Por eso, cada día, coge tres autobuses para ir al garaje y dos para volver a casa. Pero llega, se pone una peli y se le pasan todos los males y todas las penas.

Mientras él ve las escenas en el dormitorio, su mujer, María José, sigue los programas de cotilleos en el comedor y su hijo, que tiene 26 años, no le gusta el cine y quiere ser mecánico, se enreda con los videojuegos sin salir de su cuarto. Cada semana ve diez o quince películas. Si no, lee un cómic. No le gusta salir por ahí y no tiene ordenador ni 'tablet'. Y el teléfono que tiene, que es diminuto y del año de la polca, solo sirve para lo que siempre ha servido un teléfono, para hablar. Lo saca del bolsillo y lo muestra. Es negro y lleva adheridos como unos burdos diamantes del todo a cien. Miguel Ángel dice que no le gusta la gente que está todo el día mirando el móvil sin prestar atención al que tiene enfrente. Y, dicho así, la verdad es que igual resulta que el raro no es él.

Este afán por ampliar su videoteca no hace más que transportarle a la niñez, a ese chiquillo con la piel herida a quien su padre no le dejaba ver las películas porque, decía, eran cosas de mayores. Por eso compra todo lo que puede. Pelis y también series. Pero antiguas. Tipo Los hombres de Harrelson (¡Tejota, al tejado!, un guiño solo para veteranos), Los intocables de Eliot Ness o Los invasores, por ejemplo.

Tanto cine le ha convertido en un erudito. Aunque a él, de naturaleza humilde, le cueste admitirlo a la primera. "Yo creo que soy, sobre todo, un experto en cine policiaco", concede.

Antes iba a la Filmoteca con frecuencia, pero un día salió y ya no volvió. "Ya las he visto todas", explica. Y como para demostrar que no es una bravuconada, Miguel Ángel cuenta que en su colección hay filmografía inédita en España. Y después empieza a contar que le gusta mucho Tarzán. En cine y en cómic. Pero que le gusta el Tarzán antiguo. Como le gusta el James Bond interpretado por Sean Connery. Y que en cuestión de superhéroes se lanza a los brazos de Batman o de Superman.

Su mochila le delata. De unas cintas cuelgan unas cabecitas de plástico de personajes como Spiderman, Freddy Krueger o El Hombre Lobo. También lleva una chapa de Superman y otra de Batman. "Es que Batman es mi favorito. Tengo una camiseta chulísima, pero mi mujer no me ha dejado venir con ella", explica vestido con una camisa, un jersey de cuello de pico y una rebeca que oculta una cadena de oro de la que cuelgan una calavera y un reloj dorados. Es el obsequio que le concedió una mujer después de que Miguel Ángel le grabara unas películas que ya creía irrecuperables. "Me dijo que qué quería, y yo le contesté que un reloj de esos que llevan los protagonistas de las películas de vaqueros. Lo abre y lo muestra de forma que solo se ve la esfera, pero en la parte de detrás de la tapa hay un conejito de Playboy.  Será que también le gusta otro tipo de cine. Aunque el tierno Miguel Ángel es de otra pasta. Por eso le cuesta ver Espartaco, la de Kirk Douglas. "Es que lloro mucho viendo el final...".

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