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el callejero

La vida de Krimo va sobre ruedas

Foto: KIKE TABERNER
3/12/2023 - 

Krimo Yousfi es un hombre de pocas palabras. Poquísimas. Un tipo muy parco al que le gusta contestar en dos segundos. Una palabra, un monosílabo y a la siguiente. Pero también es una persona atenta y solícita, como demuestra delante de la cámara fotográfica. Ponte aquí, posa allá. Y él, obediente, corre con la silla, coge el balón, avanza y chuta. O se queda quieto bajo un haz de luz que entra como una espada por la cubierta del pabellón de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV). O coge y se pone a trabajar en el almacén para demostrar qué es lo que hace cada día allí dentro. Krimo, al que casi todo el mundo en València llama Karim, juega al fútbol-sala en silla de ruedas. Aunque en estos tiempos que todo tiene que tener un nombre en inglés, alguien ya se ha apresurado a rebautizarlo como A-ball porque permite, además, hacer un juego de palabras con to be able, que significa ‘ser capaz’.

Este argelino de 59 años habla bien el español, pero se expresa fatal. Economiza las palabras y con el acento lógico de su país, a veces, es un desafío entender lo que acaba de decir en un perfecto castellano. Krimo es futbolista, pero también ha jugado al baloncesto y ha hecho atletismo. Desde pruebas de velocidad hasta maratones. El deportista magrebí llegó incluso a participar en unos Juegos Paralímpicos. Fue hace mucho, en 1992, en aquel verano inolvidable de la Barcelona que se puso moderna para deslumbrar al mundo entero. Krimo vino, compitió y decidió que se quedaba en este país. Más adelante volvió a su patria, pero ya lleva 16 años sin moverse de València. Aquí vive con su mujer y aquí, pese a estar frisando los 60, sigue mostrando su admirable fortaleza sobre ruedas.

Su origen está en Argel, en una familia de nueve hermanos que vivía del jornal de un padre que trabajaba como conductor. Es difícil adivinar cuándo vino a España. Primero dice que fue en 1992, tras los Juegos, pero luego se contradice y asegura que fue hace 16 años. Al final cuenta que participó en unos Juegos de África, en Egipto, que ganó la medalla de oro en los 100 metros, los 200 y el maratón, y que entonces se escapó. Argelia no ofrecía las oportunidades a una persona con discapacidad que encontró después en España. Porque Krimo nació así, con las piernas inmóviles, por culpa de la poliomielitis, una enfermedad discapacitante causada por un virus que se transmite de una persona a otra y que causa parálisis.

Una infancia difícil

“Mi infancia fue muy difícil”, recuerda Krimo. “Argelia no estaba tan desarrollada como España. Había muchas cosas que no teníamos. Un año me llevaron a Francia, me operaron y me quedé bien. Cuando fui por segunda vez me dijeron que ya no me podían operar y ya me quedé así para siempre. Lo pasé muy mal. Antes no había material para ayudar a los niños discapacitados. Aquí llegas a una casa y subes en ascensor, pero en Argel no había ascensores. Yo tenía que subir por las escaleras con muletas. Yo he ido siempre con muletas. Hasta que vine a València y empecé a trabajar. Entonces ya me pude comprar una silla de ruedas”.

El deporte le ayudó a sentirse válido. A los 10 años empezó a hacer un poco de todo. Poco a poco fue siendo mejor, más capaz, y al final llegó a jugar en un equipo que califica de “importante”. El club tenía como patrocinador a una petrolera y gracias a su apoyo pudieron viajar por Europa. “Luego abrí una asociación deportiva para preparar a minusválidos y ahora toda esa gente está viviendo en Suiza, Francia, Italia… Se han escapado todos. Aquí a España traje a dos argelinos que están entrenando conmigo”.

Dentro de España eligió València porque dos de sus hermanos vivían aquí. Uno trabajaba en la obra y otro, en el campo. Él, como tenía una minusvalía, encontró un puesto de trabajo en la cadena de montaje de una empresa de discapacitados de Moncada. “Me fui de Argelia por el deporte. Para seguir mejorando. El país estaba muy mal y el deporte se estaba hundiendo. Por eso, antes de que fuera todo a peor, me escapé. Tenía un visado por la selección argelina y lo aproveché”.

Aquí ha practicado varios deportes. Primero jugó al baloncesto con los Rangers. Ahora también en la UPV. Y fútbol-sala, o A-ball. Krimo vale para todo y recuerda que en Barcelona hizo 100 metros, 200 y maratón. “Soy especialista en maratón. Pero cuando vine a València había muy pocos en silla de ruedas que hicieran maratón. Yo salía a correr y nadie me seguía. Yo tenía una silla buena, una de esas largas. Sólo había otros dos que hacían maratones”. A uno de esos dos, un hombre que se convirtió en un clásico de las carreras de la ciudad en los 90, alguien con mucha retranca le puso el apodo de Induráin.

Hace 17 años, en Argel, los amigos le presentaron a una chica mucho más joven que él. A Krimo le gustó y fue a hablar con su padre. Poco después volvió a València casado con esa chica 16 años menor que él. “Tú la ves y no parece argelina; parece francesa o española”. La empresa de Moncada acabó cerrando y entonces Krimo decidió jubilarse y vivir de la pensión por invalidez. A partir de entonces se centró más aún en el deporte. “Vengo aquí todos los días y ayudo. Hace poco, además, he empezado también a jugar a pelota valenciana. Un amigo y yo hemos llegado a la final”. Sus manos, duras como rocas, curtidas después de 59 años apoyándose en unas muletas o empujando las ruedas de una silla, seguro que le ayudan a golpear la pelota en el trinquete Paco Cabanes ‘Genovés’ de la UPV. Krimo se ríe ante la ocurrencia. Luego levanta la mano y enseña el moretón  que lleva en la muñeca por culpa de un mal pelotazo.

Prefiere el barco al avión

Krimo tiene una segunda obsesión. “Me gusta mucho ayudar a la gente. Sobre todo a los jóvenes. Yo intento ayudar a mis amigos. Al que no sabe hablar español, al que no tiene papeles, a cualquiera que necesite mi ayuda. A veces viene gente aquí a jugar al fútbol-sala y yo me esfuerzo por integrarlos, para que no se queden aparte y participen”.

Poco a poco van cayendo las capas y emerge entonces un hombre más tierno, un hombre que vio la tristeza de un amigo que perdió a su madre estando aquí en España y decidió que tenía que ir a ver a su madre más a menudo. Ella tiene ya 87 años y Krimo entiende que no será eterna. Por eso, en agosto, después de cinco años sin cambiar de continente, volvió a Argel para pasar un mes con ella. La semana pasada volvió para allá. Esta vez sólo podrán ser diez días. Pero le gusta pasar tiempo a su lado.

El viaje lo hace en barco. Krimo dice que no le gusta el avión. Que una vez fue volando y que se sintió como un preso en una cárcel. Él prefiere ir por el mar. Salir a la cubierta, aspirar la brisa, tomarse un café con un amigo. Y luego meterse en su camarote, dormirse y despertarse ya frente a la costa de Argelia. Unas doce horas de un trayecto que podría ser más breve. “El barco sale a las siete de la tarde de València, pero no llega hasta las nueve porque antes está cerrado. Por eso va despacio toda la noche”.

Los españoles, como le ocurre a tantos extranjeros, le cambiaron el nombre. Lo de Krimo les costaba entenderlo y, uno detrás de otro, decidieron que era más sencillo llamarle Karim. A él no le importa. Le hace hasta gracia. “Soy como Benzema. Sólo que él es rico y yo soy pobre”. Por primera vez suelta una carcajada. Siguen cayendo capas. Krimo cuenta entonces que es musulmán y que cada año cumple con el ayuno del ramadán. “Pero no soy una persona cerrada. Yo respeto a todos. Y también celebro la Navidad, claro”.

Un hombre asoma la cabeza por una puerta. Hace la típica broma de que saquen guapo a Karim. Es Toni Falcó, el entrenador del equipo. El técnico elogia la velocidad del argelino. Dice que hay chavales más técnicos, pero pocos que se muevan con la silla como Karim. Destaca también lo trabajador que es este hombre y que muchos días entra en el almacén y descubre que se ha tirado de la silla al suelo para mover los trastos.

Krimo se mantiene en forma al borde de los 60 años. Dice que siempre ha pesado lo mismo: 59 kilos. Que el peso es importante en alguien que no se puede impulsar con las piernas. “Si como, no ceno. Si ceno, no como. Yo prefiero comer y por la noche tomarme algo de fruta. Yo le insisto mucho a la gente para se cuide. Si no, de mayor, quién te va a mover”. De momento, eso sí, ha tenido que dejar los maratones. Hace unos meses, iba con las muletas, el suelo estaba mojado, se resbaló y se cayó. Le han tenido que operar de los dos hombros, así que ahora se conforma con medios maratones.

Pero parar, nunca. Eso sería fatal para alguien como él. “Yo no pienso dejar de hacer deporte. ¡Qué va! Si no entreno, me quedo mal y me duele el cuerpo. Por eso me paso el día aquí. Sólo falta que me pongan una cama. Vengo a las nueve de la mañana y estoy hasta las siete de la tarde. Si no hago cosas, me aburro. Y hay que moverse, si no…”.

No le gusta el avión, pero tampoco el coche. Por eso cada día coge el metro para ir de Massamagrell a la universidad. Una vez en València, despliega su silla eléctrica y se mueve por donde quiere con total comodidad. “No me hace falta coger el autobús”. Krimo deja la silla del fútbol y se pasa a otra más funcional. Se le ve feliz con su vida. Rodeado de deporte y sin sentirse inferior. De vez en cuando pasa alguien y le saluda. “¿Qué hay, Karim?”. Él responde con un gesto. Ya se ha vuelto a poner todas las capas.

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