VOLVIMOS A LOS BARES

¿Cuál ha sido tu primer restaurante?

Siempre está bien contar con amigos para hurgar en su intimidad. Los afines a este medio nos cuentan su primera experiencia restauradora después del confinamiento 

12/06/2020 - 

VALÈNCIA. Hubo un momento en el que creímos, y de hecho nos invitaron a creer, que el mundo no volvería a ser como era. Que viviríamos entre cuarentenas y mascarillas. En plena desescalada tras la crisis sanitaria del Covid-19 comprobamos que, efectivamente, algunos de nuestros hábitos se han transformado y otros, sencillamente, se han tenido que adaptar. Parece que seguiremos haciendo lo que hacíamos, solo que diferente. Y claro, para los hedonistas no hay acto más necesario que comer y beber, por el mero placer de sentir.

Cuántas veces durante la cuarentena nos preguntamos cuándo podríamos volver a pisar un restaurante. Cuántas dónde nos daríamos el primer festín gastronómico cuando todo esto hubiese acabado -¿ya ha acabado?-. Nos imaginábamos junto a nuestros seres queridos, apurando la caña, hundiendo el tenedor en el pincho de tortilla, y sobre todo sonriendo. O tal vez con la pareja, levantando las copas de vino y brindando por la resiliencia durante el encierro. Y de pronto, el tiempo se aceleró, el teléfono empezó a sonar y la normalidad se nos echó encima, a traición, con un estruendo al que ya no estábamos acostumbrados. Nos descubrimos en una suerte de sociedad, parecida a la que teníamos, en la que predomina el desconcierto, e incluso sentimos nostalgia por la calma del confinamiento. El ser humano, siempre deseoso de aquello que no tiene. Excepto por los bares: los bares bien cerquita.

A punto de saltar al precipicio de la fase 3, la mayoría de nosotros ya hemos tenido contacto con la hostelería. Entre medidas de distanciamiento, calamares y termómetros, eso sí. Quizá haya sido una incursión premeditada, escogiendo momento y lugar, persiguiendo el vermú, el plato de quisquillas y esa tarta de queso. O un tropiezo con aquella terraza donde siempre somos felices. En esta vida, nada como tener amigos para escucharles las historias. Aquí las suyas y las nuestras sobre el reencuentro con los restaurantes. Cuáles hemos elegido y por qué. Cuándo y con quién fuimos. Lo que más nos ha sorprendido, para bien y para mal.

Hedonistas, a la mesa

 - Jesús Terrés: "¿La desescalada? Con menos hambre de lo que podía imaginar y muchas ganas de barrio. Es raro todo esto: ahora que puedo salir no quiero. Ahora que me esperan los taxis camino las juergas de siempre quiero seguir en casa. No sé si es cosa del síndrome de la Cabaña o es que lo de antes era un sinsentido, la cuestión es que he pateado las calles y re-descubierto el vecindario, tampoco se come tan mal si solo esperas pasar el rato. El primer día que pude volví a Askua y pedimos dos chuletones para cuatro, porque la vida es corta y no tantas veces justa; un par de veces en La Marítima, la noche de estreno de Nozomi, las brasas de Basea y el mejor plan de todos: una toalla sobre la arena, bien de quesos y una cubitera con un champán de los que se bebían en la Gürtel. No sé lo que pasarán las semanas (complicadísimas) que vienen, lo que sí sé es que quiero volver a presentar mis respetos y dejarme cuidar por todos aquellos y aquellas que creen de verdad en esto: Gabi, Jose, Miguel, Nuria, Ricard, Quique, Germán, Carito, Abraham, Bernd, Patxi, Mar, Román, Tino, Vicente. Narices, ya me entendéis".

- Paula Pons: "Lo mejor de volver a un restaurante ha sido poder estar cerca de mis amigos. La comida era accesoria. De hecho, la primera cena no se pareció en nada a lo que en mis sueños gastronómicos confinados había imaginado. Dio igual. Estar allí, con ellos, fue un soplo de aire fresco. Sobre cada mesa se respiraba alegría y el vino corrió veloz a pesar de ser un miércoles. Desde entonces he comido o cenado fuera seis veces más, uno cada 3'7 días. Un par de bares que no conocía en Ruzafa y El Cabanyal, un restaurante griego, una paella en el Perellonet, una hamburguesa en familia y una visita en pareja al restaurante de esta semana, Eladio,  uno de esos clásicos que es necesario redescubrir. En todos ellos he vuelto a ser feliz y a constatar los momentos de felicidad que nos regalan los restaurantes".

- Vicent Molins: "Fue justo el segundo día que abrieron los restaurantes en la provincia de Alicante. En Al Forn. Con un salvoconducto laboral asomando por la comisura de los labios. En la plaza de Mariana Pineda de Dénia. Comimos un arròs al forn entre compañeros de trabajo que son algo más que eso. Estábamos prácticamente solos en la plaza. Frente a los presagios o el riesgo de no saber ya cómo hacerlo, fue como siempre: el poder de un hábito eterno difícilmente claudica ante un rato corto de desaliento. Tal vez una leve sensación de sospecha, el temor de celebrar y el recelo de comer en el centro de una plaza vacía pensando dónde quedaba el resto del mundo. El protocolo ortopédico de la higiene y la distancia, un contratiempo estético que conforme se camufle formará parte de los buenos hábitos. Nos despedimos con el placer de un golpe de brisa en la cara. Sintiéndonos fugitivos eufóricos".

Lidia Caro: "Sin desmerecer a las terrazas (las mías fueron El Observatorio, La Marítima, Kukla y El Aprendiz), mi reencuentro real y emotivo —de esos de atravesar la estación de tren con un ramo y BSO de película de los 90— fue por azar con La Conservera y Rausell, por reserva en el primerísimo turno. Ay, los turnos en la nueva normalidad, para algunas casas y sobremesas, un incordio. Al interior de La Cooperativa del Mar (antes Conservera) nos empujó ese aire que sopla por la tarde en València y aún es fresco. Sentí lo que sentí en Rausell: que allí dentro, en esa calidez que solo se da en los restaurantes, tabernas y bares, se olían las ganas de hacer bien las cosas pese a la mascarilla. Lxs hostelerxs son animales tenaces. Las sardinas picantes de la conservera no se habían movido de su lata. El vino verde permanecía del mismo color. Fui con quien me hizo enamorarme de Lisboa, habría sido una infidelidad ir con otra persona. En Rausell, los cocochas ratificaron que fue buena idea no intentar hacerlas en casa. Ni de asomo habría logrado el nivelón de este templo. Mi madre corrobora ambas cosas: que no me la juegue con el pilpil y que todo estaba en su sitio". 

Eugenio Viñas: "Confinamiento activo, desescalada pasiva. Mi apatía social es creciente y no sé si achacarla al calor –que me da la suma de irresponsables y la desobediencia civil a base del no uso de mascarillas, etcétera–. Pero bueno, a almorzar sí que salgo casi a diario, porque en la honestidad del bocata y su conversación obrera encuentro mi paz interior. Desde los cacaos del terreno y hasta el cremaet, la gasolina para el teletrabajo la cargo en esa media hora. Luego ya tiro –en silencio– todo el día. Afortunadamente, hablo de algunos de ellos aquí, pero hoy destaco los callos del Mesón Los Lagos, el bocadillo de calamares de Los Abetos o el de sèpia en pernil del Bar Toni las Vegas (una extraña aleación de alta palatabilidad). El resto de contadas salidas se divide en dos: los encuentros íntimos con una gran inversión en carnes, vinos y leña, y los atracones de niguiris al peso, sashimis gorditos y makis apócrifos. Bufé de carta, no me escondo. Me han saciado el antojo, pero no me han vuelto loco. Deben estar cogiendo el ritmo tras el guantazo de la persiana bajada".

- Almudena Ortuño (es decir, yo misma): "Me hice una lista. Elegí los restaurantes a los que me apetecía volver. Escribí Rausell y Nozomi; también Napicol y Ricardo. Lo de las barras me pierde, pero me parte el alma que ahora tengan mampara, así que me dejé unas cuantas a recaudo del lápiz. El caso es que la lista cayó en saco roto porque, como siempre, la vida se fue imponiendo. Una primera comida en La Marítima, con las amigas de toda la vida, porque nos apetecía ver el mar; una cena a dos en Comer, Beber, Amar, porque su terraza nos ofrecía la intimidad necesaria. Total, que al final mi capricho personal fueron los ahumados y los salazones de El Mesó, bar de baretos, en pleno epicentro de Nazaret. Y unas cuantas (muchas) birras en el Marvi, para celebrar el reencuentro con los colegas. "Tino, ponme pulpo", le dije, y luego Luis sacó la oreja. A mí la vida me la dan estas cosas, no sé al resto. Seguiré apoyando a un sector que se está tomando todas las molestias del mundo, porque me conmueve. Un poquito de vino, un poquito de queso, y ya ni veo las mascarillas".

Comensales profesionales

Fernando Miñana, periodista y artífice de @comer_en_valencia: "Soy de los ansiosos, de los que el primer día que abrieron los restaurantes para comer o cenar en las terrazas ya tenía mesa reservada a las tres. Mi idea inicial era ir al Bouet, que no tiene terraza, pero así funciona mi cabeza... Al final acabé en Comer, Beber, Amar. Y cumplimos. Fuimos cuatro amigos y comimos, bebimos y amamos. Porque el dueño nos explicó que no tenía claro que le salieran las cuentas, pero tenía la necesidad de dar cariño y recibirlo. No fue la comida perfecta, pero fueron tan profesionales en cuestión de higiene y seguridad -da rabia ver que en muchos establecimientos los trabajadores van sin mascarilla, o con la mascarilla por la barbilla-, tan cariñosos y tan generosos, que solamente guardo agradecimiento. También me cuesta reservar. La gente a veces no es muy amable cuando llamas y eso me da rabia. Así que otros días sencillamente he salido a la calle. El primero acabé achicharrado en la terraza de la Taberna Vasca Ché, donde tiré de clásicos: las empanadillas, las bravas y el pimiento relleno. Otro día me entregué a la pasta del Alquimista, apuesta segura. Y el último día, con antojo de steak tartar, terminé en Q'Tomas? saciando mi deseo y metiéndome una fideuá fantástica. Eso sí, solo de la bebida (agua y un refresco) y pan, nos clavaron casi 15 euros".

- Marta Hortelano, periodista y exprimidora de la buena mesa“A efectos prácticos, en mi casa aún no nos hemos desescalado, gastronómicamente hablando. Cocinamos mucho desde siempre y hemos multiplicado nuestra actividad estos meses. Hemos salido tanto en otras épocas que ahora nos hemos vuelto muy selectivos con los sitios que elegimos para sentarnos a la mesa, pero sabía al primero al que quería ir cuando todo se calmara. El que más había echado de menos: el Bar Lolitos. Mi marido y yo fuimos el primer día para dejarles claro que los clientes de siempre íbamos a seguir ahí. Una declaración de amor a su oficio. En ese momento, con lo que se podía, sus bocadillos y sus bravas (las mejores del mundo) para llevar. Una semana después, ya estrenamos la terraza con una pareja de amigos. Es un negocio del barrio, de toda la vida, donde nos sentimos como en casa. De los que nos ponen sin pedir lo que saben que bebemos y nos marchan las bravas sin avisar. Esta semana tengo pensado volver a Ciro, porque Inés y Julio ya nos han avisado de que abren. Y en cuanto Begoña Rodrigo estrene sus tres locales nuevos, me plantaré en los tres. En estos primeros meses, en esta nueva normalidad, lo que me tira es la parte sentimental. Iré a las casas que me hacen sentir en casa. Porque de la mía ya me he cansado un poco".

- Modesto Granados, diseñador gráfico y amante del salmorejo: "Yo reservé mi primera vez tras este retiro (prefiero llamarlo así) para cuando pudiera disfrutar de verdad y no ir a la caza de una mesa en cualquier terraza. Desde hace años, colaboro en un programa de radio que hacemos los viernes, en directo, desde el Mercado de Tapinería. Esos viernes de radio, amigos y vermú son los mejores momentos de la semana y por fin, el primero de junio, pude volver a esa bendita rutina. Mis queridos hermanos Pérez nos atendieron en el Bar&Kitchen y nos prepararon para la ocasión un gazpacho marinero que casi me hace llorar. Igual los cinco vermús influyeron, a mí el alcohol me da un puntito cariñoso".

-  El Tipo que Nunca Cena en Casa“El día que reabrieron las terrazas yo estaba como un caballo de rodeo cuando lo sueltan. Lunes y martes estuve tirando de delivery (Llorona) en casa de amigos, pero el miércoles, mi amiga la Pérez, la Cher de Abastos, consiguió reservar mesa en Pura Vida, que le cae cerca de casa. El jueves estuve en Antica Osteria y el viernes, en El Garatge. De todos, al que echaba de menos como para encerrarme en el baño y llorar abrazado a la carta, era a El Garatge. Las mesas estaban más separadas, la carta era un QR, pero la comida seguía siendo igual. Eso sí, tengo que volver a coger forma, que esos vinos no van a beberse solos”.

Marcos Robles, temible autor de Viernes Gastronómicos: "Mi primer reencuentro con los restaurantes fue en casa, con pedido a domicilio. Tenía muchas ganas de volver a disfrutar de Doña Petrona y Sucar, y me faltó tiempo para pedir en ambos. Pero en cuanto a ir a uno, la elección fue el Marvi, debajo de casa. Cena con tres amigos, pulpo, croquetas, oreja y cervezas, que saciaron las ganas de bar que tenía. ¿Cosas que sorprenden? El tema de la mampara sobre la vitrina es chocante, aunque evidentemente necesario. También las distancias entre mesas y la prevención del servicio. Verlos trabajar con tanto cuidado".

Miguel Cinteros, fotógrafo y gastroadicto: "Tras casi tres meses sin ir de restaurantes, el fin de semana fue el gran retorno. Salir a comer o a cenar forma parte de mi vida, siempre lo he disfrutado, y lo echaba tanto de menos... Aunque la parte buena es que he ahorrado durante el confinamiento (ríe). La vuelta la hice con Elena, mi chica, y el templo escogido fue el Bouet, uno de nuestros favoritos desde que abrieron aquel pequeño local de Ruzafa. Como siempre, rico-rico, con la única diferencia de las pequeñas adaptaciones que nos toca asumir en estos momentos: distancia con el resto de comensales, ausencia de carta física, y la medición de la temperatura al entrar, que al principio te hace sentir como si invadieran un poco tu intimidad. Pero es necesario, porque ese cuidado es el que nos va a permitir vivir sin miedos y volver a disfrutar. La comilona fue del nivel ‘salir rodando y no cenar por la noche’, pero al día siguiente volvimos a la carga. El domingo, arroz en Yarza, que desde que abrió es nuestra casa de acogida, por ese punto extraordinario que Manu le da a cualquier plato. Comida en familia, esta vez con mi hermano, su pareja y la mía. Entrantes clásicos, buen vino, arroz al centro y postre compartido. Cómo lo estábamos echando de menos. Ahora solo queremos seguir practicando la ilusión, hasta que se nos olvide todo lo demás".

Madrid en Fase 2

Macarena Escrivà, hedonista y vajera: "Tras prácticamente tres meses sin salir a un restaurante, el volver a sentarme a la mesa fuera de casa ha sido una experiencia, primero rara, y después muy gratificante. La primera semana que se pudo salir en Madrid, estuvimos en la terraza de un club privado. Ese día no dejé de mirar a todas partes, observando el comportamiento de la gente. '¡Oh no! Se han saludado con dos besos'. Veía grupos de personas y las contaba. '¿Hay más de 10? ¿Están demasiado juntos?' La segunda vez fue este martes, otra vez con mi chico y mucho más relajados, nos fuimos a uno de nuestros sitios favoritos, Sacha. ¿Qué decir de Sacha que no se sepa ya? Es uno de los genios de la gastronomía en Madrid. En verano, traslada sus mesas a la terraza. Me animó ver cómo cumplía con la normativa a rajatabla. Todas las mesas en la terraza estaban, pero solo un 40% funcionaban, con mucho espacio entre comensales. Eso sí que fue volver. Ya no había estrés, ya no me volví a fijar en cómo se comportaban otros comensales... Me entregué al disfrute y qué cena, señores. Sacha sigue en plena forma y con esta segunda visita, abrimos la veda para seguir saliendo a comernos la ciudad y, cuando nos dejen, el resto del país". 


- Mapi Hermida, La Gastrónoma"Al primer sitio que fui fue a Mazarino (Madrid), porque tiene una terraza estupenda y la amabilidad del servicio es absoluta. Hicimos un encuentro de seis amigos para celebrar la fase 1. Me sorprendió ver cómo realmente las medidas de seguridad y salud se cuidaban al extremo. La limpieza es quirúrgica y las normas se siguen a rajatabla. No hay opción, si la reserva es para cuatro, de meter a uno más o de unir mesa: son especialmente estrictos, lo cual está muy bien. He reservado en Mo de Movimiento con mi grupo de amigas íntimas, el gran proyecto que llevábamos tiempo esperando, a partir de un modelo sostenible. Y también iré con mi pareja a Fayer, que es nuevo y que justo abrió días antes de la pandemia, basado en la cocina israelí-argentina".