Nadie estaba preparado para una catástrofe de esta magnitud. Nadie. La Dana arrasó con más de 200 vidas, decenas de miles de coches y plantas bajas de pueblos y más pueblos. Pero también sacudió conciencias y corazones. Miguel Ruiz es un chaval con cara de bueno que dice que él no ha tenido ánimo para coger el escobón y marcharse a quitar lodo por los pueblos. Miguel cuenta que no se ve capaz, que no sería de mucha ayuda, y justo al acabar de expresarlo, se disculpa. No se ha escrito mucho de estos, de los que no han cruzado la pasarela de la solidaridad y viven con mala conciencia. Como si fuera obligatorio. Puede ser necesario, pero nunca obligado.
Miguel, un adolescente de 19 años muy religioso, encontró su camino el día que vio una imagen de la Mare de Déu dels Desamparats. Entonces cogió el lápiz y, en apenas diez minutos, trazó unas líneas muy simples para crear la imagen de la Virgen encorvada hacia la riada mientras tiende la mano a los desamparados de la Dana. Miguel subió el dibujo a su cuenta de Instagram, con menos de 500 seguidores, y se la pasó a los amigos para que la vieran. Le valía con eso, con compartir con los suyos lo que él sentía por dentro. “Yo lo subí y pensaba que lo iban a ver mis amigos y ya está. Pero, al rato, me empezaron a llegar mensajes de gente que había visto mi dibujo en todas las historias de mis amigos. Yo estaba flipando. No pensaba que un dibujo mío pudiera llegar a tanta gente. Yo creo que era algo que muchos necesitaban. Como un alivio en mitad de tanto sufrimiento”.
La religión, la fe, como una vía para canalizar el sufrimiento. Así ha sido durante siglos. “El dibujo es mi manera de expresar lo que yo siento. A mí, que me siento muy valenciano, me dio mucha pena ver València así. Me puse triste y no sabía cómo ayudar. Me desperté un día y me puse a hacer un proyecto para mi universidad, que va a poner unos murales con dibujos míos en la cafetería, y tenía un dibujo de la Virgen delante. La veía así inclinada hacia adelante y se me ocurrió dibujarla, ponerle debajo toda la inundación y sacarla cogiendo de la mano a dos personas. Y al lado escribí: ‘Mareta, ampara els pobles de València’”.
El éxito, y el desahogo, le animó a hacer otro dibujo. Un día, su tía Patricia estaba volviendo de echar una mano en Benetússer y le escribió sobre el gentío que cruzaba la pasarela con sus escobas y sus palas para ayudar, y le dijo que tenía que hacer un dibujo. “Lo hice y puse detrás la información con lo que necesitaban en los pueblos y qué pueblos. Hice un canal de ayuda. Lo subí y pasó lo mismo. De repente, me empezaron a escribir mis amigos para decirme que mi post lo habían compartido Saiko, Quevedo, Aitana, María Pombo… La foto tiene 12 millones de reproducciones. La gente flipa con que sea yo el de los dibujos. A este le puse ‘Valencians, en peu alcem-se’ porque creo que el himno habla mucho de nosotros, de cómo está València ahora y cómo reaccionamos ante lo malo. Por eso puse la frase y el dibujo de la gente que va a ayudar con las escobas y tal”.
Miguel, Cebritart, un adolescente barbilampiño con un rostro en el que aún queda algo del niño que fue, había ido rebotando de teléfono en teléfono por toda España. A la gente le gustaban sus dibujos, de líneas simples, sin apenas color, más sentimiento que artificio. Así que siguió dibujando. Su siguiente obra fue una versión de un cuadro universal, ‘La Libertad guiando al pueblo’, de Eugène Delacroix. Miguel cambió a la mujer con un pecho al aire por una fallera; la bandera tricolor, por la ‘senyera’, y la bayoneta, por una escoba y una pala. Un mensaje de 1830 actualizado a 2024.
El último dibujo lo impulsó una amiga de su madre. “Es una mujer que ha estudiado Historia del Arte y que es súper fan mía. Ella me dijo que había pensado que el Palleter era de Paiporta y que tendría que hacer un dibujo. Es muy parecido al de la fallera, pero es un homenaje a Paiporta, que es la zona cero de la riada”. Al ver el éxito, le propuso a su madre imprimir unas láminas y venderlas en El telar de azúcar, la tienda de ropa que tiene su tía en el centro de València. Otro éxito. “En tres días recaudamos 1.200 euros. Todo, el 100%, es para la Dana”.
Miguel es el hijo de un abogado, Román Ruiz, y una psicóloga, Mari Carmen Navarro, que siempre han apoyado a sus dos hijos. El mayor es periodista y el pequeño sueña con ser artista fallero. Es su deseo desde que tiene siete años. Los padres, de profesiones más tradicionales, jamás cuestionaron su vocación. No les importó que en el colegio, al ver el brillante expediente de Miguel, con 9,9 de media y un 13,3 de nota en la EBAU, consideraran que era un desperdicio encauzarse hacia el ‘fallerío’. Así que, ahora, este joven valenciano es un feliz estudiante de Multimedia y Artes Digitales en la Universidad Católica de Valencia. “La gente no sabe muy bien lo que es, pero yo les explico que estudio diseño gráfico, diseño en 3D, vídeo, fotografía…”.
Desde pequeño le llamó la atención todo lo artístico y quizá le marcó que cuando volvía del colegio Jesús y María a la calle Linterna, pasaba por la falla del Pilar. El niño se quedaba embobado contemplando el monumento. “Y, encima, mi profesora de plástica en el colegio era Marisa Falcó, que es la mujer del ‘mestre major’ del gremio de artistas falleros y me llevó a ver su taller”.
Miguel, un chico al que le caen los rizos en cascada por la frente, estuvo un tiempo en la falla de San Ignacio de Loyola. Hasta que un día le dijo a sus padres que le borraran, que si estaba allí no le daba tiempo a ver todas las fallas. Ahora está en lista de espera en Pintor Segrelles, donde tiene varios amigos y donde espera que le dejen hacer su primer ‘ninot’. Le encanta todo lo que tiene que ver con este mundo y por eso no dudó cuando, hace unos días, la Fallera Mayor de València, Berta Peiró, a la que no la conocía de nada, le hizo un encargo para poder publicar un post con un canal de ayuda. “Me dijo que me pagaba, pero le dije que no, que era mi forma de ayudar y que era un orgullo poder echarle una mano a la Fallera Mayor de València”.
Su deseo de ser artista fallero sabe que no le llevará a la abundancia. No es una profesión muy bien pagada. “Los artistas falleros están pasando ahora mismo por el peor momento. Muchos talleres, además, se han inundado y, encima, la inflación ha disparado el precio del corcho y otros materiales. No les da para vivir; es muy complicado”. Para colmo, Miguel ya ha visto que algunas sagas, como los Puche o los Santaeulalia, controlan el negocio. Pero no le importa. Él cree que, con contactos, acabará metiendo la cabeza y viviendo de lo que le gusta.
Es el futuro de Cebritart, su nombre artístico, un guiño al niño que fue y que aún se percibe en su cara. “Mi padre, de pequeño, me hizo una cuenta de correo electrónico, le dije que mi animal favorito era la cebra, y me puso miguelitocebrita. El nombre de mi cuenta de Instagram también era Miguelito Cebrita pero hace poco me lo cambié a Miguel Ruiz y la cuenta de dibujos la dejé como @cebritart. Una gracia”.
Ahora está centrado en las láminas de la Dana y algunos días va también a su antiguo colegio, donde sigue como monitor de los niños scouts, y vende las láminas a los padres. El primer día se agotaron. Doscientas estampitas vendidas en unas horas. El viernes volvió con más. La generación de cristal, les llamaban. “Nunca entendí por qué se decía eso de nosotros. Ahora se ha demostrado que no somos así, que nos hemos volcado en ayudar. Yo estoy en el grupo de monitores de mi colegio y creo que estamos educando a los niños con buenos valores: no les convertimos en vagos, bordes o cristalitos. Creo que somos una generación muy fuerte, como se acaba de demostrar”.
A Miguel, desde luego, no hay quien lo pare. Da igual la profesión de sus padres, las notas imponentes que sacó en el colegio, el futuro brillante que podría esperarle en un despacho o en un laboratorio. A él lo que le apetece, lo que le llama, es hacer una falla. Una falla despampanante. Con sus líneas, su estilo, su alma. Pero no hay prisa. Ahora es el momento de pintar dibujos bonitos que reconforten a la gente triste. Ya sea a través de la fe, el sentimiento valenciano o por puro arte. ¿Qué mas da?