VALÈNCIA. En 1832, el pintor japonés Hiroshige Utagawa (seudónimo de Tokutarô Andô) recorrió la ruta del Tôkai-dô que conectaba la ciudad de Edo (la actual Tokio) con la capital imperial Kioto. Una especie de 'Camino de Santiago' donde quien la trazaba podía encontrar por el camino puestos de comida o estaciones donde quedarse a dormir. El artista quedó muy impresionado con los paisajes que encontró y decidió plasmarlos en unos bocetos que, en su vuelta a Edo, se conviertieron en una colección de 53 xilografías- una por cada parada- conocida como Las cincuenta y tres estaciones del Tôkai-dô. El Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (MuVIM) las exhibe, por primera vez en València, en una muestra que lleva por nombre Hiroshige i la seua època. Visions de la naturaleza en l'art sinojaponés del segle XIX y con la que quieren reflejar "la gran obra del arte oriental" a través de un trabajo culminante del ukiyo-e (imagenes del mundo flotante) y, concretamente, del género llamado fukei-ga (grabados paisajístocos).
Desde una cultura fuertemente influida por el budismo, la realidad queda cristalizada en un mundo de apariencias, ilusorio y fugaz, del que había que desembarazarse para acceder a un mundo más trascendente. Es por eso que en un principio la expresión ‘mundo flotante’ tenía un sentido "fuertemente peyorativo". Concepción que cambia con el ascenso económico y social de la clase comerciante, "la más baja en el sistema de clases japonés, pero al mismo tiempo la que posee dinero suficiente para adquirir obras de arte". A partir del siglo XIX, el 'mundo flotante' se desprende de las connotaciones negativas y hace referencia a todos los aspectos agradables de la vida: vistas famosas (meisho) de rutas como el Tôkai-dô, pero también retratos de actores del kabuki, uno de los géneros del teatro tradicional japonés.
Con todo ello, el comisario de la muestra, Raúl Fortes, subraya el carácter "tan moderno" que albergan las xilografías de Hiroshige, las cuales podrían "parecer hechas por algún cartelista de hace diez años". El motivo se debe a un arte "marcadamente popular" que trataba de "satisfacer los gustos, no de la clase aristocrática ni de la realeza, sino de los comerciantes acaudalados". Es por eso que retrata imágenes paisajísticas de la ruta Tôkai-dô, que era accesible para todo el mundo.
"El 'japonismo' marcó el arte preimpresionista, impresionista y postimpresionista. Además de que Hiroshige Utagawa fue el directo inspirador de algunas obras de Van Gogh. De este modo, el arte de occidente no se podría explicar sin el japonés" ha manifiestado el director del MuVIM, Rafael Company. Es por esto que el museo valenciano ha querido, además, completar las creaciones de Hiroshige Utagawa con otros trabajos. En un recorrido visual que empieza y termina con dos ilustraciones más del punto de partida y de llegada de su viaje, la sala expone una estampa de La gran ola de Kanagawa, de su coetáneo Katsushika Hokusai, y un conjunto de obras chinescas- el retrato de un mandarí y de su esposa, un libro con ilustraciones de flores y frutas y otro con ilustraciones de pájaros- creadas también en el siglo XIX y bajo el reinado de los emperadores machúes de la dinastía Qin. Con este último fondo el museo quiere remarcar los puntos de unión entre ambas civilizaciones, como la devoción por los antepasados, pero también advertir de las "diferencias entre ambas expresiones artísticas".
La gran ola de Kanagawa, vendría siendo La Gioconda de Leonardo da Vinci, Las Meninas de Velázquez o El grito de Edvard Munch, en lo que a iconos del arte occidental se refiere. Así ha querido explicarlo el también comisario de la muestra Roberto Kunihik Okinaka. Quien ha comentado que la obra goza de tanta relevancia mundial que incluso se ha transformado en un icono de Whatsapp. De hecho, la pieza ha sido incluso convertida en merchandising por el prestigioso British Museum de Londres.
Al final, creaciones como las de Hiroshige Utagawa o las de Hokusai Katsushika terminan ratificando el poder de las obras con "carácter pop". "Unas piezas que fueron creadas para ser vendidas para comerciantes, con grabados mecánicos y sin materiales onerosos o más caros como la pintura, pero que han pasado a convertirse en representaciones simbólicas de un país y en obras maestras para todo el mundo", manifiesta Raúl Fortes.
Con esta exposición, el MuVIM cierra un ciclo con el que han querido contribuir "a erradicar la xenofobia" y a crear un público que aspire a nuevas miras. La sensación por la culturas exóticas no viene de ahora, "durante el siglo XVIII se convirtió en una auténtica moda, como lo demuestra la ópera de Mozart El rapto del serrallo, que está ambientada en Turquía". Sumándose a ellos, el museo valenciano ha querido acercarse a las formas de producción del arte chino-japonés del siglo XIX con dicha muestra que estará en la la Sala Alta del MuVIM hasta el 1 de julio del 2018.