El Ayuntamiento de València hace efectiva la expropiación de la casona del siglo XVII y paga 950.000 euros por ella. Se cierra así un periodo de décadas de abandono tras los intentos infructuosos de sus propietarios por venderla. En la actualidad un número indeterminado de okupas viven dentro de ella
VALÈNCIA. “En su día fue una guardería”. César Guardeño, activista cultural, presidente del Círculo por la Defensa y Difusión del Patrimonio Cultural, se encuentra de pie frente a la Alquería Falcó. Señala al dintel de la entrada donde se puede leer 1698. Es la fecha de construcción de esta casa en la que, como cantaba Tom Waits, ya nadie vive. O casi.
Descrita por el autor Miguel del Rey como “el ejemplo por excelencia del barroco en la arquitectura rural”, la Alquería Falcó se halla ahora en un estado de aparente ruina. La misma construcción se halla malbaratada por añadidos posteriores, como una torre que Guardeño sospecha fue construida en los años cincuenta. Un enorme cartel publicitario en el exterior da fe de los intentos infructuosos por parte de sus propietarios de venderla.
En un trabajo de fin de grado de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura realizado por Fernando Romero y dirigido por Valentina Cristini, se reseña como la Alquería Falcó cumple a rajatabla con los cánones del inmueble abandonado. “Carteles de venta, vallas publicitarias o estructuras de otros elementos son característicos de muchos edificios históricos que actualmente se encuentran en situación de ruina y abandono”.
Es tan común que lo contrario es excepcional. Según señala en el Catálogo de Bienes y Espacios Rurales Protegidos del Plan de Acción Territorial de Protección de la Huerta, el 72% de los elementos patrimoniales de gran valor inventariados en la Huerta de València se encuentran abandonados o en un grave estado de degradación. La Alquería Falcó es pues un epítome, un resumen del estado de muchas edificaciones centenarias, arquetípicas de la zona y abandonadas a los elementos.
Guardeño camina alrededor de la alquería con su cámara colgando del cuello. Está avanzada la mañana. A esa hora coincide con jubilados y estudiantes que han salido a pasear a sus perros por el solar que rodea la casa. “La primera vez que pudimos entrar en la alquería fue en marzo de 2006, hace 11 años. Éramos tres amigos historiadores del arte, y comprobamos in situ el lamentable estado de abandono”, recuerda. La familia de gitanos que se habían instalado entonces en la casa, compuesta por cinco personas, les dejaron pasar, fotografiar la casa y hasta subir a la torre renacentista.
Ahora, más de una década después, descubre que la situación, aparentemente, sigue igual o incluso se podría decir peor. Pero algo ha cambiado considerablemente el contexto. En la junta de gobierno del Ayuntamiento de València del pasado 3 de marzo se concretó la expropiación de la alquería. Fue un acuerdo que daba cumplimiento a un proceso de expropiación que se había iniciado el pasado 14 de octubre y con el que se atendía a las peticiones de las asociaciones de vecinos y de defensa del Patrimonio.
Ha sido una disputa por la tasación de la casa lo que ha ralentizado todo el proceso estos cinco meses que han pasado desde el inicio de la expropiación hasta su ejecución. Los técnicos del Ayuntamiento valoraron la parcela de 674,95 m² en 652.675,80 euros, incluido el 5% de afección. Los propietarios de la casa recurrieron al Jurado Provincial de Expropiación para la fijación del justiprecio y éste finalmente se ha establecido en 950.000 euros que tendrá que abonar el consistorio. La Alquería Falcó es una casa de un millón de euros. Ahora, una vez el Ayuntamiento le pague a sus legítimos dueños, podrá ocuparse de ella.
Técnicamente hablando, la ficha municipal la describe como una “casa compacta a tres aguas con torre”. Ubicada en el barrio de Torrefiel, próxima al Camino de Moncada, visible desde la Ronda Norte, su imponente silueta es una de las imágenes más reconocibles para quienes se dirigen a los Poblados Norte de València. Está llena de detalles y así las ventanas de sus laterales, humildes, pequeñas, contrastan con la solemnidad de su fachada principal.
Pero poco queda del pasado esplendoroso. Se han caído algunos trozos de la fachada enfermos por el paso del tiempo. La rejería, otrora señorial, está completamente oxidada. Todo el exterior está sazonado con toda clase de grafitis urbanos vulgares.
Aún así, en el estudio antes citado de Romero, el diagnóstico final sobre el estado de la edificación no es pesimista, aunque advierte de los riesgos de la inacción. “Realmente donde reside la problemática de la degradación de estas fachadas se halla en los revestimientos, donde se han encontrado hasta siete patologías que si no son tratadas pueden generar nuevas patologías en los muros y por tanto sí generar problemas estructurales o de estabilidad del edificio en su conjunto”, reseña el trabajo.
Son muchas las preguntas sin respuesta que rodean al edificio. Tal y como explica Guardeño, se desconoce el origen exacto del inmueble, si se trata de un edificio reconstruido, remodelado o levantado de nuevo sobre la estructura de una antigua alquería del siglo XV, perteneciente a la familia Falcó. “Sí que tenemos la referencia del plano de Antonio Cassaus, fechado en 4 de junio de 1693, donde aparece citada como Alquería de Baut. [Bautista] Falcó”, apunta. Eso son cinco años antes de lo que marca el dintel. Fernando Romero explica esa aparente contradicción. "Realmente no es del XVII. Es mucho más antigua, posiblemente del siglo XV o XVI, pero en el siglo XVII se hizo la gran reforma que unificó las dos fachadas de las dos viviendas que hay en la alqueria para que pareciese solo una casa y por eso pusieron esa fecha en la puerta principal", explica.
Dos okupas entran en la casa. “Son rumanos”, explica una estudiante de la zona, que ha salido a pasear con su galgo. Guardeño se aproxima a la entrada. Habla por un pequeño agujero. Pide que le dejen pasar. Ninguna respuesta. El fotógrafo Kike Taberner se acerca a una tapia en la parte posterior, la que da a la Ronda Norte. Se asoma. Ve a uno de los okupas orinar contra un muro. Como toda respuesta recibe imprecaciones. El individuo se adentra en la casa. Fuera de la alquería un tercer hombre, en bicicleta, da vueltas. Huye antes de que se le pueda preguntar. “No sé nada”, dice; “no sé nada”, añade socrático mientras se aleja.
Guardeño realiza una fotografía más a la casa. Comenta cómo era la azulejería que vio la vez que estuvo dentro y hace una invocación porque el Ayuntamiento de València proceda a intervenir con carácter de urgencia en la alquería para proceder al desalojo. Las ocupaciones, recuerda, “ponen en riesgo la integridad del edificio”. Y como ejemplo de ello cita “los numerosos incendios que ha sufrido en los últimos años de desidia y abandono”.
Falta decidir qué hacer con la Alquería Falcó. Para ello, Guardeño pide también porque “se destinen cuanto antes las partidas presupuestarias precisas y necesarias para rehabilitar el bien y ponerlo a disposición de los vecinos de Torrefiel, teniendo en cuenta las necesidades actuales del barrio”. Pero eso será después. Por el momento, el primer paso ya está dado. La Alquería Falcó es ahora de todos los valencianos. Torrefiel ha recuperado uno de sus edificios más emblemáticos.