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Lo de España 2000 y la perversión de los símbolos

1/12/2018 - 

España 2000 quiere marcar la agenda política y cultural de la ciudad de València. No le va mal del todo para tener el 0,30% del electorado (0,16% de la población). La Delegación del Gobierno, con Juan Carlos Fulgencio al frente, no pretende ni rozar el aprobado en lo que se refiere a sagacidad y astucia al respecto. Tras la cancelación del espectáculo 'Mongolia sobre hielo' en el Espai Rambleta, tras una manta de periodistas arreciando a esos teléfonos de sus responsables de comunicación (no pocos), al final, resultó que sí, que se garantizaba la celebración. Comunicado y a seguir. Otro tanto después, llamadas y esfuerzos mediante, como si la protección de los derechos fundamentales fuera un extra a sus funciones, el entuerto se resolvió y parece que la normalidad será lo dispuesto este fin de semana con respecto a la celebración del espectáculo. Cuando una periodista de este mismo diario le preguntó hace unos días ante la posibilidad de boicot despachó el asunto con la misma autoridad: sin problema, si hay conflicto se atenderá, circulen.

La sensación, que es lo que cala, es que sin el arreón mediático que ayer trascendió València, Mongolia no hubiera actuado en la Rambleta este fin de semana. La sensación, que es lo que se evidencia, es que la libertad con la cual se manejan según qué sujetos e ideas aquí tiene unos márgenes de lo más anchos (o, al menos, mucho más anchos que en otros territorios). Como anunció ayer el periodista Vicente Ordaz durante la emisión del programa À Punt Directe, el número de investigados y detenidos por la denuncia de amenazas y coacción al espectáculo de Dani Mateo en el Teatro Olympia es de cero. La imagen, el mensaje, es de una displicencia supina. La defensa de la libertad a secas, que algunos medios parecen interesados en reducir a la libertad de expresión, tampoco se cruzó por la cuenta en Twitter de la Delegación del Gobierno que se sirve repleta de emoticonos, pero que de lo de Mongolia no tuvo mucho que decir durante el día. Prioridad la justa y confusión toda, que debe ser que al Gobierno la cosa tampoco es que le lleve de cabeza. 

València, como ciudad, llegó tardísimo a solucionar el asunto. Nadie puede suponer que el hecho de que finalmente la normalidad suceda es una victoria. Ofrecer las salas públicas para permutar que un partido con menos votos que socios tiene una comisión fallera envía un mensaje de debilidad al exterior difícilmente asumible. Es un mensaje torpe y no sirve. La inteligencia desde las instituciones debe ser otra. No vale responder que se garantizará la seguridad. La seguridad se garantiza de facto o pasa a estar en cuestión el tablero de juego sobre el que se vive. Por eso, ¿alguien va a explicar desde el Ayuntamiento por qué se le dijo a Rambleta que no se garantizaba la seguridad dentro de la sala (eso decía su comunicado matinal)? ¿Es que ahora esa competencia es suya? ¿Alguien se precipitó en el comunicado tempranero?

España 2000 logró poco más de 1.300 votos. Una minoría absoluta a la que representan y, sin embargo, con una capacidad incomprensible para dominar el terreno de juego. Si ellos celebran la coerción de la libertad –no la de expresión; la libertad a secas–, si son capaces, el sistema falla. Todos fallamos. Somos abiertamente antidemocráticos al permitir que 1.300 gobiernen el día a día de 790.000. Por eso hay que hacerse preguntas e interpretar qué sucede. No basta con reaccionar a posteriori. No basta con capitalizar electoralmente la causa. No es tiempo de resúmenes ingenuos o de relativizar ahora que el espectáculo se celebra.

La imagen del lugar en el que vivimos es la de un cómico yendo a declarar por un mal chiste. Eso sucedía el lunes en Madrid. Y no puedes poner en tela de juicio la integridad moral del Rey, sacarte un pecho en Instagram o hacer chistes de mal gusto (por ejemplo, sobre Carrero Blanco). El mensaje de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y de la Fiscalía es que todo eso mal, que las bromas con la bandera mal, pero que amenazar personalmente y coaccionar una actividad legal, que coaccionar a las personas y a las empresas, eso... eso se diluye en el tiempo. Eso queda al pairo del casito mediático. Que si es mucho, bueno, algo se mueve (sin detener a nadie). Al final, consecuencias etéreas. En el interín, en este tipo de partidos, unos tienen todas las de ganar y es hora de levantar la ceja y sospechar de los símbolos.

Hay de todo y en ese todo hay perversión de los símbolos. España 2000 contiene sin decir nada una cantidad de simbología que es, del apropiacionismo cultural, el más grave. Quien vota a España 2000 (1.300 personas en València) vota a "España". En su logo aparece la bandera, así que también parece apoyarla. Además, su lema es "Los españoles primero". Tampoco nada muy afilado y ni mucho menos original, pero si Trump ya lo había copiado de sus predecesores republicanos y le valió... why not? Hay una apropiación de los símbolos a su favor que, me van a permitir, resultan coincidir con algunos símbolos de dudosa inquietud ante estos movimientos. España, bandera y españoles.

¿Para qué se usa la bandera y el nombre de España en este país? No recuerdo ver la bandera de España en mis muy estimadas camisetas de fútbol durante los años 80 y 90. Jugaba a los cromos y no recuerdo ni un mal cuello de Kappa ni una remallado de Puma con la bandera de España (quizá lo había... quizá lo he borrado de manera selectiva). Ahora sí. Ahora los equipos de fútbol se dividen en tres categorías e inician la fiesta de la simbología: los hay como los andaluces y madrileños que llevan la bandera de España (por tanto, y va en serio: ¿son más españoles?), los hay con la ikurriña vasca (por tanto, ¿son más diferentes?), los hay catalanes que ya se imaginarán y los hay como el Valencia CF, que parece ser que, como en tantas otras parcelas de la sociedad valenciana, por miedo, complejo o empanadilla fingida aceptan que es mejor no pronunciarse.

La bandera también está en los uniformes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en los del Ejército. Es de entender –y es como para exigirles una reflexión– que la Guardia Civil reaccionara a la sonada de mocos de Mateo con un tuit de enaltecimiento al símbolo. Cualquiera que haya pisado uno de sus cuarteles, se haya subido en sus coches o haya entablado conversación rodeado de sus miembros entenderá que Mateo no se sonaba con un símbolo común –que también– sino con el símbolo que forra el espectro visual de un Guardia Civil durante todo el día. Y ahí está la bandera, haciendo las veces de gota malaya: al que la lleva le pertenece más. Es una cuestión de insistencia. O eso parece.

Es habitual entre los medios valencianos hablar de esvásticas en algunos hechos violentos con la presencia accidental o testimonial de representantes de España 2000. No creo que sea lo más grave que sucede en ese imaginario, que como en todas las demás facetas de la vida, tiene una fuerte carga visual en sus impactos. En cambio, a su nivel, sus acciones se hacen entre enormes y cuantiosas banderas de España. A nadie nunca, ni de un pensamiento ni por otro motivo, se le ocurre recriminarles la participación o comparsa en hechos que atentan contra la libertad por portar ese símbolo. Lo portan, actúan, llevan el nombre de España y la comunidad no le quiere dar importancia. Sin embargo, hay una correlación de simpatía entre las imágenes. Hay una perversión de los símbolos manifiesta y hay dudas sobre cómo se combate. 

Cada día se publican más evidencias sobre las dudas que generan los círculos ideológicos internos a ese estrato institucional que nadie quiere poner en duda: el de la seguridad. No fue Alan Moore quien inventó aquello de "¿Quién vigila a los vigilantes?" de su totémico Watchmen. Fue en época romana cuando el poeta Juvenal dio la voz de alarma sobre el extraño filo de confiar el pulso del orden a unos cuántos y eximirlos de juicio. La policía o el ejércitos son buenos y no se someten a juicio. Pero el uso casi fisiológico de la simbología, como casi cualquier otro asunto en manos de estas personas, no está penado. Eso sí: se persigue con amplias dudas a según qué personajes, como la ya citada de que el Teatro Olympia cancelara un espectáculo, denunciara y nadie esté bajo investigación en este momento.

La mejor de las soluciones para la evidente y rentable perversión de los símbolos es la apropiación anárquica de los mismos. Todos a todo, para que nadie sea exactamente nada. Es un camino de largo recorrido, pero el problema es presente y da que pensar. La idea de que el grito de “¡A por ellos, oé!” en vísperas del 1-O no fuera considerada delito de odio, la idea de que el ejercicio de la seguridad distinga un "ellos" (los catalanes, Dani Mateo, los de Mongolia) de entre todos, no puede ser más grave. Que nadie tenga en cuenta qué suponía ese mensaje en la caldera de Cataluña en aquellos días y la desestabilización que supone que una parte del territorio se sienta no protegida, sino amenazada, esa idea sobre territorio, control, vigilancia, orden y partes, no está tan lejos de València. Si no, de otra forma se podría comprender que el 0,3% del electorado reciba un trato tan relajado por parte de quien vigilia mientras agita los mismos símbolos. Como poco, parece de lo más sano dudar. Que la sospecha nos evite tan malos tragos como el de este viernes.

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