VALÈNCIA. Cuando nuestro intrépido ministro de Consumo lanzó su alegato a favor de la reducción de la ingesta de carne para proteger nuestra salud y la del planeta me pareció una buena idea reflexionar sobre el fondo del asunto. Sin embargo, la polémica que ha seguido a su video y la manipulación hasta la náusea que algunos han llevado a cabo para atacar al ministro casi me llevan a abandonar la idea. Y es que me temo que con esto va a volver a ocurrir lo que muchas veces ha sucedido con cualquier debate por profundo que sea: que se simplifica hasta el extremo para convertirlo en mercancía barata para atizar al adversario político. Se ha dicho y escrito tanto que tal vez ya sea tarde para anteponer los argumentos a los dogmas y hacer lo posible por resolver el problema, que no es otro que replantearnos un estilo de vida que por primer vez en la historia puede llevarnos a vivir menos que la generación anterior.
Simplificar hasta el extremo en un sentido u otro un asunto serio como éste tiene el peligro de instalar en la conciencia colectiva ideas que luego son muy difíciles de cambiar. Ideas que se convertirán en decisiones de consumo y, a la larga, en hábitos. Porque tan absurdo es reducir el mensaje hasta afirmar que el consumo de carne es perjudicial para la salud como los pseudodocumentales de Netflix que pretenden hacernos creer que grandes atletas de la historia han alcanzado sus éxitos deportivos por seguir una dieta vegana.
Para empezar, me pregunto cuántos de los que están echando por tierra el mensaje de Alberto Garzón se han tomado la molestia de prestar atención a los seis minutos que dura el vídeo. No digamos ya para comprobar la veracidad de los numerosos datos que aporta para argumentar que sería conveniente reducir el consumo “excesivo” de carne y sustituirlo por alimentos de origen vegetal para reducir la huella de carbono.
La OMS ya nos advirtió en 2015 de que está probado que cada porción de 50 gramos de carne procesada consumida diariamente aumenta el riesgo de padecer cáncer colorrectal en un 18%. Ojo, hablamos de carne procesada como salchichas, bacon, embutidos, jamón o carne en conserva, pero no de carne roja fresca. En este último caso, el de los cortes sin procesar de ternera, cerdo, cordero, caballo o cabra, la organización concluye que su consumo elevado es “probablemente carcinógeno para los humanos”, pero asociar ese consumo al desarrollo de la enfermedad no implica que sea la causa directa.
En cuanto a las emisiones de gases de efecto invernadero, existe numerosa evidencia científica que indica que la reducción mundial del consumo de carne debería ser una de las vías de actuación para combatir la crisis climática. Entre los estudios más recientes están el del grupo de expertos de la ONU para el cambio climático de 2020 que, sobre la evidencia de estudios anteriores como este de la FAO, concluye que las decisiones alimentarias pueden tener un fuerte impacto en el planeta (estudio) y pone de relieve el impacto global de la ganadería intensiva en la emisión de gases como el metano.
La reflexión a la que nos invita Garzón sobre el insostenible modelo de producción intensiva de carne no es en absoluto descabellada y desde luego no justifica la polémica orquestada alrededor, incluso desde la industria cárnica. Porque, tal y como explica el ministro en el vídeo, no todos los tipos de ganadería son iguales. De hecho, defiende la ganadería extensiva como modelo sostenible que respeta el medioambiente y combate la despoblación. Pero este detalle, como muchos otros, ha sido interesadamente obviado.
Lo más lamentable de esta polémica artificialmente creada ha sido tener que aguantar a los políticos que de manera irresponsable han manipulado la intención de Garzón para arrogarse el papel de adalides de una libertad entendida como salir de cañas o comer chuletón sin remordimientos. Al pobre Garzón lo ha dejado tirado hasta su jefe con su "chuletón al punto", una forma bastante chusca de desprestigiar a un miembro de tu propio Gobierno. Pedro Sánchez podría haber rescatado a su ministro con una respuesta constructiva para reconducir el debate al terreno de los argumentos, pero prefirió tirar de frivolidad.
Tal vez el problema sea que Alberto Garzón nos ha puesto frente al espejo para mostrarnos esos defectos que siempre nos incomoda reconocer. Por un lado, a quienes como consumidores obvian las recomendaciones de todos los organismos oficiales y reaccionan airadamente convirtiendo un consejo sensato en un supuesto ataque a su libertad porque no están dispuestos a variar sus hábitos de consumo.
Por otro, a los responsables políticos que, tenido la capacidad de decidir, prefieren obviar las recomendaciones de los organismos oficiales y optar por el camino fácil en lugar de por el incómodo. Sin ir más lejos, la mayoría de gobiernos europeos nos lo acaba de demostrar con el inconcebible cuestionamiento de su propia agencia del medicamento a cuenta de las vacunas contra la covid-19.
Pero como decía al principio, lo peor que nos puede pasar es que la polémica nos impida ver el problema, reconocerlo y actuar. Porque de eso se trata, de empoderarnos como consumidores para cambiar la realidad con nuestras decisiones. Si ellos no lo hacen, hagámoslo nosotros.