CASTELLÓ. Cuando se cumplen 80 años del desembarco de Normandía, la escritora de Segorbe Rosario Raro ha decidido poner la lupa sobre una mujer que, pese a haber sido una de las corresponsables de guerra más importantes del siglo XX, fue invisibilizada, además, de manera muy intencionada por los medios de la época. Prohibida en Normandía cuenta todas las trabas que Martha Gellhorn tuvo que superar para cubrir aquel episodio histórico. Y es que, por prohibición del ejercito, a las mujeres no se les permitía acreditarse para cubrir el desembarco. La estadounidense lo hizo igualmente, y en su regreso, se le impuso la censura. A Martha Gellhorn no le publicaron las crónicas que tanto le costó escribir, si bien fue una de las pocas periodistas que verdaderamente vivió aquel episodio.
La novela, que recupera las memorias de la estadounidense y las entremezcla con ficción, busca ahora reivindicar su importante labor, así como el de otras tantas mujeres que pese a jugarse la vida también, nunca fueron reconocidas. Raro que presentó la semana pasada su obra en Normandía y este jueves en Castellón, reconoce que escribir esta novela ha sido "a veces como masticar cemento" por lo complejo de encontrar información y poder documentarse.
-Desde la primera hoja se habla de lo complicado que fue para las mujeres dedicarse al periodismo de guerra: además de la censura militar, con la que los hombres también contaban, se añadía el continuo cuestionamiento a su inteligencia y valor. ¿Qué importancia tiene, en este sentido, todo lo que logró Martha Gellhorn?
-Tuvo muchísima importancia. Tenemos que pensar que fue hace 80 años y además trabajó contra viento y marea. Martha tuvo que luchar en tres frentes simultáneos. Uno, el del periodismo, porque muchas veces eran sus propios compañeros de redacción los que ponían en duda su credibilidad y su profesionalidad. La llamaban el peligro rubio o jirafa, porque era muy alta. Como siempre de una mujer se quedaban con el aspecto físico, en vez de ir más allá. El siguiente frente fue el propiamente bélico, porque el alto mando aliado prohibió que las periodistas se acreditaran para cubrir el desembarco de Normandía. Y el tercer frente fue su matrimonio. Estar casada con Hemingway supuso que esto la eclipsara. Se conocieron en un bar, el espacio habitual de Hemingway, en Cayo Hueso, y entonces, él le propuso que lo acompañara a España y estuvieron aquí cubriendo la Guerra Civil. Pero, después, no llevó demasiado bien que a ella la enviaran a China a cubrir la Segunda Guerra China y él tuviera que ir en calidad de acompañante. Además, Martha lo dejó. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, acabó su matrimonio y él no le perdonó que fuera la única mujer que lo abandonara. La sombra de Hemingway fue bastante alargada en su vida.
Pero bueno, Martha no se detenía ante nada. He construido el personaje, sobre todo, a partir de sus escritos y me he encontrado con una persona muy empática. Era capaz de ponerse en el lugar de las víctimas. También era muy intrépida. Si tenía una meta iba a por ella En su diccionario particular no existía el verbo rendirse.
-"Está claro que tendremos que seguir batallando contra la misoginia. Que pretendan dejarnos fuera no podemos permitirlo", le dijo Gellhorn a sus compañeras periodistas. ¿Crees que, además de por su propia ambición, estaba empeñada en cubrir el Desembarco de Normandía para dignificarlas a todas?
-Sí, por supuesto. Hay un personaje fascinante en el libro que es Lee Miller. Esta mujer fue la modelo más prestigiosa de su época. Estaba en las vallas publicitarias, salía en todas las revistas, pero publicaron un anuncio en el que aparecía junto a una marca de tampones y entonces la borraron de todos lados. Es impresionante ver cómo puede escandalizar más la sangre menstrual que la que se vierte en una guerra. Pues, a raíz de eso, Lee Miller se convirtió en fotógrafa. Trabajó con Man Ray y fue la que cubrió el Blitz, que era como se llamaban los bombardeos relámpagos de Alemania sobre Gran Bretaña. Y fue también, dentro del reporterismo gráfico, una figura muy importante. En un capítulo del libro, Martha está junto a ella y otras compañeras y tienen una conversación en la que cuentan que a las mujeres, por ejemplo, en la redacción de un periódico las llaman siempre por el nombre y a ellos por el apellido. A mí eso me pasa en encuentros con escritores. Y aunque pueda parecer familiaridad, a veces tiene que ver con el paternalismo.
-Así, también se interesó por conocer la historia de otras mujeres invisibilizadas como las enfermeras del campo de batalla.
-Quería reivindicar el papel de las mujeres en la guerra, porque se les invisibilizaba a pesar de que se jugaban la vida como todos los demás. Entrevistó a las enfermeras, a una criptoanalista, a una cartógrafa, a las mujeres del servicio postal. Quería entrevistar a la chofer de Eisenhower, la señorita Summersby. Lo que yo he hecho con ella, de colocarla en el primer plano y darle el lugar central que merece, es lo mismo que hizo Martha con el resto de mujeres.
Martha Gellhorn preguntó por qué no salían en las fotos todas ellas si tenían unos papeles tan importantes. Siempre le contestaban lo mismo, que era por motivos de seguridad, pero claro, no sucedía así en el caso de sus compañeros. A ellos los condecoraban.
-Y a ti, ¿qué te motivó a contar su historia?
-Pues llegué a Martha porque estaba leyendo sobre el ejército fantasma, que tan importante fue en la Segunda Guerra Mundial. La estrategia fue montar un plató de Hollywood de los años 40, pero en Dover, al sur de Inglaterra, para engañar al ejército alemán y que creyeran que iban a cruzar el canal por el paso de Calais mientras entraron por las playas de Normandía. Martha Gelford también tuvo que ver con esa maniobra, porque junto con Hemingway, se inventaron personajes, pero no solo el nombre y el puesto, sino toda una vida entera. A raíz de ahí, fui tirando del hilo y no daba crédito a todo lo que había hecho esta mujer. Con 81 años cubrió la invasión de Estados Unidos de Panamá. Tenía una energía inagotable. En cambio, durante el proceso de escritura no encontré casi personas que tuvieran alguna referencia de ella, y si la tenían me decían "ah, la mujer de Hemingway", y ya está, la despachaban de un plumazo. Y eso sigue existiendo. A veces, oímos cómo se refieren a alguien como "la mujer de". Zenobia Camprubí fue la mujer de Juan Ramón Jiménez, María Teresa León la de Alberti, y dices sí, pero ellas también hicieron mucho más por sí mismas. Así que era una labor de rescate. Las huellas de Martha fueron borradas de la playa de Omaha, en Normandía y lo quería era que tuviera la relevancia que merece.
-¿Dirías que muchas de estas desigualdades siguen aún vivas?
-Pues aunque vemos que hay grandes corresponsales de guerra, mujeres muy admirables, conozco la problemática que hay en determinados países y todavía tienen que enfrentarse a muchos problemas, sobre todo la intolerancia. No les permiten desempeñar la que es su profesión, que no es ningún pasatiempo. Todos hemos visto imágenes bochornosas de una reportera retransmitiendo en directo y que de repente un espontáneo le plante un beso. Estaría bien que llegara el momento en el que el género sea un rasgo más y que no proyectemos prejuicios.
-En el Caso de Martha resulta como poco sorprendente que después de todo lo conseguido tuviera que autopublicar sus crónicas porque no le daban cobertura en ningún medio.
-Eso fue lo más terrible. Después de jugarse la vida en el desembarco de Normandía y de asegurarse que su crónica fuera la primera que llegara a Estados Unidos, porque quería ser los ojos de América para que sus compatriotas vieran lo que estaba sucediendo con esos chicos, resulta que no le publicaron. Mucho del material que escribió durante esa época se lo tuvo que autoeditar ella. El problema fue que además, no daba una visión gloriosa del desembarco. No fue un relato de ensalzamiento, contó también las sombras y eso no coincidía con la propaganda oficial estadounidense y no les interesaba.
-¿Y cómo fueron para la periodista los años posteriores al desembarco? ¿Nunca se replanteó dejarlo?
-Nunca. Martha decía que nada le hacía más feliz que recibir en su correo -entonces postal, claro- billetes de avión. Llegaba a su destino y pensaba, "otro cielo, otro paisaje, otras gentes" y se ponía a trabajar. Su forma de escribir pasaba por entrevistar a muchísimas personas para que le contaran lo que estaba sucediendo y de todas ellas salía una sola voz, que era la voz de aquellos que normalmente no suelen hablar. Martha decía que escribir a veces es como masticar cemento. A mí me ha pasado con esta novela. Ha habido momentos en los que tenía que documentarme tanto, buscar tanta información que te planteas si ese sobreesfuerzo va a tener su recompensa, pero sí, por suerte siempre la tiene.
-La censura que Martha vivió terminó afectando también a tu trabajo...
-Exactamente. Por eso la novela se titula Prohibida en Normandía, porque es que fue ninguneada, tachada y borrada. Con suerte hay una biografía sobre ella, que publicó la hija de una amiga suya. Y luego me he leído sus libros, El rostro de la guerra y Siete viajes al infierno. Pero como me han dicho varios periodistas, tendría que estudiarse en las facultades de periodismo. Martha consideraba la objetividad un mito, decía que quería contar su verdad, que por supuesto no era la verdad. Y también hablaba de los apocrifólogos, algunos compañeros de profesión suya que se inventaban las crónicas y los artículos, porque lo cierto es que muchos no fueron a la zona del desembarco e hicieron creer que sí. Cuando está documentado que solo pisaron la arena, en el sentido literal, otro reportero estadounidense poco conocido y el fotoperiodista Robert Capa.
-¿Estás de acuerdo con que la objetividad es un mito?
-Es que una cosa es contar tu verdad y otra mentir intencionalmente. En mi caso, cuando soy jurado de premios de novela siempre lo digo, que leo desde mis prejuicios. Hay temas que me interesan más y otros me interesan menos, no soy un robot. Entonces, como ser humano que soy, siento y las emociones alteran mi juicio.
-Con este libro buscas también, y como has hecho otras veces, visibilizar las consecuencias de la guerra. ¿Dirías que hay pocas diferencias entre los conflictos que has narrado?
-Sí, la guerra siempre es la misma, solo cambia el tiempo y el lugar. Y estamos hablando de chicos de 18, 19, 20 años, miles y miles, que van hasta allí solo para morir. En el caso de Normandía, además, no sabían ni dónde estaban, porque los mapas tenían los nombres cambiados para que no supieran detalles de la operación. Ese tipo de cuestiones me producen escalofríos. Todavía no entiendo cómo se le puede pegar un tiro a una persona, porque además de ese soldado, se mata para siempre a una familia y las cicatrices nunca, nunca se borran.
-Entremezclas realidad y ficción en tus obras, pero los sucesos reales son los que parecen precisamente más surrealistas.
-Tienes razón, porque la literatura tiene que ser verosímil, pero la realidad no lo es. La prueba es la cantidad de veces que, por ejemplo, nos encontramos a alguien y le decimos que le vamos a contar algo que no creerán, pero que ha pasado. Nosotros mismos somos conscientes de que nos suceden cosas que si las escribiéramos no se las creería nadie. En mis cinco novelas, he hecho lo que en la tradición anglosajona se llama 'faction', que es ficción basada en hechos reales. Y lo hago, porque creo que por mucha imaginación que tengamos, la realidad siempre nos proporciona los mejores argumentos. En mi novela todos los actores de Hollywood que estuvieron en el sur de Inglaterra son absolutamente reales; desde Douglas Fairbanks Jr., David Niven, Peter Ustinov hasta Glenn Ford. Me interesa mucho ver cómo la realidad conversa con la ficción y que de alguna forma nos interpela. Ahora, paradójicamente, creo que hay más ficción en los medios que en la literatura, sobre todo en la novela histórica, porque hay cada fake por ahí.